urante el festival de Cannes una colega española me comentaba que uno de los privilegios de estar allí era el poder ver las películas en las mejores condiciones de proyección posibles. En efecto, eso ya no es común en ninguna otra parte. Menos en México, donde nadie controla la calidad de las proyecciones en las diferentes cadenas. (¿Qué se hicieron los inspectores de antaño?) Y donde el principal interesado, el público, no parece estar al tanto de que le están dando un mal servicio: si uno intenta protestar en voz alta por alguna falla –que la película esté fuera de foco, por ejemplo– lo único que conseguirá es que los demás espectadores lo callen.
Lo sorprendente es saber que lo mismo ocurre en Estados Unidos, donde uno supone existiría una postura más vigilante. El crítico Roger Ebert se quejaba en uno de sus blogs recientes: “Cuando una película se ve mal, quiero pararme para informarle al gerente y pedirle que se lo haga saber al proyeccionista. Pero estos días el proyeccionista está ocupado manejando 12 proyectores digitales al mismo tiempo, y sé que me contestará: ‘Así es como se debe de ver la película. Así nos la entregó la compañía distribuidora’”. En México, la explicación es más sucinta. Así viene
, es la respuesta típica.
Ebert comenta sobre el viejo fenómeno de la falta de luz en las proyecciones, consecuencia en primer lugar de una política poquitera de las compañías exhibidoras. En teoría, tener las lámparas xenon a menor voltaje las hace rendir más tiempo. Pero hay otro factor por el cual las películas se ven oscuras. Según revela el crítico bostoniano Ty Burr en su artículo Let There Be Light (Que se haga la luz), la culpa la tienen ahora los proyectores digitales, porque los cácaros dejan puesta la lente para el 3D en las películas de sólo dos dimensiones. El efecto polarizador de la misma reduce la luminosidad de la imagen hasta en 50 por ciento.
Burr se pregunta: ¿Por qué los encargados no quitan esas lentes? Porque toma tiempo, cuesta dinero y se necesita un conocimiento técnico muy por encima del dominio del empleado promedio de una multiplex
. En México me consta que no están capacitados. Dado que pagan un sueldo mínimo, las cadenas contratan a pospubertos sin experiencia alguna, a quienes se les da una preparación básica. No saben cómo manejar el sofisticado equipo que está en sus manos. E igual ignoran otras cuestiones, como los formatos, las proporciones, el equilibrio del sonido y otras sutilezas.
La mala noticia es que los proyectores digitales se instalarán cada vez más en las salas cinematográficas hasta remplazar por completo los viejos de 35 milímetros, por la sencilla razón de que abaratarán los costos. Entre otras razones, las distribuidoras no necesitarán imprimir tantas copias y se ahorrarán el traslado de éstas a las diferentes salas.
También es un asunto de voracidad ante las ganancias del 3D. Hasta películas no concebidas para ese formato se han vuelto artificialmente tridimensionales
, para acomodar la nueva estrategia de extraer más billete a los espectadores. (El lector se habrá dado cuenta de que la cartelera capitalina está saturada por algo llamado Piratas del Caribe: navegando aguas misteriosas por la sencilla razón de que se exhibe en cuatro diferentes versiones: en 3D, en versión original y doblada al castellano, o en 2D, en versión original y doblada. El chiste es cubrir todas las opciones al espectador, para que no le quede de otra más que ver ese innoble churro.)
Ya lo dije hace poco en mi artículo sobre lo deforme que fue proyectada la película animada Rango. Los exhibidores confían en la bovina pasividad del público para seguir haciendo de las suyas. Las cosas seguirán igual mientras el espectador no proteste por la deficiente calidad de las proyecciones, la cantidad de comerciales que debe chutarse antes de obtener un servicio por el cual ya pagó y una programación totalmente parcial al blockbuster hollywoodense (que orilla, por ejemplo, al cine mexicano a desaparecer de la cartelera durante el verano). Quien no chilla, etc. etc.
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