on motivo de mis artículos sobre Presunto culpable, en los que he relatado que otro filme muy similar y con el mismo título se estrenó en Estados Unidos en 1991, y que el mexicano es parte de una campaña para convencernos de la llamada reforma judicial
, me han llegado algunos correos y he recibido personalmente diversos comentarios.
La buena factura de la película y la inteligente publicidad que ha recibido, junto con la opinión generalizada en contra de nuestro sistema de justicia, ha logrado que el aplauso a la obra cinematográfica sea casi unánime; por mi parte conservo mis dudas y confirmo mis observaciones. Se trata de un alegato muy bien hecho para producir un efecto en la opinión pública favorable a cambios en nuestra legislación para adecuarla al sistema económico que se ha ido imponiendo en México desde hace al menos cuatro gobiernos, dos priístas y dos panistas, y que forma parte de un paquete junto con las reformas laboral y fiscal.
¿Tendré que recordarles a mis amigos de izquierda que el derecho, según Marx, es una superestructura de la economía? Al menos les pido el mismo beneficio de la duda, que fue el adoptado por el magistrado que resolvió el caso, argumento con el que pudo convencer a sus colegas que se resistían a revocar la sentencia original.
El comentario del magistrado me bastaría para mantener mi crítica al documental, pero hay algo más; entre quienes se han acercado a mí con motivo de las reflexiones publicadas está una persona que tuvo acceso al expediente y que me confirmó un dato que falta en la trama. El testigo que parece que al final de un interrogatorio se desdice y cambia su versión, lo que lleva a la absolución del presunto culpable, no incurrió en contradicción alguna.
Quien lea el expediente y no sólo se atenga a la grabación editada convenientemente, se percatará, según me dijo mi informante, de que el testigo desde un inicio declaró que a él y a su primo los atacaron el día de los hechos cinco personas, primero a golpes y después con un disparó que causó la muerte de su familiar.
En ninguna parte de su declaración señala que el presunto culpable haya sido quien disparó; sólo lo reconoce como uno de los atacantes. Por ello, cuando se le pregunta en el careo si él lo vio disparar, balbucea un no casi imperceptible. Por esto también la prueba de Harrison resultó negativa en las manos del único detenido, porque él no fue quien disparo; el testimonio fue en el sentido de que el procesado era uno de los cinco agresores, no de que haya disparado.
La película esta muy bien hecha, acude con habilidad a los sentimientos del público, conmueve con la entereza del acusado, con su habilidad para bailar, con la fe de sus amigos y de su novia, a tal grado que se crea un héroe del filme y el otro joven, que al inicio de la drama es víctima de la golpiza de una pandilla, a la postre aparece como el villano de la película.
Mi alegato va en varios sentidos, uno respecto de la intención del filme: desprestigiar aun más a nuestro ya vapuleado sistema de justicia, para justificar el cambio en el sentido que se tiene planeado; otro más, que no se puede explotar comercialmente la imagen de nadie sin su consentimiento; que una opinión sólida no puede fundarse en una visión parcial de los hechos; pienso que los medios modernos no deben sustituir ni a nuestro procedimiento tradicional ni al pretendidamente novedoso juicio oral.
Creo finalmente, con el documentalista Juan Manuel Sepúlveda, citado por Julio Hernández, que en efecto, el juicio que se hace en la película no es imparcial. En un procedimiento ante un juez; el acusado cuenta con garantías para defenderse, tiene abogado, ofrece pruebas, alega y un tribunal superior puede revisar y corregir las fallas del inferior. En cambio, quien es juzgado por medio de una filmación hecha al gusto de autores y productores no tiene defensa alguna ni derecho de réplica posible. Lo filmado y editado ahí queda, sólo podemos ver la película tal como sus autores la presentan.