El pintor no alcanzó celebridad como Tiziano por moverse en la periferia de Venecia
Reúnen en una exposición 56 obras, un tercio de las cuales son de procedencia italiana y fueron restauradas
Algunas son préstamos de la National Gallery de Londres y otros recintos
Viernes 20 de mayo de 2011, p. 3
Roma. Conocer a Tiziano y no a Lorenzo Lotto (1480-1556) es comprender a medias la pintura veneciana del siglo XVI.
Los dos artistas fueron venecianos (Tiziano llegó de niño a la ciudad lagunar), coetáneos y discípulos de Giovanni Bellini (de Lotto no hay certeza, pero su obra juvenil denota un profundo conocimiento del maestro), influenciados por la pintura tonal de Giorgione, enriquecidos por los estímulos culturales que ofrecía Venecia.
Lotto, por ejemplo, conoció personalmente a Alberto Durero. Sin embargo, no tuvieron la misma suerte.
La pregunta es: ¿por qué conocemos a Tiziano y no a Lotto? La respuesta es que Tiziano operó en el centro, estuvo al servicio de las cortes de la época y dominó la escena artística de Venecia, adecuando su estilo a los cambios del tiempo.
En contraste, Lotto se movió en la periferia, en el Hinterland de la Serenísima (Lombardía y Véneto) y en la región central de las marcas, al servicio de un culto patriciado, de una burguesía progresista y de importantes órdenes religiosas (los dominicos, a los cuales será cercano por decenios), pero de provincia. Con el tiempo disminuyó la clientela en cantidad y calidad y terminó sus días con penurias, en soledad. Se convirtió en oblato y murió en el santuario de Loreto, donde dejó todos sus haberes.
Vistazo a la evolución del artista
La exposición de Lotto que se presenta en las Escuderías del Quirinal (uno de los máximos espacios culturales de Italia, restaurado hace más de un decenio por el arquitecto Gae Aulenti) y concluirá el 12 de junio, con la curaduría de Giovanni C. F. Villa, es un modo de entrar en contacto con la obra del artista, vivir su grandeza.
Reúnen 56 cuadros, lo cual es una oportunidad única para abarcar de un vistazo la evolución de su obra, pues de otra manera habría que errar como hizo Lotto por muchos pueblos en la provincia italiana, donde se encuentra esparcida.
A esto se agregan los préstamos internacionales que la conservan con celo: el Louvre, de París; el Kunsthistorisches Museum, de Viena; la National Gallery, de Londres; Washington y Ottawa; Gemäldegalerie, en Berlín y la colección de la reina Isabel de Inglaterra, entre otros.
Dividida en dos secciones, se sigue un criterio cronológico pero sobre todo temático: los enormes retablos están en el primer piso y en el segundo los retratos, pintura de devoción privada y cuadros de tema pagano. La fuerza de la muestra no es de tipo crítico, ya que en los años recientes no ha habido grandes aportaciones, sino en la restauración.
Para la ocasión se restauraron un tercio de las obras expuestas, todas de procedencia italiana. Símbolo de tal acción es el restauro abierto de La Piedad, coronación del Políptico de San Domingo (1508), entre las más significativas del artista, que le valió el llamado del papa Julio II a Roma; está en precario estado de conservación.
Cuando murió Lotto, de manera paulatina se perdió la memoria crítica de su obra hasta caer en el olvido. La sabiduría de Bernard Berenson lo rescató de la sombra con el ensayo Lorenzo Lotto: An Essay in Constructive Art Criticism (1894). Su admiración por el pintor es tal que escribe a su hermana: si fuera un artista, me parecería a Lotto
, pues lo considera el primer pintor italiano sensible a los cambios de estado de ánimo humano
, lo cual hace de él, en modo preminente, un sicólogo
.
La introducción de Lotto al público masivo se inició con la primera muestra de Venecia, en 1953, y se reforzó en los años 90 con las monográficas de Washington, Bérgamo y París. Su notoriedad ha aumentado tanto que se calcula que la actual exposición cerrará con 80 mil visitantes.
Lo peculiar en la obra de Lotto es su modernidad; trabajar en una plaza secundaria le dio la facilidad de expresarse con mayor libertad y por ello superó el clasicismo renacentista. Por eso su pintura la sentimos moderna.
Según apunta Roberto Longhi en un ensayo de 1955, si el tiempo de Lotto hubiera entendido las innovaciones que aportaba a la pintura (introspección sicológica, un nuevo planteamiento del uso de la luz, indiferencia por las proporciones), “el arte veneciano hubiera tomado la dirección de Rembrandt y no la de Tintoretto.
“Desgraciadamente –concluyó Longhi– el mundo nunca ha concedido que un artista, expresando una nueva belleza que presupone una nueva moralidad, haga revolución total. Tanto, que es cierto que artistas como Lotto, Caravaggio, Rembrandt, terminan como vencidos, casi al margen de la sociedad donde se encuentran, por ser huéspedes indeseados, fuera de ritmo, más modernos que ésta.”
De Lotto emocionan las partes de la pintura menos áulica, más inmediata y cotidiana que es su parte más sincera, pequeños y deliciosos detalles presentes siempre en algún rincón de su obra, a veces imperceptibles que terminan por invadir la tela: ángeles que tiran pétalos de rosas de un canasto, San José que levanta una mantita para mostrar el niño Jesús a una santa, la anunciación con el gesto más veraz de una virgen que se haya visto y la huida de un gato ante la repentina aparición del ángel.
El color en Lotto, como la buena tradición veneciana enseña, es soberbio. Al estar frente a uno de sus cuadros se diluyen las figuras, pierden importancia y nos sentimos embriagados por el color con entonaciones a veces audaces. Naranjas con rojos, amarillos con azules, pero sobre todo el verde, un verde botella presente casi sin excepción. Si hay un rojo Tiziano, se propone un verde Lotto.s