El Palacio Real de Milán dedica magna exposición al notable artista
Se fortalece la teoría de que su quehacer es producto del ambiente de esa ciudad italiana y no del de la corte de Habsburgo
Pintó una veintena de cuadros e hizo unos 150 dibujos
Sábado 7 de mayo de 2011, p. 4
Milán. El Palacio Real de Milán dedica hasta el 22 de mayo una magna exposición a uno de sus ciudadanos más famosos, Giuseppe Arcimboldo (1527-1593), creador de rostros antropomórficos bizarros formados por verduras, flores y animales que por su artificio ejercen irresistible atracción en el espectador.
La curaduría es de Sylvia Ferino-Pagden, directora del Kunsthistorisches Museum, de Viena, y una de las máximas expertas en la obra del artista, en colaboración con la National Gallery of Art de Washington.
La banalidad del tema, considerando que hace sólo tres años París y Viena dedicaron una amplia muestra monográfica con la curaduría de la misma Ferino –que siguió a aquella pionera de 1987 en Venecia–, se compensa con lo que resulta ser la parte más original de la exposición: sostener la teoría avanzada desde el primer ensayo monográfico de Geiger (1954), que la obra de Arcimboldo es producto del ambiente milanés y no de lo erudito de la corte de Habsburgo, para la cual trabajó durante 25 años, desde 1562.
Por falta de pruebas había prevalecido la segunda teoría, porque de Arcimboldo no se conocía pintura alguna antes de su ida a Viena: los vitrales de la catedral de Milán, así como el tapiz y el fresco de las catedrales de Como y Monza, respectivamente, no son obras personales sino de colaboración.
Antes de Viena
Francesco Porzio, quien desde los años 70 postula la teoría de Geiger, descubrió
recientemente una de las series de Las estaciones en el castillo de Trausnitz, cerca de Munich, a la cual ha atribuido no sólo ser la primera versión del tema, sino además unos de los cuadros más importantes de Arcimboldo y los únicos conocidos en Milán antes de su partida a Viena
.
Los avances de los estudios podrán verificar si tal atribución es forzada o correcta, lo cierto es que la muestra inserta con espontaneidad el lugar que considero guarde en la historia del arte: más que un maestro en estricto sentido, la de un excelente artista ligado a las artes aplicadas cónsone con Milán como mayor centro de producción de objetos de lujo realizados en oro y plata, a los cuales venían aplicados muchos otros materiales, desde mediados del siglo XVI cuando Lombardía estuvo en paz, con estabilidad y prosperidad bajo la dominación española de los Habsburgo antes del declinar del siglo siguiente.
Erudición e ironía
Arcimboldo creó poquísimos cuadros: una veintena cuando mucho y unos 150 dibujos; al estar frente a ellos bebemos un sano licuado multivitamínico –que incluye numerosas frutas y verduras– donde deglutimos en unos cuantos sorbos la inmensa carga cultural manierista de la cual proviene.
Su maestría, por tanto, va entendida por su capacidad de sin-tetizar tal cantidad de influjos con una obra personalísima e ingeniosa en extremo y precursora del género de naturaleza muerta y del realismo que tanta influencia ejercerá en artistas como Caravaggio.
Deshilando con paciencia la madeja encontramos en su obra, por un lado, la herencia de los dibujos de cabezas grotescas
que Leonardo da Vinci realizó en su estancia milanesa, muy difusos en el tiempo; a esto se agrega el reciente descubrimiento de su conocimiento cauteloso de la naturaleza por haber sido un ilustrador científico (probable causa de su llamado a Viena). A esto se une el intelectualismo en su contacto con poetas y escritores, como Giovan Paolo Lomazzo, inicialmente pintor y luego tratadista de arte, aunado al gusto del coleccionismo aristocrático de objetos al límite de lo fantástico y lo real. Arcimboldo con tal cantidad de motivos resuelve su obra con creatividad, erudición, ironía y técnica.
Recorrer las numerosas salas que contienen más de 330 obras entre copas, manuscritos, objetos en piedras duras, esculturas en bronce, armaduras, telas finas, cerámica, medallas, camafeos, por citar algunas, es degustación de buen arte.
La percepción es de una planeación científica sólida, pero placentera, con la enorme ventaja de admirar aquellas bromas serias
contextualizadas en un gabinete de curiosidades renacentista, donde objetos naturales y aquellos producidos por el hombre (naturalia y artificialia) se entremezclan sin distinción alguna.
Rescate del anonimato
Privilegio absoluto: haber tenido las tres versiones distintas de Las cuatro estaciones juntas, desde la mencionada de Munich circa 1555-1560, la de Viena (y la Primavera de Madrid) de 1563 y la del Louvre de 1573.
Más sorprendentes, probablemente por ser menos comunes, son los Cuatro Elementos (Agua, Tierra, Aire y Fuego) y las Cabezas Reversibles que aparentan ser una simple naturaleza muerta que al voltear la imagen (con la ayuda de un espejo) se convierten también en raros personajes.
La apreciación de Arcimboldo es muy reciente: su obra permaneció ignorada por siglos y sus cuadros confinados en los depósitos de los museos bajo la clasificación de escuela de Leonardo
.
Fue en 1937, en la exposición Arte fantástico, dadá y surrealismo, que Alfred H. Barr, primer director del MoMA, lo rescató de manera definitiva del anonimato por no hablar de la importancia que fue para los artistas surrealistas y dadaístas que la muestra veneciana de 1987 analizó con profundidad.
Actualmente el Louvre asevera que en los años recientes, Las cuatro estaciones se han convertido en el mayor atractivo del museo después de La Gioconda.