l comportamiento de la casta intelectual en tiempos tan desafiantes como éste lleva a pensar que vivimos en una pesadilla de Guillermo Prieto, el admirable autor liberal del XIX que vivió los desgarramientos y la victoria (también intelectual) sobre la conserva monárquica. Y no que todo el tiempo sea progre la casta mencionada, pero nunca como ahora había estado más a la derecha y tan lejana del país que le da tema y manutención. Perdón por el esquematismo elemental de derecha-izquierda, pero quién dice que no puede ser esquemática la realidad en ciertos casos.
Basta ver la enjundia (unas veces irónica, y muchas, insultante hasta en lo gramatical) con que abordan los intelectuales mainstream lo que tenga que ver con la plebe. Salvando las diferencias obvias, que estos pensadores no distinguen, se meriendan a AMLO y el PRD tribal, las protestas sindicales, el debate por la educación popular, el movimiento de víctimas desatado por Javier Sicilia (y se van contra él como intelectual, o lo cabulean). Y peor cuando opinan de fenómenos sociales más profundos: el movimiento indígena y los zapatistas en particular, la APPO, Atenco. No pocas veces traslucen un burdo racismo, atizado por los comentaristas (esa excrecencia de la casta intelectual). Los clásicos dirían que es un asunto de clase, pero hoy es incorrecto hablar en términos marxistoides. Y sin embargo, caracterizar a esta casta pide menos generalización de lo que parece. Sucede que en el fondo todos son iguales, como en tiempos de Gramsci.
Dominan el mercado editorial, las revistas culturales más rentables, las barras de opinión de las televisoras y de no pocos bares, los cargos claves, las interlocuciones adecuadas, los premios nacionales. Fondos a su alcance. Las becas les sonríen. Unos son escritores, otros habladores. O ambas cosas. Es particularmente notable la cantidad de literatos que hoy publican columnas periodísticas en los diarios. Casi tan notable como constatar cuántos nada tienen que decir.
¿Qué pensarían don Guillermo y sus contemporáneos Ignacio Manuel Altamirano, Francisco Zarco o El Nigromante? ¿Estos son los nuevos maestros de la nación
? Oscilarían del pavor a la güeva. Hoy, la casta intelectual coincide en avalar de palabra o silencio cómplice a la ultraderecha en el poder político, económico, mediático, y mientras, con sus matices y pespuntes, alucina al peladaje de la izquierda, sus cursiladas, sus debilidades, sus farsantes, sus corrupciones. Nunca vemos a sus miembros burlarse ni criticar con el pétalo de una rosa al gobierno reaccionario y confesional, ese sí corrupto. Y como a éste, les preocupa la seguridad y lo que entienden por legalidad, democracia, racionalidad, prestigio. A nadie le parece raro que se pavoneen juntos Fernando Savater y la maestra
Gordillo.
De tal modo, si hablan de política (pueden no hacerlo, y hasta se ven más bonitos), prefieren llenarse la boca de burlas y rencores contra Fidel Castro o Hugo Chávez, esos pecadores autoritarios. No se les ha visto cuestionar así los genocidios de Estados Unidos y la barbarie de Bush y Cheney, las atrocidades de terciopelo de Gran Bretaña o Francia en África y Medio Oriente, la ocupación de Haití, el golpe en Honduras. Ya no digamos la guerra en Afganistán, que nos incumbe más de lo que pensamos.
Es más fácil pitorrearse de la propaganda del candidato Encinas en Toluca, de los machetes, las barricadas o los nacos que bloquean calles, causan embotellamientos y si acampan usan de letrina los camellones.
No les gusta México, y mucho menos los actuales mexicanos. Algunos de la casta hacen alarde y pergeñan libros acerca de ello. Con unanimidad se afilian a la escuela del súperliberal peruano Mario Vargas Llosa y se preguntan: ¿en qué momento se jodió México?
Concluyen que somos un pueblo culero, que vota mal, no piensa en grande, se mata a lo tarugo, come tortas, transa, miente, pospone, roba. Parte de estos analíticos intelectuales nos sueña sucursal yanqui estilo Puerto Rico. Para muchos más, con que les mantengan su torre de marfil, el contexto da igual. Siempre habrá de qué hablar con desprecio.
No les preocupa en cambio la extinción de los derechos laborales, ni que las mineras destruyan nuestro suelo. Les parece bien que nuestras playas se conviertan en salones de baile para los ricos del orbe, o que se implanten los transgénicos, algo hay que hacer contra el hambre. Al fin que ellos pueden pagar lo orgánico y desperdiciar su voz.
¿Hambre? ¿Eso qué es? Vargas Llosa como precursor: quiso ser presidente (para redimir a esos brutos, claro). Perdió. País jodido, no me mereces. Ahora me hago súbdito español y marqués de la Cucaña. Abur.
Acá igual. Somos pueblo naco, acarreado, sumiso, irredimible. No merecemos a esos listos tan independientes
en su sometimiento a las reglas del poder, tan lúcidos como su última puñeta. (Nada contra las puñetas, conste.) Para ellos, cualquier cosa es mejor que los mexicanos.