Pese a su frecuencia a lo largo de la historia, en México hay pocos registros, explica académico
Expertos del Instituto de Geología exploran la Barra de Potosí, Guerrero
La investigación permitirá conocer intensidad, recorrido y hasta microorganismos que arrastraron eventos de otras eras, dicen
Martes 15 de marzo de 2011, p. 2
México recibe el impacto de un maremoto con olas de un metro cada cinco años, pero aquellos que provocan daños, tanto en comunidades como en el ecosistema, con oleajes de tres a cinco metros de altura, golpean nuestras costas con una recurrencia que va de los 25 a los 50 años
, explicó Priyadarsi Debajyoti Roy, investigador del Instituto de Geología (IGl) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
El académico, junto con Elena Centeno, directora del instituto, se ha dedicado a investigar cómo se han registrado estos fenómenos en el pasado, en un proyecto de colaboración entre la UNAM y la Universidad Anna, de la India. Se trata de una labor muy importante porque, aunque estos fenómenos han ocurrido siempre, el país apenas tiene registros de hace poco más de un siglo, mientras naciones como Japón los han consignado desde hace más de mil 500 años.
El también profesor de la Facultad de Ciencias de la UNAM ha explorado una serie de trincheras en Barra de Potosí, Guerrero, para estudiar uno de los maremotos más recientes ocurridos en el país, el de 1985, interesante porque en México el primer movimiento importante de tierra, el del 19 de septiembre, no produjo grandes olas, pero la réplica del día 21 sí
.
Ese fenómeno muestra la importancia de entender la relación entre el origen de un maremoto y el daño que puede causar, pues al poblado guerrerense no le afectó el oleaje que produjo el primer sismo, mucho más potente, cuyo epicentro estuvo al norte de Lázaro Cárdenas, Michoacán. La réplica provocó una oleada que penetró medio kilómetro en tierra, se generó frente a Zihuatanejo y eso marcó la diferencia
.
Perforaciones y testimonios
Para entender lo sucedido, el académico se ha dedicado a investigar la zona mediante perforaciones y testimonios de los lugareños, igual de importantes que las mediciones, dijo.
“Con sus relatos, los habitantes permitieron conocer qué pasó aquel 21 de septiembre, cómo el mar se replegó para luego regresar con olas de cuatro metros que penetraron prácticamente 500 metros tierra adentro, y cómo los cien pobladores huyeron a sitios elevados, con lo que evitaron pérdidas humanas.
En esta tarea, las muestras de suelo dicen tanto como las crónicas de los locales, pues al analizar los registros geológicos y encontrar ciertos sedimentos, como granos pesados, fósiles marinos o bromo, hallamos una huella sumamente detallada que indica el momento de un maremoto, hasta dónde llegó, de qué tamaño eran las olas e incluso qué microorganismos traía consigo
, explicó.
Los estudios realizados en Barra de Potosí son claves para entender los paleotsunamis, es decir, los maremotos que ocurrieron mucho tiempo atrás, porque rehacer lo que sucedió hace pocos años permite recorrer el camino de vuelta y recrear lo que pasó en otras eras, comentó.
El 26 de diciembre de 2004, el terremoto de Sumatra-Andamán generó tsunamis que impactaron en prácticamente todos los países que bordean el océano Índico y provocaron la muerte de más de 200 mil personas.
Esta tragedia fue una llamada de atención para los científicos, porque antes de esa fecha no nos habíamos ocupado a fondo de esos fenómenos. El mejor ejemplo es que si uno busca textos al respecto, antes de 2003 apenas hallará uno o dos por año, pero si se hace lo mismo en el lapso que comprende de mediados de la década pasada hasta el día de hoy, encontraremos cientos de publicaciones anuales, por lo menos
, indicó.
Aquel desastre marcó nuevos parámetros en todos los campos, desde el científico hasta el social, porque ha sido el más destructivo del que se tenga memoria. De hecho, es el que ponemos en el nivel más alto de intensidad, concepto que depende del daño causado, no de la cantidad de energía liberada.
Señaló que los estudios que realizan la UNAM y la Universidad de Anna son muy importantes. A partir de nuestras observaciones hemos desarrollado un mapa detallado de las zonas seguras en Barra de Potosí en caso de grandes olas y queremos hacer lo mismo a lo largo de la costa del Pacífico.
Para los japoneses estos fenómenos son tan frecuentes que ya forman parte de su cultura. La palabra tsunami proviene de la voz tsu, que significa puerto, y nami, que quiere decir olas, explicó.
Sin embargo, los registros en México son pobres, aunque al revisar los datos históricos nos han revelado episodios interesantes, narró. Por ejemplo, hay testimonios de que en 1787, uno con olas de 18 metros penetró cuatro kilómetros y azotó las playas de Corralero, Oaxaca.
En nuestro país, la costa del Pacífico es particularmente susceptible, porque tenemos la placa oceánica Cocos, que se introduce a gran velocidad en otra continental, conocida como Norteamérica, casi ocho centímetros por año, lo que provoca sismos frecuentes.
La cartografía con las zonas de riesgo que trabajamos puede resultar de gran utilidad para salvar vidas. Nuestra siguiente área de observación será la michoacana
, concluyó.