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Ver día anteriorLunes 4 de julio de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Todo dice
A

nda, para decirlo no hace falta el titubeo, así que corta esa basura de gesticulación cariacontecida y muéstrate tal cual. Bien sabes a qué me refiero. Despójate de dobleces, velos y afeites, desnuda tu piel hasta en sus zonas más delgadas. Déjate llover así nada más, mas no esperes recompensa ni reconocimiento. Y ruega que te toque desdén como respuesta, te habrás salvado del diluvio del odio, que es lo peor de lo peor.

Del mismo modo que los ciegos ven lo que tú no te imaginas, no existen los tímidos, los inseguros, los mudos ni los tartamudos. Cualquiera es elocuente y claro, no sólo los habladores que hilan discursos y bordan con las palabras un vacío.

Nuestra sola presencia dice todo por nosotros, no importa cuan insignificantes, desconocidos o indescifrables. La expresión es el tesoro humano por excelencia, nadie se atrevería a refutarlo.

Tú por ejemplo. Hablas cuando callas muchas veces mejor que cuando hablas, por bien que te salgan las frases. Aún en tierras donde no entiendes el idioma, lees al que encuentras, que te lee y te interpreta aunque no quieras. Ya ni debes sorprenderte.

Qué enciclopedia eres de personas que te han hablado de todas las formas, a gritos, en verso, al oído, en silencio, de espaldas frente a un espejo, inmóviles o desapareciendo. ¿Aprendiste al fin a escuchar? Pienso que sí. No se te daba, ¿te acuerdas? Cuánto te ocupaste en cosas mejores que escuchar. Como si te asesorara un político profesional: no pierdas el tiempo escuchando, finge atención pero obedécete, corre, haz lo que te conviene.

Cuántos tomos de historia y teoría económica caben en un mendigo derrotado, cuántos balazos y latigazos en los sobrevivientes de una masacre, cuántos nombres en los hoy extintos directorios telefónicos, cuántos aullidos de espanto en la paz de una fosa común.

Cuánto del dolor que causaste, y de todo el que has recibido, se te dibuja en la cara, en esta arruga, en aquel moretón que no baja. ¿Y el amor recibido? Cuánta suavidad en ese irrefrenable mohín tuyo de ternura que me mata, aprendiste a darte cuenta, a usarlo para dominarnos a tus adoradores. Todo en ti es lenguaje. ¿En quién no?

Nadie puede evitarlo. Ni los que se entrenan fríamente para mentir. Ni los que aprenden a controlar sus emociones o reflejar las de otros, de personajes tal vez ficticios. Ni los que con falsas promesas pastorean almas hacia el abismo. Todos decimos lo que decimos, así sea con mímica, pegándole al tambor de hojalata o nadando de muertito.

Pero qué caso tiene que te lo diga, si lo sabes mejor que nadie. Eres de la pocas gentes que conozco que lo ha sabido siempre, hasta parece que naciste sabiendo.

Por lo demás, no te preocupes, todos estamos locos. Aunque algunos crean que pueden disimularlo, no hay engaño que dure 100 años.

Dibujo de infancia

Condensado en el fuego de un entusiasmo a lo largo de un lapso absurdamente largo, junto al vaso continente de un agua que no toca nunca el fuego, sólo lo acaricia a la distancia, le concede un anillo de agua que el fuego respeta, y nada más.

Sobre la hoja de papel amartillado encontrada entre los forros del armario, iluminado con crayón rojo infantil, pero suficiente, el incendio es impermeable como la cera que lo dibujara e iluminara en la cuerda escolar. ¿O prescolar, cuando todos los niños son Picasso? Una representación del agua al lado de las llamas, alada en manchones azul marino, crayonazo brutal como una puñalada.

En aquel momento la calle relativamente tranquila lucía asoleada, indiferente al incendio, el estanque o lago en el papel.

¿Fue un sueño, una puntada imprevista y remota, una premonición? ¿Antídoto contra la gris realidad futura de los claudicantes, el olvido, las imposibilidades que sin gran desgracia se dejan venir en una de tantas, como si cualquier cosa? De tal materia están hechos el ocio y la inspiración. Algunos pirómanos no hacemos ruido y no por eso es menos ardiente nuestro batallar.

Los ribetes amarillos, aureola de las llamas, se difuminaron por el asedio del tiempo y ya no se ven, quedaron desnudas las lenguas rojas de un incendio representado puerilmente hace 50 miles de años, cuando la imaginación en blanco era nueva y muy verdes los recursos expresivos.

La posesión del lenguaje no venía aún como en las estampitas pías la famosa venida del espíritu santo, la popular escena de las flamitas del don de lenguas sobre un puñado de individuos, los inminentes apóstoles de la primera globalización exitosa de algo. El futuro amagaba, todavía no prendía. El agua bullía, ignorante de que ya se evaporaba, de que el fuego de los años impondría su inagotable fábrica de ceniza.