Revivir Columbus
Estado(s Unidos) fallido
La sombra de Villa
Expediciones punitivas
na primera lectura de lo sucedido ayer en Columbus, Nuevo México, confirma que la corrupción relacionada con el narcotráfico llega sin sombra de duda a diversos niveles policiales y políticos del país que es el gran consumidor de drogas, y que los efectos perniciosos de esas operaciones compartidas afectan evidentemente al Estado al sur de la frontera –devastado y ensangrentado–, pero también pueden alcanzar a la elite del imperio en decadencia, e incluso allá generar discusiones, enfrentamientos y fracturas internas que podrían a la vez reflejarse en presiones y exigencias al gobierno calderónico para que frene la descomposición mexicana, que ya salpica al vecino.
Sería un impensado bumerán irónico que los problemas de nuestro país, en cuanto a violencia social extrema a causa del narcotráfico, fueran atenuados y ligeramente resueltos por el enojo y las pugnas internas del aparato estadunidense afectado por los males que provienen del sur pero ya se han enquistado en el propio entramado institucional de las barras y las estrellas, sin cuya concurrencia activa, o cuando menos permisiva, no se podría completar el círculo indispensable del negocio de la venta y la compra de estupefacientes.
Al ordenar la detención de 11 funcionarios públicos, entre ellos el alcalde y el jefe de policía de una muy pequeña población fronteriza, Barack Obama parece retomar la iniciativa en la accidentada relación sobre narcotráfico que hoy llevan los dos países, luego de que el momento cumbre de los gringos ánimos inquisitivos se dio con el caso del agente federal asesinado en Estados Unidos, tema que parecía proporcionar pretextos ideales para incrementar la injerencia en México pero que fue desinflado por la denuncia de la introducción a nuestro país de miles de armas, destinadas a cárteles nacionales que, según las técnicas de indagación policial argumentadas, habrían de ser seguidas
en su trayecto rumbo a capos importantes, en una operación denominada Rápido y furioso que acabó develando el papel de proveedor de lujo del gobierno que se queja de que el estallido de balas en el traspatio le asuste, aunque la venta de las armas detonantes las hace en la sala de su propia casa y las conduce a terreno delictivo con protección oficial.
El golpe seco a la estrategia de Washington respecto de México –Janet Napolitano todavía este martes descalificaba ante legisladores de su país los resultados de la guerra
calderonista– no ha podido, sin embargo, ser aprovechado a plenitud por los pasmados operadores de Los Pinos que con aires de extrema domesticación se han conformado con asumir el papel de espectadores de lo que suceda en la Casa Blanca y sus alrededores, incapaz el comandante Calderón de emprender una iniciativa diplomática de denuncia y rechazo categóricos de las sabidas maniobras bélicas desarrolladas en territorio mexicano por un gobierno extranjero que armó a delincuentes y de esa manera propició que los enfrentamientos en 2010 fueran especialmente sangrientos, a cuenta de los arsenales transferidos por sus pistolas por los fallidos espías gringos.
Tan doblegado fue Calderón al cumplir en días pasados con el citatorio que le hizo Obama, que ni en defensa propia, ni para inflamar con sentido oportunista el espíritu nacional se ha atrevido a usar el gravísimo incidente ante el que no se ha mostrado ni furioso ni rápido. A menos que, como ha dicho la poderosa asociación gringa de usuarios de rifles, la tal operación Rápido y furioso haya sido un montaje hecho por Obama para justificar algunas pretensiones restrictivas respecto del comercio de armas, en cuyo caso, si fue una acción simulada, de consecuencias habladas o entendidas con Calderón en su comparecencia reciente, se entendería que el permisivo Felipe se mantenga callado, en espera de que se resuelva un desenlace programado. Por lo pronto, en México, el Senado, partidos y diversas voces exigen a Los Pinos explicaciones sobre la mencionada operación y una postura firme de defensa de los intereses nacionales. Anoche, la oficina del embajador al que FC no quiere, Carlos Pascual, agregó picante a la quesadilla, al informar que el ingreso de esas dos mil armas a México fue informado a funcionarios mexicanos a cargo de combatir el contrabando según se ponían en práctica las operaciones
, a las que calificó de exitosas
, pues permitieron el arresto de 20 presuntos traficantes. A ese paso, hasta gracias van a pedirle a Felipe que les dé.
Pero hay otra lectura posible al incidente de Columbus, pues el golpe obámico aterrizó en una minúscula porción del territorio estadunidense ampliamente invadido por el virus multinacional del narcotráfico, un poblado cuyos habitantes tienen evidente vinculación con México, tanto por lazos familiares como por asuntos de drogas pero donde, además, año con año, con ceremonias y cabalgatas, se recuerda la única invasión a territorio gringo, la realizada por Francisco Villa (aceptar eso, sería aceptar décadas más tarde que hubiera homenajes a Osama bin Laden: léase USA Today http://usat.ly/ifb4il). Las calles de las grandes y medianas ciudades de EU llenas de traficantes de drogas para surtir a la amplia población consumidora, pero el golpe del gran escándalo fue contra funcionarios públicos
corruptos, de origen hispano
, de una comunidad de menos de dos mil habitantes. Cierto es que hay errores administrativos a la hora de meter armas para narcos a México, podrían alegar ahora los obamistas, pero también es cierto que hay hispanos
malos, funcionarios públicos de origen mexicano que trafican con droga y armas.
El fantasma del general Villa, por lo demás, sirve para asustar a las de por sí adecuadamente histerizadas buenas conciencias
gringas que ven con horror lo que sucede al otro lado de la frontera. Revivir Columbus es recordar los riesgos de que las revolturas mexicanas acaben disparando en territorio gringo, y acaso la necesidad de desempolvar las expediciones punitivas. ¡Uy (o huy, se pueden usar ambas formas), ahí vienen los mexicanos! ¡Feliz fin de semana!
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