a tendencia global para acumular la riqueza producida en pocas manos no sólo se confirma sino que acelera a paso redoblado. El perverso fenómeno no se limita a México sino que cubre el planeta. Detrás de ello hay un motor de impulso: el modelo neoliberal diseñado e impuesto por la nueva derecha estadunidense y su contraparte inglesa. Los beneficiarios son los cada vez más reducidos grupos oligárquicos de los distintos países, casi todos inmersos en el medio financiero o en posesión de distintas y onerosas concesiones públicas que administran a su caprichoso albedrío. Hace apenas unos cuantos años, los grandes capitales mexicanos se apropiaban de 5 o 7 por ciento del PIB. Ahora, una década después, llegan a 12 por ciento, un avance que no deja duda sobre sus desbocadas ambiciones. Todo este proceso lleva atado, y bien atado, su contraparte de miseria o exclusión de las mayorías.
La crisis, cuyo epicentro detonó en el sistema de las grandes finanzas mundiales (Wall Street), ha resultado de gran utilidad para adentrarse en su propia génesis. El estudio emprendido por la comisión que designó por decreto el presidente Barack Obama y aprobó el Congreso de ese Estados Unidos, no deja lugar a suposiciones falsas o recovecos sin desentrañar. Todo queda expuesto a la mirada y el juicio de la historia. Va al fondo, al meollo de lo que ocurrió. Los grandes bancos de inversión y comerciales, auxiliados por las calificadoras, fueron los causantes del desaguisado. Y, por desgracia, todo apunta que no serán ellos los que carguen con las consecuencias y penalidades. Varios millones (26) de estadunidenses desempleados tendrán que resistir, con su marginalidad, el costo más pesado del bulto. Otros 4 millones lo hacen también al quedarse sin la vivienda que poseían. Y el resto, otros 4.5 millones, atraviesan por penuria y media para pagar sus ya vencidas hipotecas. La pérdida de valor de las viviendas ha sido monumental: alcanza cifras fantasmagóricas situadas en los millones de millones de dólares (11 trillones de dólares, casi el PIB anual).
La explicación de cómo y por qué ocurrió la inmensa tragedia tampoco ha tenido desperdicio. Estudios académicos posteriores, las revelaciones de actores del drama, afirmaciones de funcionarios y la crítica informada han dado cuenta del desarrollo de la tragedia. El crédito, que hacía funcionar la economía del país a través del consumo privado, pasó de 4 millones de millones de dólares a la pantagruélica suma de 30 millones de millones de dólares sólo unos años después. Es decir, alcanzó a ser el doble del PIB de la economía más grande del mundo. La mayor parte del cual estuvo (¿está?) fincado en papeles de poco valor. La historia, sin embargo, no terminó ahí. A través de los famosos e incomprensibles derivados se infló, aún más, la desatada especulación y se extendió por todos los sistemas financieros del planeta. Unos más, otros menos, contribuyeron con su parte de rapiña para cebar al monstruo que hasta hoy día vaga sin arreglo efectivo.
En el proceso, sin embargo, hubo ganones que se aprovecharon hasta la desmesura. El director (dueño) de un fondo de riesgo acumuló, en sólo dos años, una fortuna personal valuada en 10 mil millones de dólares. Apostó a la baja contra las llamadas hipotecas subprime. Lo acompañaron (y lo siguen haciendo) otros gerentes, corredores de valores, administradores de fondos y funcionarios bancarios. Mediante bonos, premios por resultados y salarios de cifras inmensas, continúan apropiándose de la riqueza generada por la masa de trabajadores, ahorradores de mediana y pequeña escala, profesionistas independientes y demás incautos sostenedores (conscientes o no) del sistema vigente de explotación sin mesura.
La narrativa anterior, cuando desembarca en México, se deforma y acrecienta de manera exponencial. Duopolios y monopolios de toda suerte y alcances (con sus traficantes de influencia a bordo) se han apoderado del grueso de la riqueza y el poder que debería estar depositado en manos de los consumidores y votantes mexicanos. La metodología es harto conocida: se usufructúan, de manera indebida, concesiones públicas y se consiguen, bajo presión continua, privilegios de variados tipos y clases, fiscales, entre otros. Los trafiques y abusos, sin límite ni pudor, quedan expuestos a plena luz en sus descarados pleitos por defender sus cotos de influencia. Se ha falsificado la representatividad sindical o popular de forma grosera. La vida democrática es atropellada sin mesura que valga. Las instituciones se han envilecido. Los organismos diseñados para el arbitrio, equidad y control han sido capturados por aquellos sobre los que habrían de prevalecer, nulificando así la impartición de justicia o trampeando elecciones sin pausa ni visión. Los grupos de presión en México se han trasformado en un gigantesco monstruo que atenaza y deforma el desarrollo nacional.
Sólo 10 fortunas, las notables a escala mundial, han pasado, en su evaluación (Forbes), de 24 mil millones de dólares en el cercano inicio del milenio, hasta situarse, en 2010, en 145 mil millones de la misma moneda. Un crecimiento y concentración desmesurados que el priísmo inauguró y sus émulos panistas han permitido, propiciado y hasta usufructuado. Ante tal cúmulo de riqueza, el poder concomitante apabulla todo. Los partidos políticos son simples franquicias en sus manos. Los ejecutivos, el federal y los locales, están a su servicio. Los medios de comunicación masiva son sus agentes de persuasión. Las elecciones son simples trámites para imponer a sus gerentes y personeros. La propaganda que dicta el retorno de los priístas a Los Pinos, como hecho consumado, es sólo una estrategia para continuar su voraz ritmo de acumulación. La plutocracia dominante no tiene el menor escrúpulo ni se detiene ante la miseria, inseguridad, estancamiento económico y violencia que ha desatado. Sus actores seguirán empeñados en su propósito de agrandar heredades hasta que alguien o algo les ponga un hasta aquí.