No somos antisistema, ustedes son antinosotros
ecía en un artículo a principios de año (19/02) sobre las primeras movilizaciones en Túnez y Egipto que existía un contexto que hace posible una proliferación de movilizaciones en el mundo a la manera en que la ola de rebeldía juvenil se expandió hace 43 años desde la Polonia comunista, la Francia republicana y el México autoritario
. Cuatro son factores claves. El desempleo juvenil, la insultante desigualdad entre un puñado de muy ricos y amplias masas en condiciones graves de pobreza. La revolución de las telecomunicaciones. La mediocridad y corrupción de las clases políticas.
Pero, sobre todo, están presentes los itinerarios específicos de las resistencias populares en cada país, en cada sociedad.
Los regímenes políticos son muy distintos entre las dictaduras árabes y las democracias europeas. Pero los rasgos ya señalados hacen previsible que por contagio crezca como marea la protesta popular. El manifiesto-protesta de Stephane Hessel (2009), ex combatiente de la resistencia francesa frente al nazismo, llamando a los jóvenes a indignarse, causó enorme efecto en Europa y más allá justo porque resumía el estado de ánimo y una propuesta central que ha recorrido todas las movilizaciones de 2011: Estoy persuadido a que el futuro le pertenece a los no violentos, la reconciliación de diferentes culturas. Es por esta vía que la humanidad entrará a su siguiente etapa
.
Cada movilización ha tenido su propio Hessel. Un individuo que convoca basado en sus resistencias pasadas, su propia indignación y su estatura ética. Como resumió Regis Debray en el Nouvel Observateur (24/02-3/3/2011): Fervor poético, intransigencia moral y moderación política: bella ecuación que impacta y detona. En México está en marcha esa movilización multiforme alimentada por una enorme vertiente de resistencias, movimientos, actos heroicos y memoria colectiva que no pertenece a nadie en particular y a todos en conjunto, y que ha logrado encarnar Javier Sicilia y el Movimiento por una paz con Justicia y Dignidad.
El gran dilema de toda movilización está –entre los acampados de España se ve ahora más claro– entre mantener la tensión creativa y solidaria de los movilizados y la construcción, mediante la deliberación con los poderes, arreglos institucionales que rompan las injustas inercias. Este momento decisivo en nuestra historia reciente se puede disolver como en el famoso cuento de Julio Cortázar, si el dilema se asume como contradicción irresoluble.
El cuento de Julio Cortázar transcurre en la autopista del sur camino a París, un domingo en la tarde, cuando se produce un enorme embotellamiento que apenas si permite que los automóviles avancen lentamente. Pasan las horas y los días; de un tremendo calor se pasa a un frío glacial y a la nieve para finalmente alcanzar nuevamente el sol y ciertos aires primaverales. En ese lapso la gente de los automóviles circunvecinos se conoce primero con indiferencia y recelo y después en la interesada búsqueda de generar un grupo que pueda atender tareas que van más allá del individuo: avituallamiento, sobre todo, pero también atención a los más ancianos y a los niños. El ingeniero –narrador de la historia y conductor de un Peugeot 404– se enamora de su vecina, la conductora de un Dauphine. En tanto se organiza el grupo de automovilistas, otra conversación ocurre por medio de la radio, donde se informa constantemente del inminente rescate de los automovilistas atrapados en el embotellamiento. Conforme pasa el tiempo la gente deja de atender a la radio y se ocupa más de enfrentar conjuntamente los retos de su convivencia. Al final, por alguna razón, se desbloquea la autopista y conforme los autos comienzan a agarrar velocidad se desintegra el grupo que se había formado. El ingeniero, que había acariciado la idea de tener un hijo con la Dauphine, no la vuelve a ver.
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