n un país donde muchas cosas se presumen, se suponen, se sospechan, la película Presunto culpable es la crónica de un crimen y el retrato hablado de los laberintos más oscuros de nuestro sistema judicial. Laberintos donde la burocracia, el papeleo, la siguiente ventanilla y la que sigue y la de más allá devora vidas y consume la justicia como el pabilo de medrosa luz a punto de extinguirse.
A José Antonio Zúñiga Rodríguez, el presunto culpable, le ocurrió lo mismo que al célebre protagonista de El proceso, de Franz Kafka: Alguien tenía que haber calumniado a Josef K, pues fue detenido una mañana sin haber hecho nada malo
.
De nada sirvieron la docena de testigos que aseguraron que Zúñiga había estado trabajando el día del crimen que se le imputaba en su puesto en un tianguis de Iztapalapa. El organismo
que como en El proceso “no se dedica a buscar la culpa en la población, sino que, como está establecido en la ley, se ve atraído por la culpa… Eso es ley” lo llevó a los tribunales a responder como Joseph K por algo que ni siquiera había imaginado.
En Presunto culpable nada se presume: se registran con la crudeza del género documental las vicisitudes de un ciudadano que fue encarcelado por un asesinato que no cometió. Y sólo gracias a este registro audiovisual pudo recuperar su libertad, pues allí quedaron grabados sus dichos, los de su acusador, los de los policías que lo detuvieron, los de la agente del Ministerio Público y los de un juez. Su proceso, es El proceso que sólo Kafka pudo imaginar.
Durante mucho tiempo escuchamos decir que México era un país surrealista. Tal vez lo fue. Ahora México es sobre todo un país kafkiano.
Si Presunto culpable ha tenido tanta aceptación entre el público a pesar de haber sido suspendida y vuelta a poner en los cines, se debe probablemente a que muchas personas se han identificado con esa historia, con ese proceso, que con distintos policías, jueces, testigos y otros nombres han sido señalados como culpables por una falta o por un crimen que no cometieron. La pobreza, muestra el documental, es el principal aliado de ese aparato de justicia
lleno de trámites, papeleo, laberintos y agujeros negros que en su inercia oscura, todo lo consume.
Al margen de los procesos judiciales que ha provocado la cinta, varias cosas ha logrado este documental:
La libertad de un inocente; la exhibición de un sistema de impartición de justicia que puede ser terriblemente injusto, pero también que existen contrapesos y controles que permiten corregir errores que son crímenes; lo fundamental que para la democracia resultan las libertades de expresión y de información, así como la promesa del jefe de Gobierno del DF, Marcelo Ebrard, de proponer a la Asamblea Legislativa de esta ciudad que se graben por sistema todos los juicios.
“–¿Qué quieres saber ahora? –pregunta el guardián en otra historia dentro de la historia de El proceso–. Eres insaciable.
“–Todos aspiran a la ley –dice el hombre–. ¿Cómo es posible que durante tantos años sólo yo haya solicitado la entrada?
“El guardián comprueba que el hombre ha llegado a su fin y, para que su débil oído pueda percibirlo, le grita:
“–Ningún otro podía haber recibido permiso para entrar por esta puerta, pues esta entrada estaba reservada sólo para ti. Yo me voy ahora y cierro la puerta.”
¿Cuántos presuntos culpables como el de la cinta o como Joseph K hay en nuestros reclusorios? ¿Cuántos culpables sin adjetivos caminan libres por las calles? ¿Cuántos procesos kafkianos siguen su curso? ¿Cuántas puertas de La Ley aún son inaccesibles?