René Magritte se ha vuelto más relevante que nunca, afirma la galería
más familiar de los surrealistas
La exposición reúne un centenar de cuadros, dibujos, gouaches y sus últimas esculturas
El artista belga expresó su visión de la vida como algo elusivo, perturbador y misterioso
Jueves 23 de junio de 2011, p. 5
Londres. Todos creemos conocer el surrealismo. Su imaginería, sus yuxtaposiciones y paradojas, su incursión en el subconsciente se han vuelto parte tan intrínseca del lenguaje visual, que es casi imposible concebir el siglo pasado sin él. Y, sin embargo, su misma popularidad nos ha hecho olvidar lo que sus artistas y poetas en verdad se proponían: hacernos ver al mundo y a nosotros mismos con una nueva mirada.
De ningún otro artista es esto más cierto que de René Magritte, el gran artista belga. Sus imágenes del sombrero hongo, las nubes de pan y la lluvia de figuras humanas se han vuelto los símbolos más conocidos del movimiento y puntos de referencia reconocibles al instante tanto en la publicidad como en el arte popular. Sin embargo, la intención de este purista del surrealismo se ha perdido. Él, que esperaba abrirnos los ojos a una nueva forma de mirar a través de las figuras más simples, ha sido oscurecido por su propio éxito.
La galería Tate de Liverpool intenta enfrentar esa paradoja al montar, a partir de finales de este mes, la mayor exposición de este artista en Gran Bretaña: un centenar de cuadros, además de dibujos, gouaches, ejemplos de su trabajo comercial y algunas de sus películas caseras, además de sus últimas esculturas.
“El objetivo –explica el curador, Darren Pih– es explorar lo que motivó a este pintor singular y mostrar por qué se ha vuelto más relevante en el mundo de hoy.”
La tarea no es tan fácil como podría parecer. Al mirar su obra, dos cosas causan impacto: una son las imágenes directas; la otra, que están compuestas para confundir y desorientar al espectador. En La condición humana (1933), un paisaje a través de una ventana es oscurecido en parte por un lienzo que reproduce con exactitud ese mismo paisaje. El paisaje está así tanto fuera como dentro de la habitación.
Las cosas visibles siempre ocultan otras cosas visibles
, explicó el autor, dando a entender que el propio paisaje podría ser sólo un lienzo que cubre algo oculto más allá.
Magritte y sus colegas surrealistas juegan sin cesar con la realidad y la ilusión, en un esfuerzo por romper nuestras presunciones sobre la solidez de los objetos y, en el caso de Magritte, para imbuirnos una sensación de misterio de las cosas y los pensamientos. En Golconda (1953), hombres de bombín cuelgan en el espacio en líneas geométricamente dispuestas a través de un paisaje urbano, como si fueran lluvia, sólo que no se sabe bien si caen o suben. En Tiempo transfigurado (1938), sólo el tren va hacia ninguna parte mientras el espejo está vacío en su mayor parte. En Mujer-botella (1945), la figura desnuda de una mujer está confinada entre las líneas rectas de una botella de vidrio. En Clarividencia (1936), un hombre pinta un ave con alas desplegadas cuando en realidad está mirando un huevo. La más famosa es una pipa pintada a la perfección en Traición de las imágenes (1929), que lleva la leyenda Ésta no es una pipa
, supremo ejemplo de la obsesión de Magritte por poner palabras en los cuadros, no sólo como comentario, sino también como fuente de ambigüedad.
¿Juguetón o perverso, lúdico o pueril? Lo que marca a los surrealistas es su sentido del humor, su deseo de sorprender con sus juegos. Es casi imposible saber hasta dónde hay que tomarlos en serio o especular con posibles significados de obras destinadas a retratar la nada.
Lo que distingue a Magritte no es la pasión subyacente en su obra, sino el formalismo de su arte y la fragilidad de su sentimiento. Desde el principio abordó el arte como un medio de expresar su visión de la vida como algo elusivo, perturbador y misterioso.
En referencia a los artistas jóvenes de su tiempo, dijo una vez: Quieren revolucionar el arte. Yo quiero liberarme de él.
Y fue ese misterio, el sentido del asombro, lo que lo hizo tan diferente de la mayoría de los surrealistas. Lo que quería y logró en sus mejores obras no era tanto desafiar al espectador como intrigarlo para que viera la vida liberada de lo concreto y del momento presente.
Quería desconcertar al espectador, pero también levantarle el ánimo. Su reacción a la ocupación alemana de Bélgica en la Segunda Guerra Mundial fue salirse de su estilo tradicional y utilizar el pincel a la usanza impresionista porque, en esos días de oscuridad, la gente necesitaba sentir alegría. Hacia el final de la guerra estalló en lo que llamaba su periodo Vaché, en el que sus imágenes se volvieron casi cómicas.
La Tate Liverpool afirma que la razón para revisarlo ahora es que se ha vuelto más relevante que nunca. Le faltó agregar el sentido de la duda, que en el pintor se abre hacia el asombro, y el asombro hacia la duda. Es lo que hace a Magritte tan popular con el público: tal vez cause confusión, pero, a diferencia de otros surrealistas, no se pone a contar cosas, sino conduce al espectador más allá de ellas, hacia una visión libre. Se pone de su lado.
La ironía de Magritte es que sus imágenes, tan al alcance de un exitoso decorador de escaparates, lo hacen de sobra conocido. No necesitamos una gran exposición para confirmar una fama surgida de los márgenes de la teoría crítica y el rechazo del modernismo. Pero sí necesitamos una que despliegue la libertad de la mente
y el dominio de las dificultades técnicas
que con tanta persistencia buscó lograr. Si al presentar sus obras en toda su variedad y a través del despliegue temático la Tate Liverpool lleva al público a sentir esa aspiración, habrá cumplido su propósito.
No debemos temer a la luz del día sólo porque casi siempre ilumina un mundo miserable
, dijo alguna vez. Eso es lo que da a René Magritte su verdadera relevancia el día de hoy.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya