a visita de Felipe Calderón a Estados Unidos dejó claro la relevancia del contenido en los miles de memorándum que Sunshine Press Productions entregó en exclusiva a La Jornada. Su publicación sobrepasa los chascarrillos, comentarios y dimes y diretes malsonantes de funcionarios de embajada. En ellos, por lo hasta ahora divulgado y presentes en la versión digital, se aprecia una estrategia, unos principios y una visión de México. Aquella en la cual se deja entrever lo que desde hace un tiempo a esta parte resultaba una verdad gritada en público y a voces. Estados Unidos le ha perdido el respeto al pueblo mexicano, a sus gobiernos y elite política. Lo que podría considerarse parte de un pasado superado, se rencarna en el presente y condiciona el futuro. A la sazón, los actuales dirigentes de Estados Unidos vuelven a pensar en México como su patio trasero. Tal vez a muchos no sorprenda y les resulte una verdad de Perogrullo, pero esa no era la tónica entre ambos países si nos retrotraemos, por ejemplo, al gobierno del general Lázaro Cárdenas. El actual tono despectivo con el que se refieren a México, a su elite política y a su manera de gobernar es para ponerse a temblar. No voy a repetir los escritos de Blanche Petrich o Pedro Miguel, pero en ellos las citas textuales de, entre otros, el actual embajador Carlos Pascual, destilan indecencia. Aunque se pueden rastrear en los anteriores funcionarios destacados en su delegación diplomática. Dan órdenes, presionan, insultan, se ríen, y lo peor de todo resulta comprobar la sumisión de sus interlocutores. Razón suficiente para profundizar y no alterar el rumbo diseñado por los estrategas del Departamento de Estado, el Pentágono y la Casa Blanca.
Más allá de las siempre altisonantes declaraciones de amistad, entendimiento y respeto mutuo, México ha dejado de ser, para el vecino del norte, un aliado estratégico. Su realidad es otra bien diferente, pasando a convertirse en un país donde se aplican y ejecutan políticas. En otras palabras, pasa a la condición de semicolonia o país subordinado. De esta manera, se permiten cuestionar decisiones, exigir rectificaciones y cuanto funcionario público les resulta incómodo a sus intereses, cuestionan su idoneidad para el puesto desempeñado. Dan órdenes y todo lo resuelven comprando voluntades y negociando precios.
Sin temor a equívocos, quienes redactaban los memorándum, hoy filtrados por Wikileaks, no pensaron en que dichos papeles
caerían en manos inapropiadas. Actuaban bajo la impunidad de la confidencialidad y el secreto de Estado. Pero nunca se sabe por dónde va a saltar la liebre. Así, ante el escándalo, una vez hechos públicos sus contenidos, no hay manera de escurrir el bulto: el escándalo es inevitable. Primero compromete a los servicios diplomáticos y de inteligencia de Estados Unidos y, en segundo lugar, deja al descubierto las carencias y debilidades de sus interlocutores. Afecta a todo el sistema de relaciones bilaterales, es un terremoto político, poco o nada queda en pie. Se hace necesario un giro de ciento ochenta grados, por lo menos por parte de México, si se quiere recuperar terreno en lo que se refiere a credibilidad política en el campo de las negociaciones bilaterales. Lo cual supone introducir en el campo de juego dos preguntas insoslayables: ¿el actual gobierno del PAN y sus aliados, con Felipe Calderón a la cabeza, tienen voluntad política para realizarlo?, y ¿cuál es la dirección del cambio?
Para salir del atolladero no se trata sólo de maquillar el problema con fotos, reuniones, encuentros, buenas palabras y deseos de enmendar la plana. La dignidad de todo el país se ha puesto en cuestión y no se puede consentir una humillación como la observada en las filtraciones de Wikileaks. Aquello que era patrimonio de las luchas de Independencia y la Revolución en 1910 se ha desplomado. Hoy, la solución se encuentra nuevamente en levantar las banderas del nacionalismo antimperialista, ultrajado por las últimas administraciones del PRI, abandonado por el PAN bajo la batuta de Fox, su ministro Jorge Castañeda, y dejado morir por el actual gobierno de Felipe Calderón. Han sido estas las circunstancias bajo las cuales Estados Unidos puede actuar a sus anchas pensando que está administrando una colonia. Por ello, la entrega de los papeles por Julian Assange tiene un efecto bumerán, podrían servir como punta de lanza para rearmar un proyecto soberano, digno y capaz de reconstruir México.
Tras el primer golpe y el escándalo, parece que Estados Unidos no va a cambiar un ápice su política. Todos los intentos de Calderón en su reciente viaje, tendientes a buscar la retirada del embajador Carlos Pascual, hombre de confianza de Barack Obama, resultaron infructuosos. Su ratificación es un mensaje claro y sin ambages. Podrá haber sido indiscreto, pero estamos de acuerdo con su diagnóstico y sus soluciones. La derrota de Calderón lo deja mal parado y sin muchas salidas. Ahora se busca simplemente señalar el daño que han hecho a las relaciones entre ambos países las filtraciones. Son muchos quienes consideran que el verdadero responsable del desaguisado es Wikileaks. Es la estrategia de tirar balones fuera y centrar la discusión en los intereses que pueden haber movido a Julian Assange, puesto entre las cuerdas, bajo la posibilidad de extradición, primero a Suecia y de allí a Estados Unidos, si todo sale como lo han diseñado los halcones de la Casa Blanca. En otros términos, se busca matar al mensajero. La entrega de las filtraciones por Wikileaks no puede quedar reducida a una discusión pedestre donde prevalezcan argumentos espurios sobre las ocultas intenciones de un director acosado para salvar su pellejo. Es cuestión de dignidad y soberanía hacerlos públicos. Estoy seguro que La Jornada cumplirá, como siempre lo hace, con el máximo rigor y responsabilidad, en beneficio de la verdad y de México, dejando en alto el pabellón de la libertad de prensa y expresión. Repito, no maten al mensajero.
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