n respuesta al malestar expresado a The Washington Post por el titular del Ejecutivo federal, Felipe Calderón Hinojosa, en torno al desempeño del embajador Estados Unidos en México, Carlos Pascual, el Departamento de Estado de ese país señaló ayer que no tiene planes
de remover a su representante diplomático en el nuestro, e incluso señaló que éste está haciendo un tremendo trabajo en nombre de Estados Unidos para las relaciones bilaterales
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Resulta enigmático que el vocero del Departamento de Estado, Philip Crowley, haya afirmado que Washington es sensible a la molestia que generó en el gobierno mexicano el contenido de los cables diplomáticos difundidos por Wikileaks –muchos de ellos elaborados por el propio Pascual–, y que al mismo tiempo haya ponderado favorablemente el papel del diplomático estadunidense en las relaciones entre ambos países. Lo cierto es que esos documentos han exhibido el doble discurso de Pascual hacia las autoridades mexicanas –por ejemplo, su respaldo público a la guerra contra el narcotráfico
contrasta con sus duras críticas a algunas de las dependencias involucradas en tareas de seguridad–, y ello lo coloca como un interlocutor poco confiable ante las autoridades mexicanas. Por lo que hace a la opinión pública en general, los cables diplomáticos han desnudado a la embajada de Estados Unidos en México como detentadora de un poder fáctico e indebido, como un factor de vulnerabilidad de la soberanía nacional y como un componente central del injerencismo estadunidense en territorio nacional.
La confianza de las autoridades calderonistas hacia Pascual y su imagen frente a la sociedad mexicana han quedado particularmente dañadas tras la difusión de los textos referidos. Y, sin que ello implique aceptar la versión de que la publicación de esos cables ha afectado las relaciones con México –como equívocamente expresó el propio Calderón al rotativo estadunidense–, la remoción de Pascual habría podido ser vista como una elemental medida de control de daños.
En ese sentido, la postura del gobierno estadunidense frente a las declaraciones de Calderón es un recordatorio más del carácter asimétrico de la relación bilateral, acaso tan revelador como el mismo contenido de los cables que originaron la molestia del político michoacano hacia Pascual. Como se mencionó ayer en este mismo espacio, el hecho de que Calderón haya decidido expresar esa inconformidad en declaraciones a la prensa estadunidense en vez de valerse de los recursos diplomáticos correspondientes –por ejemplo el derecho de los países anfitriones a exigir contención y respeto de los diplomáticos acreditados, e incluso a pedir su retiro a los gobiernos respectivos– es indicativo del desajuste al que han sido llevadas las relaciones entre ambos países por usos y prácticas inveteradas, y hechas públicas por Wikileaks. Ahora, el rechazo de Estados Unidos a realizar cambios en su representación diplomática en México no sólo demuestra una persistencia en su empeño por mantener y acaso profundizar el injerencismo ejercido en nuestro país por conducto de su embajador: también pone de manifiesto que a las autoridades estadunidenses les tiene sin cuidado el desagrado expresado por sus contrapartes mexicanas hacia el desempeño de Pascual. Lo anterior, en suma, se corresponde más con el trato que los superiores dispensan a sus subordinados, no con el que debiera privar entre gobiernos de dos países soberanos que, por añadidura, se dicensocios estratégicos
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La moraleja del episodio –si hay alguna– es que la superación de los desajustes existentes en la relación bilateral no puede venir de posturas tibias y elípticas como las adoptadas por el jefe del Ejecutivo mexicano: se requiere, en cambio, de expresiones respetuosas, sí, pero contundentes que demanden el respeto a la soberanía nacional, la corrección de la conducta de los diplomáticos estadunidenses y el cese de una política injerencista que es peligrosa para México, pero también dañina para la relación bilateral.
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