¿Qué hacer, después de la marcha?
Energía social despertada
Las muertes en Torreón
Ciudadanos anónimos
un cuando su figura principal, el poeta Javier Sicilia, se conduce con un riguroso ánimo pacifista, confrontando y disolviendo incluso las expresiones altisonantes de plaza pública que pudieran ser usadas para atribuirle rasgos de violencia aunque fuera verbal a ese movimiento, la marcha por la paz se está convirtiendo en un impactante registro nacional de la barbarie permitida por los diversos niveles de autoridad de un Estado desfallecido y en un gran enigma respecto al curso que esa energía levantada tendrá en el corto plazo para convertirla en acción política y social transformadora y no en una nueva decepción, ya fuera por errores de los directivos, por la vuelta ciudadana a la desidia y el miedo, o incluso porque las tretas de la institucionalidad lograran entrampar, confundir y absorber sutilmente esta importante expresión de inconformidad nacional.
Entre otras cosas, la caravana vehicular rumbo a Ciudad Juárez ha ido develando con dolorosa claridad el hecho incontestable de que el aparato gubernamental de nuestro país, en sus niveles federal, estatal y municipal, ha practicado un pacto secreto de silenciamiento de la realidad y de burocratización paralizante de los obligados procesos judiciales que deberían acompañar a las denuncias ciudadanas de hechos de extrema violencia cometidos contra familiares secuestrados, torturados, desaparecidos y luego convertidos en un expediente oficial condenado al olvido. Sólo por ese hecho, por el abandono criminal de sus responsabilidades básicas, el sistema nacional de gobierno debería ser sentado en el banquillo de los acusados y sentenciado a su rehabilitación forzosa o incluso al paredón cívico.
Pero, además, la apesadumbrada marcha también ha podido constatar, casi por suscripción pública (Sicilia convertido en confesionario ambulante, familias relatando sus desgracias, llanto compartido ante el horror sabido pero ahora confirmado a orilla de carreteras, en actos públicos de desahogo), el devastador hecho de que en todos lados existe un evidente contubernio entre policías de las diversas corporaciones y los delincuentes sin placa oficial a los que supuestamente deberían combatir pero de quienes son informantes, protectores y verdugos.
Esa tenue esperanza de organización y lucha cívica para combatir la locura bélica institucionalizada ha recibido, como antes sucedió con expresiones parecidas, invitaciones oficiales para dialogar y transitar los tradicionales caminos de la política formal. El propio comandante en jefe de las acciones punitivas, Felipe Calderón, prepara una reunión con Javier Sicilia luego del viaje a Ciudad Juárez, a pesar de que muchas agrupaciones cívicas de damnificados de la guerra
, especialmente los de la propia urbe fronteriza tan golpeada, consideran que no tiene sentido una sesión así, con un gobierno federal que invariablemente ha traicionado sus promesas y ha agravado las cosas, como incluso se ha podido ver en ciertos hechos que parecieran respuestas violentas del calderonismo a la cuidadosa petición de señales
que Sicilia ha hecho para constatar que en Los Pinos están viendo y oyendo la movilización nacional. Ahora también el congreso federal ha invitado a Sicilia a dialogar, todo lo cual lleva al movimiento de conciencias surgido a partir de asesinatos de jóvenes en el estado de Morelos a definir su ruta política de trabajo y las acciones inmediatas de lucha, entre las cuales están consideradas las correspondientes a la desobediencia civil tan practicada años atrás por los propios panistas ahora en el poder.
Hay, además, los riesgos derivados de manera natural del hecho de que a nivel nacional y en forma abierta se esté presentando un frente de oposición a la violencia en curso, lo que constituye una suerte de reto para el poder del narcotráfico (entendido éste en sus dos vertientes clarísimas, la de los delincuentes en sí y la de las autoridades al servicio de ellos), acostumbrado a callar con extrema violencia y sentido disuasorio a quienes se atreven a protestar y denunciar. Un hecho preocupante lo constituyó, por ejemplo, el asesinato de trece personas en Torreón, Coahuila, a unas horas de la llegada de la caravana de Sicilia y a pocas cuadras del sitio donde se realizaría una reunión pública. En general, poca difusión reciben los múltiples hechos de violencia que se generan en aquella entidad cuyo control político y mediático tienen los hermanos Moreira, uno de ellos convertido en gerente de relaciones públicas de Enrique Peña Nieto, y otro en sucesor familiar designado. Coahuila vive una guerra de cárteles pero no sólo del narcotráfico sino también de la política, con bandos alineados con ciertos ámbitos de poder federal contra bandos alineados con ciertos ámbitos del poder estatal, la narcoviolencia como instrumento político aunque, para desgracia, con los ciudadanos en medio y con asomos o mensajes o coincidencias indeseables en relación con movimientos como el encabezado por Sicilia.
Astillas
En Twitter, @alcala8892 escribió ayer: “el nuevo terror del sexenio, ‘ciudadano anónimo’. ¡Uy!”. Buena observación pues, entre otras de las deformaciones de la legalidad que ha instaurado el calderonismo está el uso de los testigos protegidos y las llamadas anónimas como incomprobables instrumentos para echar a caminar mecanismos de represión, o de partidización judicial, conforme a los intereses y humores del jefe mínimo y sus secuaces armados. Terror a domicilio, pues con esas coartadas se ha abatido la protectora letra constitucional y se posibilita que cualquier ciudadano, en cualquier circunstancia, pueda ser agraviado en su persona, familia y bienes, y su casa allanada (todo esto, en un escenario relativamente benigno, es decir, sin llegar a la fase superior que constituyen los daños colaterales
) a título de presuntos telefonemas o acusaciones manipulables de delincuentes bajo chantaje...
Y, mientras sigue la telenovela tijuanense, y en Chiapas se declara en huelga de hambre el ex gobernador Pablo Salazar, acusado según eso por un ciudadano anónimo
, ¡hasta mañana!
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