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Bajo la Lupa

Recep Erdogan: el sultán del neo-otomanismo

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Actividad en una casilla electoral, el pasado domingo en Ankara, la capital de TurquíaFoto Reuters
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ocos países en Medio Oriente pueden jactarse de celebrar elecciones democráticas, como Turquía: actor relevante de la geopolítica regional y peso pesado del Islam sunita.

El Partido de Justicia y Desarrollo (Adalet ve Kalk›nma Partisi: AKP) arrolló por tercera vez consecutiva en las urnas otomanas, pero no consiguió las tres cuartas partes requeridas para cambiar la Constitución y transformar su sistema parlamentario en presidencial, al estilo francés.

Marwan Bishara, analista de Al Jazeera (12/6/11), considera que el resultado obstruye los planes de Recep Erdogan, el popular primer turco, para transformar el rostro de Turquía. El electorado aprobó el desempeño económico del AKP, pero no fue convencido de otorgar el poder absoluto al Sultán de Estambul.

A su juicio, le corresponde ahora al Sultán de Estambul consolidar la base de su partido, recalcar su pragmatismo y su compromiso para diversificar el nuevo Estado turco.

Lo más importante: el Sultán de Estambul deberá consolidar sus logros de los pasados 10 años y llevar a Turquía a un nuevo nivel, donde no solamente es un jugador regional, sino, también, el poder económico número 17 en el mundo, siendo cada vez un mayor jugador en la escena internacional.

Bishara aduce que el despertar árabe ha puesto en tela de juicio la política de cero problemas con los vecinos enarbolada por el canciller Davutoglu, lo cual llevó a la normalización de las relaciones de Turquía con los dictadores árabes, cuya mayoría se encuentra en desasosiego. Fustiga, no sin razón, que durante las revueltas del mundo árabe quedó claro que Turquía colocó sus intereses por encima de sus principios declarados, al bambolear entre sus dubitaciones y acomodaciones.

Bishara charló extensamente la semana pasada con el canciller Davutoglu sobre las relaciones de Turquía con el mundo árabe y se da el lujo de adelantar un pronunciamiento categórico en apoyo al cambio.

Jürgen Gottschlich, del portal Der Spiegel (13/6/11) –de Alemania (país que cuenta con una considerable diáspora turca y kurda)–, aduce que la victoria del AKP en el poder fue decepcionante, al no conseguir el objetivo planteado de dos terceras partes de los sufragios debido a la vigorosa oposición de los ultranacionalistas y los independentistas kurdos (entre 20 y 25 por ciento de la población, dependiendo de quien realice las estadísticas). A su juicio, la victoria con poco más de 50 por ciento de votos favorables suena más a derrota.

Gottschlich reconoce que la victoria del AKP se debió a su desempeño económico de crecimiento sostenido durante nueve años, a su política exterior pro palestina y a su gallarda posición frente a Occidente.

La génesis teológica del AKP, partido conservador islámico pro neoliberalismo económico, ha sido diluida en su proyecto y trayecto para evolucionar de acuerdo con las restricciones y deseos del mundo occidental, edulcorados con su semiótica muy peculiar de modernidad, la cual llevó a Turquía a ser el único país islámico miembro de la OTAN y a buscar pertenecer, hasta ahora estérilmente, a la atribulada Unión Europea.

Hoy el AKP ostenta un Islam moderado a los ojos occidentales, pero cuyo pasado proviene de la tradición conservadora mahometana, mientras no faltan simplistas analistas foráneos que lo ostentan como modelo de exportación teológico-neoliberal.

En forma interesante, los cada vez más poderosos Hermanos Musulmanes regionales –quienes empiezan a desplegar su poder teológico desde Túnez, pasando por Egipto, hasta Siria– apelan sin tapujos al exitoso modelo turco.

Pareciera acto heroico haber podido celebrar elecciones en Turquía cuando su periferia se encuentra incendiada. Aun países teológicamente democráticos, como Líbano, sufrieron dramáticamente casi cinco meses para formar finalmente un gabinete de 30 miembros bajo la férula del poderoso grupo militante Hezbolá y sus aliados, según la correcta interpretación de la televisora saudita Al Arabiya (14/6/11).

A mi muy humilde juicio, el triunfo de Erdogan, la nueva estrella brillante en el firmamento sunita, obligó al día siguiente a la formación del gabinete libanés dominado por los chiítas de Hezbolá.

Tales son los juegos de alta precisión electrónica, con sus pesos y contrapesos concomitantes en Medio Oriente, en general, y en la región del Creciente Fértil, en particular.

Días antes, en forma asombrosa, el Sultán de Estambul había declarado que los sucesos en Siria los consideraba como asunto doméstico de Turquía, conforme se iniciaba el flujo de refugiados en la trasfrontera donde el ejército sirio aplastaba la revuelta de Jisr Al-Shoghur, bastión de los Hermanos Musulmanes.

Cuando la verdadera política en una región que peca de hipercomplejidad suele ser practicada en los dédalos de los serrallos, no faltan analistas regionales, obnubilados por el epifenómeno de los sucesos, que aduzcan que la inusitada dureza retórica del nuevo sultán de Estambul contra su otrora aliado Bashar Assad, el atribulado presidente sirio, constituyó una táctica obligada en vísperas de las elecciones turcas.

En vísperas de las elecciones parlamentarias, la muy influyente televisora qatarí Al Jazeera (11/6/11) consagró en su emisión semanal Contando los costos un programa especial sobre el crecimiento espectacular de la economía turca (La voltereta económica de Turquía), hoy la segunda más veloz del G-20, tras haber sido rescatada más de una docena de veces por el FMI.

Desde el año pasado, durante mi gira por Turquía –cuando es una exigencia intelectual cotejar la teoría con los hallazgos in situ– había destacado su asombroso éxito geoeconómico (más que trivialmente económico), debido a su singular posicionamiento geopolítico como puente natural entre Europa y Asia en la fase de transición del caduco orden unipolar estadunidense al incipiente orden multipolar (y el ascenso azorante del BRICS: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica).

No es lo mismo Turquía durante la bipolaridad sovieto-estadunidense y luego en la fugaz unipolaridad estadunidense, que en la fase de reorganización multipolar del mundo donde ha avanzado sus vectores geopolíticos a sus cuatro puntos cardinales mediante la aplicación del neo-otomanismo, en rememoración nostálgica de su pasado imperial desde el siglo XV hasta el inicio del XX, con sus clásicas fases de grandeza y decadencia, comunes a todos los imperios terráqueos sin excepción.

Erdogan, nuevo sultán del neo-otomanismo –doctrina irredentista propalada por su muy capaz canciller Ahmet Davutoglu como afirmación del pasado imperial de Turquía con su modernidad geoeconómica– adujo que su triunfo había resonado y reverberado, además de Estambul (de la que Erdogan fue su eficiente alcalde), en varios sitios regionalmente estratégicos: Bosnia, Beirut, Damasco e Izmir, lo cual (re)confirma la vocación sin equivocación del destino turco del siglo XXI tras un hiato mediocre a lo largo del siglo XX.

Por lo pronto, en Beirut tomaron muy en serio el irredentismo neo-otomano del Sultán de Estambul.