a mayoría de quienes visitan Japón regresan impresionados por el alto grado de preparación de la gente y las instituciones en caso de sismos y otros desastres naturales. Gracias a la experiencia acumulada, perfeccionan cada vez más los sistemas tecnológicos para enfrentarlos en centros urbanos, complejos industriales o comerciales. Lo anterior se complementa con la educación que desde pequeños reciben los ciudadanos para cuando llegue la ocasión. A pesar de ello, los sismos cobran sus víctimas y demuestran que la fuerza de la naturaleza finalmente impone su ley sobre avances tecnológicos muy cuestionables. También en la ciudad de México, Haití, Pakistán, Bangladesh, Armenia o China. Con la constante de que a mayor pobreza, más daño y más dificultad para apoyar a la población afectada.
En México los sismos de septiembre de 1985 llevan a realizar simulacros
de vez en cuando y a medidas insuficientes para garantizar la calidad de la construcción y evitar el abatimiento del manto freático, origen del hundimiento citadino. Olvidamos el anuncio de los expertos de que volverá a temblar con la misma o más fuerza. También se espera que ocurra en el corredor sísmico (la parte noroeste) de Estados Unidos. Habida cuenta de lo ocurrido en Japón, científicos y grupos ciudadanos del país vecino exigen al gobierno reforzar las medidas de seguridad y prevención en ésa y otras regiones. Mencionan los daños si se rompen las cortinas de contención de las presas por un temblor de gran magnitud. O lo que puede pasar en los cuatro reactores ubicados en California, estado muy sísmico, y no diseñados para resistir más de 8 grados Richter. El presidente Obama ordenó revisar a fondo los 104 reactores que hay en Estados Unidos y le proporcionan una quinta parte de la energía.
Uno no menos riguroso anunció el gobierno de China, país muy sísmico, que con su acelerado crecimiento industrial y urbano ha construido y construye reactores y diversas obras para generar energía. La más imponente, la presa de las Tres Gargantas, muy cuestionada por los desajustes ambientales y sociales que causará, especialmente aguas abajo de su gigantesco vaso de almacenamiento. Y aunque China no es una potencia nuclear, va camino de serlo con su plan de contar en 20 años más con 150 reactores. Todo indica que seguirá apostando por ese tipo de energía, igual que Estados Unidos, donde Obama ofreció apoyar millonariamente la instalación de nuevas centrales. Las dos potencias, los dirigentes de la Unión Europea, India, Rusia, Inglaterra, Canadá, Corea del Sur y Sudáfrica, por ejemplo, siguen pensando que la energía nuclear es la forma idónea de enfrentar el agotamiento de los hidrocarburos y el carbón y los efectos del cambio climático.
Así las cosas, la mayoría de los proyectos nucleares seguirán adelante. Para contrarrestar la oposición ciudadana los gobiernos de los países involucrados anuncian revisiones exhaustivas a las centrales en funcionamiento y construir las futuras con estándares de seguridad extremos: mayor resistencia a sismos, localizarlas fuera del alcance del agua del mar, con plantas de energía eléctrica auxiliares más modernas y seguras. Cuando lo ideal y sensato es invertir en las fuentes no contaminantes y muchísimo menos costosas, como el aire y el sol. Éstas seguirán en la agenda energética de la mayor parte de los gobiernos, pero sin que les otorguen los apoyos necesarios para hacerlas realidad.
En tanto, la población de Japón ha sido de tal forma impactada por la tragedia que aún no termina, que el gobierno anuncia la revisión de su política nuclear. Sus 55 reactores cubren un tercio de su demanda energética y llegar en 2030 a 50 por ciento. Cuando termine la amenaza inmediata que significa la planta de Fukushima, conoceremos a otros culpables de lo ocurrido. Porque parte muy importante de las tragedias que dejan los desastres naturales se deben a la negligencia criminal y la corrupción de empresas, funcionarios, técnicos y políticos. En Japón y en muchos otros países. Aunque los defensores de la energía nuclear quieran borrar lo evidente con declaraciones que la gente no cree.