Opinión
Ver día anteriorLunes 28 de marzo de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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A mí me gusta el primer tercio
A

unque al presidente Felipe Calderón prefiera el tercer tercio en una corrida de toros, según se desprende de la espléndida entrevista que le hace Javier Moreno en el periódico El País el día de ayer, a algunos como el que escribe, nos gusta más el primer tercio que suele ser el de la verónica en que se marcan los tres tiempos de lance fundamental, que es la verónica y en la puya se mide la bravura de los toros. En el tercer tercio el presidente Calderón registra la audacia de las grandes faenas, seguramente como continuación en el pase natural rematado con el de pecho, de la verónica y posteriormente el volapié que se realizan en contadas ocasiones.

Dos de los toreros con los que registré las emociones más intensas de aficionado fueron Pepe Luis Vázquez, sevillano, y nuestro Alfonso Ramírez El Calesero en la época de los 50 y en las actuales Curro Romero, que se retiró de los redondeles hace unos cinco años, que fueron maestros del primer tercio en su interpretación de la verónica. Al igual que el torero gitano Rafael de Paula, tan intenso que su toreo no se podía aguantar. Rafael cosido a puñaladas casi sin piernas, ni aire, ni pulso, toreaba fuera del cuerpo, pero… con duende y acabó con el andamiaje del toreo. Dio paso al Rafael de vientos de arena que llevaba el capote y mecía a los toros en la niña verónica con un capotillo de terciopelo azul ante públicos que no le pedían formas, sino esencia de las formas y aire que le llevara en andas para clavar las zapatillas en la arena al paso del burel.

El toreo de Rafael de Paula y de Curro era otra cosa, realizaban el lance fundamental del toreo, la verónica que mencionaba antes, más intenso, más peligroso (tanto que casi ninguno de los toreros en la actualidad la ejecuta clásicamente) vibrante y bella y si era rematada con la media verónica en el centro del ruedo, miel sobre hojuelas. Es esto el toreo clásico. En su temporada de despedida Curro ejecutó un quite de ocho verónicas, ligadas y rematadas en el centro de La Maestranza de Sevilla que a ver quién las mejora.

Naturalidad y hondura que abren la superficie de los redondeles y llegan las huellas que dejaron los grandes toreros. En otras ocasiones lo he mencionado Rafael atraía al toro, Curro lo distraía. Ambos lo hacían sentir a pesar de las broncas epopéyicas en las tardes de mal fario tocados por el maleficio torero. Uno y otro generaban más allá del llamado toreo de pellizco, la máxima expectación.