Sábado 9 de julio de 2011, p. 7
Como río que pierde sus riberas
            mi corazón invades. Yo te siento
            en cuanto se repliega el pensamiento
            hacia sus más recónditas laderas.
Quema tu paso, queman tus hogueras
            y la razón se queda sin sustento.
            El alma la modela el sentimiento
            y se exaltan las viejas primaveras.
¡Oh ciega fuente de melancolías
            que se lleva tan sólo nuestro olvido
            y nos deja tan sólo la tristeza!
¡Cómo mueres en mí todos los días
            y en tu niebla recobra su sentido
            la España a la que vuelvo la cabeza!
Sonetos del destierro Soneto II
No quiero que derrames tu lamento
            mientras haya una lengua encarcelada,
            si no tienes tu mano derrotada
            porque llueve en tu sangre fuego lento.
            ¡Que tus llantos naveguen sin acento
            naufragando en la arena atormentada
            para ser muro firme en la hondonada
            donde crece esa herida que yo siento!
            Caluroso a la nieve des tu mano,
            al alto tronco cuyas ramas quiebran
            cuando florece tu temor en vano.
            ¡Que tus brazos derrumben mordeduras
            mientras hilos de luz juntos enhebran
           amargos dedos por batallas duras!
Soneto VIII
¡Oh, tronco adolescente, sin sabores,
            navegante de nortes inflexibles,
            prisionero de ramas impasibles,
            mientras nada en alientos imposibles
            tu lengua moribunda y sin olores.
            ¡Agua amarga desnuda tus dolores
            hundidos entre escollos invisibles,
            lamiendo sangre y gangrenando flores!
            ¡Oh, tronco, navegando sin ramales,
            nacido del dolor –oscura suerte– y
            empapado de enfermos ventanales!
            ¿Cómo olvidar tu pulso sin latido,
            descendiendo del brazo de la muerte
            cuando tengo yo el pulso bien mordido?
Estos dos sonetos, recopilados en El pulso ardiendo (1942), se publicaron originalmente en 1941 en la revista Taller, que dirigía Octavio Paz.
Sentencia
Si el árbol de la sangre se secara
            y el corazón, ya seco y sin latido,
            fuera polvo total, norte abolido
            que nadie en este mundo recordara
            si el alma sin soporte se quedara
            y la tierra, materia del olvido,
            de muertos se cubriera y lo podrido
            en un bosque de heridas germinara
            si el crimen no tuviera más oficio
            que escarbar en la tierra desolada
            para dejar al mundo su simiente,
            la dulce brisa, el leve precipicio
            tornaríanse, al fin, en cuchillada
            o en abismo mortal para tu frente.
El desterrado
El árbol más entero contra el viento
            helo en tierra, deshecho, derribado.
            Congregando su furia en un costado
            el hacha lo dejó sin fundamento.
            –Oh, sueño vertical petrificado–,
            con todo su volumen desplumado
            tan sólo de la muerte es monumento.
            Y tú, desnudo y leve junco humano,
            contra el viento amarillo del olvido,
            contra todo rigor, estás erguido.
            Torre humana o árbol sobrehumano,
            contra el hacha, en el aire levantado,
            sin raíz ni cimiento, desterrado.
 
       
	
       
 
     










 
      
	          
	       