a portentosa Plaza de Santo Domingo, la segunda en importancia después del Zócalo, conserva entre las magníficas construcciones que la rodean una señorial casona, donde vivió Leona Vicario, la generosa y valiente heroína independentista. Ambos calificativos no son exagerados. Heredera de una respetable fortuna, la gastó apoyando a los insurgentes, a quienes enviaba ropa, armas, medicinas y correos. Fue descubierta y encerrada en el convento de Belén de las Mochas, donde se le abrió proceso sin que lograran sacarle ninguna información. De aquí escapó disfrazada de negra, apoyada por un grupo de amigos de la causa que asaltaron el convento.
Ahí se iniciaron una serie de peripecias y penalidades que vivió en compañía de su esposo, el también insurgente Andrés Quintana Roo. Entre ellas destaca el haber dado a luz a una de sus hijas en una cueva, donde buscaron refugio para evitar ser atrapados por los realistas. Al triunfo de la causa independentista, el gobierno le reconoció sus grandes méritos y le fueron otorgados diversos bienes, para compensar lo que había dado a la lucha insurgente.
Entre ellos se contaba la mansión referida, donde falleció el 21 de agosto de 1842. Fue nombrada Dulcísima madre de la Patria
y Benemérita
. Ahora la casona, situada en la calle de Brasil 37, la ocupa la Coordinación Nacional de Literatura de Bellas Artes, que dirige Stasia de la Garza.
Estos días presenta en el hermoso patio la exposición, La Plaza de Santo Domingo ayer, hoy y mañana. La muestra permite apreciar en distintas imágenes como ha sido el espacio a lo largo de los siglos. Aquí conocemos la plaza en el siglo XVIII, con las carretas y las mercancías por las que los comerciantes tenían que pagar impuestos en la Aduana Mayor, monumental construcción que hasta la fecha existe, hoy aloja oficinas de la SEP. También podemos ver el antiguo convento de Santo Domingo, con sus varias cúpulas que cubrían entre otras a la Capilla del Rosario, que se consideraba una de las joyas barrocas de la Nueva España.
Todo esto se destruyó tras la exclaustración y para que no quedara huella se mutiló con una absurda calle, hoy llamada Leandro Valle, que como decía don Artemio del Valle Arizpe: no va a ningún lado ni viene de ninguno
. Sólo se salvaron el templo y la Capilla de la Expiración, situada en el lado occidental de la plaza. Esta se conocía como de los morenos
, pues estaba dedicada a las castas, que en el siglo XVII ya eran muy numerosas. El inmenso convento contaba con cuatro grandes patios, refectorio, sala capitular, biblioteca, enfermería con oratorio y botica; estaba decorado con magníficas obras de arte.
El templo, que por fortuna se preservó, luce una bella fachada barroca. El interior es de cruz latina con capillas laterales, unas en estilo barroco y otras en neoclásico. Seguramente, cuando se puso de moda este último estilo, a finales del siglo XVIII, decidieron rehacerlas y algo sucedió, por lo que no se concluyó la sustitución, quedando esta extravagancia estilística. Esto también se advierte en los imponentes retablos que enmarcan el Altar Mayor. Estos son de un lujoso barroco, refulgentes de oro y el central, de Manuel Tolsá, es en elegante estilo neoclásico. Hace unos años fue restaurado soberbiamente por el padre Julián Pablo.
Como recordarán, siempre que andamos por la Plaza de Santo Domingo hacemos una escala técnica
en el Salón Madrid, para tomar la botana acompañada de una cerveza bien fría y si es invierno un tequilita. Ya hemos comentado que este era sitio de reunión de los estudiantes de la Escuela de Medicina, que ocupó por muchas décadas el antiguo Palacio de la Inquisición. La llamaban la Policlínica y en recuerdo de las pintas
que ahí disfutaron, varias generaciones de médicos colocaron placas de bronce que aún se pueden ver.