A
lo largo de toda mi vida, me he hecho una cierta idea de Francia
, escribe De Gaulle al comienzo de sus Memorias. Para él, Francia es una idea. Esto acaba con cualquier concepción hereditaria, derecho de nacimiento, preferencia nacional, puesto que una idea no pertenece a nadie y es el lugar donde se comparten el ideal y el pensamiento.
Hoy, este ideal se halla sometido a una dura prueba. Francia está traumatizada. Un cataclismo acaba de caer sobre ella. Una catástrofe.
Apenas cruzo la puerta, escucho el murmullo ruidoso, el grito apagado, de la vergüenza. Veo las caras del desconcierto: se sabía, no se sabía. El rumor se acallaba en la complicidad del mundillo político, periodístico y de quienes saben leer los sobrentendidos, el lenguaje eufemístico bajo el cual se esconde eso
.
Uno de los personajes más importantes de la república francesa, responsable mundial en tanto director del Fondo Monetario Internacional y, al mismo tiempo, candidato preferido de los electores franceses según los sondeos sobre las próximas elecciones presidenciales, se encuentra en una cárcel de Nueva York, acusado de crímenes graves, agresiones sexuales, secuestro, tentativa de fuga, proezas notables realizadas en un hotel neoyorquino. Donde, según el célebre cardiólogo Bernard Debré, hijo del hombre que escribió la Constitución, era ya conocido por sus abusos sexuales. En la suite reservada a aquello que el rumor público nombra en la radio y la televisión grandes de ese mundo
. Un grande de este mundo
, puesto que así se les llama, habría violado a una sirvienta que penetró en la suite número 2086 del hotel para hacer la limpieza. Acaso a este gran personaje le pasó por la cabeza que el aseo debía entenderse de una manera más completa: la de las partes más íntimas de su persona.
Según las informaciones, la sirvienta es una persona de 32 años, madre de una quinceañera a su cargo, de nacionalidad afroamericana, conocida como una empleada modelo, una mujer discreta, irreprochable.
El hombre, entonces escasamente conocido en Nueva York, es célebre en Francia: se llama Dominique Strauss-Kahn. Fue ministro del gobierno socialista y, todavía ayer, favorito en los sondeos como futuro presidente de la República francesa. Su encarcelamiento brutal en una prisión de Estados Unidos cayó en Francia como un coup de tonnerre (un rayo), según las palabras utilizadas por la secretaria del Partido Socialista, Martine Aubry.
Sería erróneo pensar que el traumatismo no afecta más que a la izquierda y al Partido Socialista: el conjunto del mundo político en el poder o en la oposición es sacudido por el escándalo. La idea podría hacer caer la democracia: los hombres de poder se creen por arriba de las leyes, pueden permitirse todo, gozan de la impunidad. No representan al pueblo sino a una oligarquía que se reparte los beneficios de una república corrupta. ¿Es necesario decir que el resultado inmediato es la progresión del Frente Nacional, cuya nueva presidenta, Marine, es la hija del fundador, Jean-Marie Le Pen, quien tiene una figura menos ingrata que la de su padre?
¿Hacia dónde va Francia? ¿Dónde se halla la idea que a lo largo de toda su vida se hizo De Gaulle? La caída de Strauss-Kahn, el desplome de lo que él encarna, tecnócrata, economista, plantea una interrogación : ¿quién será presidente? La cuestión significa: ¿quién puede pretender representar Francia y, sobre todo, quién puede pretender asumir esta función con legitimidad? De Gaulle, Mitterrand, tuvieron muchos adversarios y enemigos. Las balas silbaron en los oídos de De Gaulle. Nadie, nunca, cuestionó su legitimidad. El traumatismo del caso Strauss-Kahn rompe la confianza entre los elegidos y los electores. Electo será quien cicatrice la herida.
Vigilado contra un posible suicidio, DSK sufre una visita cada 15 minutos. Debe ser ése el tiempo del infierno.
¿No alabaron los griegos el suicidio por honor?