Una joven y bella esposa
l sexagenario profesor de astrofísica Ilan Ben-Natan (Yossik Pollak) podía haberlo sospechado: las leyes de interacción gravitacional que rigen la conducta de los astros y sus eventuales colisiones en el cosmos pueden tener un equivalente, al menos metafórico, en las crisis que vive una relación sentimental en la que la mujer es 30 años más joven que su compañero.
La cinta israelí de Eytan Tzur, Una joven y bella esposa (Hitpartzuk X, nombre que alude precisamente a una erupción cósmica), empieza con una clase de física astral y pasa luego a describir el drama del hombre maduro que paulatinamente descubre que su mujer lo engaña con alguien más joven. Posiblemente la novela homónima de la escritora Edna Mazya, en que se basa la película, describa con más detenimiento las correspondencias de la energía astral y los problemas de la vida conyugal.
Sin embargo, a lo que nos convida el director en éste su primer largometraje, luego de realizar varias series televisivas israelíes, es a un melodrama bastante convencional sobre el tormento de los celos masculinos. De no ser por una vuelta de tuerca en el desenlace, irónica y atractiva, la película no tendría más espesor dramático que el de un telefilm pasional.
En manos de un realizador con algo de perversión y malicia (un Claude Chabrol, por ejemplo), los personajes centrales se habrían desprendido un poco de su primera condición arquetípica. En este caso, no hay mayor sorpresa ni interés en la manera casi providencial en que el marido descubre el engaño de su joven esposa ni en la manera en que prolonga su indagación.
Los personajes secundarios, la madre del profesor –recelosa de su atractiva nuera–, y su mejor amigo, un jefe policiaco eventualmente enfrentado a un dilema moral, se verán mecánicamente envueltos en la trama y en sus derivaciones previsibles.
Lo que la película promete al comienzo y cumple sólo a medias es la exploración de un territorio intimista: la dependencia amorosa, el desencuentro generacional y sus efectos sobre la pareja. Recuérdese la película Blanco, segundo segmento de la trilogía Azul-Blanco-Rojo, del polaco Krzysztof Kieslowski, para calibrar mejor las deficiencias de la cinta de Eytan Tzur en intensidad narrativa y en el manejo del conflicto amoroso.
En este terreno desmerece mucho la apuesta del realizador Eytan Tzur, que logró en las convenciones del thriller sólo el tipo de eficacia que pretende compensar por la ausencia de una verdadera inspiración artística.