La Cenicienta en Bellas Artes
a compañía Nacional de Danza (CND) del Instituto Nacional de Bellas Artes presentó en días pasados cuatro funciones del famoso ballet La Cenicienta –Cendrillon en francés y Solyushka en ruso–, obra estrenada en 1893 en el teatro Marinsky de San Petersburgo, y que sin lograr el éxito arrobador de otras obras del gran coreógrafo Marius Petipa, con la colaboración del inefable Lev Ivanov y el maestro de maestros de ballet, Enrico Cechetti, basados en un cuento de Perrault, lograron, aunque sin proponérselo, que la idea de la obra, así como vestigios de su estructura coreográfica, nos llegaran hasta el siglo XXI.
El ballet, en aquel entonces con música del Barón B. Fintinhof y cuya versión parece haber desaparecido por completo, fue cambiado en varias ocasiones a gusto de los coreógrafos y compañías posteriores en un lapso de dos siglos. De igual modo la coreografía fue adaptada por grandes coreógrafos de países donde el ballet fue una actividad cultural permanente, como Francia, Italia, Rusia, Estados Unidos, Cuba, etc.
La versión que hereda la CND proviene de Inglaterra y Estados Unidos, de sir Ben Stevenson, autorizada para Tim O’Keefe. Si bien todas las Cenicientas del mundo deben contar mínimo con un gran salón y la cocina de Cenicienta, las transformaciones coreográficas son enormes. Por ejemplo, la mayor parte de ellas eliminó de la partitura el tratamiento inicial a las danzas de los diferentes países donde el Príncipe fue a buscar a Cenicienta con su zapatilla encantada, hasta lograr más o menos el asentamiento definitivo de la obra con la música de Prokofiev de 1945, después de la guerra.
Esta música, a pesar de la genialidad reconocida del maestro Prokofiev, no logró el éxito deseado, aunque valen por toda la obra el vals del palacio y el dramático tratamiento de las 12 campanadas que tiene de plazo Cenicienta para abandonar el palacio y regresar a su cocina, so pena de desaparecer todas sus ricas galas y joyas proporcionadas por el hada madrina, incluyendo la famosa zapatilla que pierde en la gran escalinata en su apresurada huida.
La primera y original Cenicienta, en la versión de Petipa, fue la gran bailarina italiana Pierina Legnani, quien se dice aportó el legado de los 32 ronde jambe-fouetteés realizados por primera vez en este ballet y reproducidos tiempo después en El cisne negro de El lago de los cisnes, también estrenado por Legnani, y que con el tiempo se convirtió en el parámetro indispensable de toda gran bailarina, capaz de demostrar este prodigio atlético académico como prueba de su gran nivel técnico e interpretativo.
Se podría discutir esta meta como prueba de la categoría indiscutible de una bailarina, pero resulta que el público de todos los tiempos de algún modo exige y se fascina con este tour de force del ballet con cierto aroma circense.
Otra gran bailarina del Ballet Imperial de San Petersburgo, contemporánea de Pierina Legnani y Petipa, fue la famosa Kschesinskaya, de quien se dice era la amante del zar, y también interpretaba los roles principales de los ballets de la compañía. Ella logró imponer para sí el título de prima ballerina assolutta mundialmente, y desde entonces se utiliza internacionalmente para quienes lo merecen.
En América Latina, la única bailarina que ostenta este título, además con el assoluttissima, es la cubana Alicia Alonso, creadora del Ballet Nacional de Cuba
Los 70 bailarines, los ostentosos trajes y escenografía de René Durón, así como la participación estelar de Elisa Ramos y Agustina Galizzi como Cenicienta (aunque les moleste a los oscuros), la de Jazmani Hernández y Erick Rodríguez como El Príncipe, y la Orquesta Sinfónica del Teatro de Bellas Artes, bajo la batuta del maestro Juan Carlos Lomónaco, sin duda lograron un éxito más en la ruta hacia la perfección y el profesionalismo de la CND.