Una pelea de años culminó ayer: Mariana Juárez es campeona mundial, y absoluta, en peso mosca del Consejo Mundial de Boxeo. La lucha empezó hace más de 10 años, cuando, junto con Ana María Torres, concretó la primera contienda profesional entre mujeres, en julio de 1999.

Eran las primeras peleas, pues el boxeo femenil estaba prohibido por las leyes mexicanas. Mariana decidió entrar en un deporte que exaltaba la masculinidad. En ese territorio ayer en Polanco levantó las manos. Es la campeona indiscutible por méritos propios.

Mariana ya era campeona interina; es decir, poseía un título emergente que carece de prestigio porque pertenece a una campeona legítima, que era la italiana Somona Galassi. Buscó pelear contra ella en noviembre pasado, para celebrar el bicentenario, pero una trinfadora europea estaba cotizada por encima de las posibilidades y aspiraciones de La Barbie mexicana. Anoche, por fin, la tuvo enfrente y buscó aquello por lo que peleó toda su carrera.

Subió con la seguridad de querer ser campeona y con la gracia de una bailarina. Hizo alarde de ese boxeo preciosista que todos le reconocen, pero al que le critican falta de fuerza para terminar de manera convincente. Parecía que no iba a ser capaz de capitalizar que estaba en casa, pero un grito del ex campeón y mánager Daniel Zaragoza le inyectó energía. Si en los primeros asaltos careció de empuje para controlar la pelea, de pronto se convirtió en la rabia con guantes rosas. Al final, le pegaba a la campeona. Mariana bailaba esquivaba, lloraba; se volvía campeona. Y eso ya nadie lo discute.