annes, 20 de mayo. Menos mal que la competencia de Cannes reservó para su tramo final algunos de sus títulos más fuertes. This must be the place (Este debe ser el lugar), del italiano Paolo Sorrentino, ha sido al menos para quien esto escribe una de las sorpresas genuinas del festival. En sus películas anteriores, tres de ellas seleccionadas para este certamen, el director había acusado un exacerbado formalismo unido a un gusto por exagerar lo grotesco. En esta coproducción italo-franco-irlandesa, hablada en inglés, Sorrentino se centra en un ex roquero llamado Cheyenne (Sean Penn) autoexiliado en Irlanda y preso de una crisis existencial. La muerte reciente de su padre, con quien estaba distanciado, lo lleva a buscar al oficial nazi que lo había humillado cuando estuvo preso en Auschwitz y ahora vive oculto en Estados Unidos.
Contra las apariencias, no se trata de un thriller, sino de una vistosa road movie, resuelta con humor y, sobre todo, una carga emotiva sobre el elusivo concepto del hogar. La canción epónima de los Talking Heads –cantada por el propio David Byrne en una escena de concierto– se repite varias veces en la pista sonora, en una reafirmación del sentimiento que persigue al protagonista. En este caso el formalismo siempre manifiesto de Sorrentino encuentra su anclaje en la actuación de Penn, quien interpreta a Cheyenne con una rara mesura cómica, que sugiere a un miembro perdido de The Cure dado a la tristeza con actitud zen.
Ovacionada en su función de prensa, This must be the place se coloca como una de las favoritas para llevarse algo gordo. Sobre todo porque las otras candidatas, The tree of life, de Terrence Malick, y Melancholia, de Lars von Trier, han polarizado las opiniones, mientras que Le gamin au vélo, de los hermanos Dardenne, y Le Havre, de Aki Kaurismäki, se han visto como una repetición menor de las virtudes de sus autores. Aunque, claro, es dudoso que el jurado considere darle un premio a Von Trier después del escándalo que lo ha convertido en el paria de Cannes y la segunda persona más comentada en las noticias locales después de Dominique Strauss-Kahn.
En cambio, la otra competidora llevó a preguntar en qué estaban pensando los programadores cuando la seleccionaron. Drive (Maneja), ejercicio hollywoodense del danés Nicolas Winding Refn, es como el thriller existencial que Tony Scott hubiera hecho en los años 80 si hubiera querido imitar a Michael Mann. Todo es pose en esa intriga sobre un conductor profesional (Ryan Gosling, exudando actitud cool) que se ve involucrado con una banda de hampones por el amor de una mujer (Carey Mulligan, demasiado discreta).
No le falta artesanía visual al cineasta. Es sólo que esta se aprovecha mucho mejor en sus violentas películas personales –la trilogía Pusher, por ejemplo– que en una chamba hecha para ganarse derecho de piso. La proyección de Drive, recibida con aplausos de pitorreo a media película, hizo aún más incomprensible la decisión de mandar a Miss Bala, de Gerardo Naranjo, a Una cierta mirada, cuando pudo haber hecho mucho mejor papel en la competencia.
Ya solamente quedan dos títulos en pelea por la Palma de Oro. La verdad, sólo cabe esperar, por puros antecedentes, algo interesante de parte del turco Nuri Bilgué Zheylán, otro invitado frecuente a Cannes, que estrena Bir zamanlar Anadolu’da (Erase una vez en Anatolia). Porque la comedia La source des femmes (La fuente de las mujeres), del rumano Radu Mihaleanu, se ve como típico relleno del último día.
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