a alianza opositora no ha cuajado en el estado de México porque no hubo candidato idóneo que apelara a panistas y perredistas por igual; el gobernador priísta no cometió el error de imponer a su precandidato, como ocurrió en Oaxaca, Puebla y Sinaloa, y con ello también evitó una fuga del aspirante perdedor hacia la coalición opositora, como pasó en Guerrero, y las izquierdas tenían un candidato nítido con una trayectoria de izquierda impecable, como Alejandro Encinas. En Oaxaca, con un abanderado –Gabino Cué– con características similares a las de Encinas, AMLO optó por mantener una oposición discreta aunque inequívoca a las alianzas con el panismo. En cambio, en el estado de México vetó y amenazó con la ruptura de las izquierdas porque las elecciones en esa entidad son estratégicas para los comicios de 2012.
Todo lo anterior, sin embargo, no cambia un hecho sustancial: se trata de un estado donde verdaderamente funciona un tripartidismo y donde el electorado se divide en tres partes. Por ello, el factor clave es que exista un abanderado competitivo que enfrente al candidato priísta. Si esto ocurre, aumentará la participación ciudadana y la elección se polarizará entre dos. Aquí está el verdadero reto de las izquierdas mexiquenses.
Quisiera enmarcar estas reflexiones sobre el estado de México en el contexto partidista que despunta para 2012.
La parálisis política que condujo a la crisis de seguridad pública y al estancamiento, y luego a la caída económica, ha tratado de ser rota por cada uno de los tres actores políticos, subestimando la construcción de acuerdos y alianzas y, en cambio, sobredimensionando la capacidad propia para generar condiciones de gobernabilidad. Dejado a su libre juego
, el mercado político sólo ha producido gobiernos divididos. Se pueden ganar elecciones, pero eso no garantiza gobernabilidad. La única forma en que no produzca parálisis como resultado de la ausencia de una fuerza mayoritaria en el Ejecutivo y en el Congreso es, como en los mercados imperfectos, con intervenciones. Eso ha venido ocurriendo donde el peso de los gobiernos estatales ha inclinado la balanza en favor de los partidos gobernantes en el Ejecutivo como en los congresos. En los estados donde ha ocurrido alternancia, ésta ha sido producto de sucesos lamentables –como en Sonora– o de gobiernos estatales que operan en favor de otro partido político –SLP– o de las alianzas electorales.
Roto el eje de la gobernabilidad del antiguo régimen, basado en la tríada presidencia fuerte, partido hegemónico y constitución usada como arma política y no como ley suprema, la ruta para la construcción de un nuevo eje pasa por asumir en toda plenitud el pluralismo político y social. Lejos de juegos suma cero, la única manera de gobernar nuestro país y sacarlo del actual marasmo es por medio de acuerdos, alianzas y gobiernos de coalición.
Pero para que una alianza desemboque en un gobierno de coalición que efectivamente gobierne debe haber un claro deslinde político. Un pacto fundador de un nuevo régimen político en México requiere un gobierno de coalición a partir de un acuerdo parlamentario entre los tres partidos principales.
Para llegar a este punto, las izquierdas requieren presentar un claro perfil, el cual se construye desde el discurso y tiene al menos tres componentes: qué rumbo proponemos, con qué medios nos proponemos alcanzarlo y con cuál basamento ético nos comprometemos frente a la ciudadanía. Las izquierdas deben asumirse como una izquierda de valores. Con los valores clásicos de las izquierdas modernas: libertad, justicia, respeto a la diversidad, promoción de la competencia, solidaridad. Pero con un valor central: la promoción de la autonomía de individuos, comunidades y asociaciones. Es decir, contraria a toda forma de clientelismo.
Lo que es claro es que ha llegado a su fin una idea: que en política paga la ambigüedad.
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