principios de este mes estuve en Berlín para asistir a la conferencia anual del movimiento Pugwash, fundado a raíz del manifiesto en contra de las armas nucleares que en 1955 suscribieron Albert Einstein y Bertrand Russell. En Berlín vivió Einstein hasta que, con la llegada de Hitler, huyó a Estados Unidos; en Berlín, durante la Segunda Guerra Mundial, se decidió hacer el primer intento por fabricar una bomba atómica, y en Berlín terminó la fase europea de esa contienda.
Esta conferencia de Pugwash fue la más concurrida de los últimos años. Participaron más de 350 representantes provenientes de 43 países. Una décima parte de ellos eran jóvenes que inician su vida profesional. Los demás éramos ya mayorcitos.
La conferencia me sirvió para confirmar una impresión que he venido madurando sobre Alemania, los alemanes y su papel en el la historia del siglo XX. Me explico.
De adolescente le tuve cierta alergia a todo lo alemán. Hacia 1960 conocí a unos estudiantes de Hamburgo y se me hicieron bastante normales, salvo el nombre de uno de ellos (Adolf). Lo habían bautizado así en plena guerra.
Con los años fue desapareciendo esa antipatía. Hace casi 40 años que vengo visitando Alemania con distintas cachuchas: turista, enviado diplomático y participante en reuniones de desarme, estas últimas en su mayoría en la desaparecida República Democrática Alemana. Con el tiempo fui entendiendo cosas que sólo el tiempo nos puede esclarecer. Son cambios generacionales y me fui dando cuenta de que no podía exigirles a esos estudiantes de Hamburgo una explicación de los pecados de sus padres.
Mi impresión hoy de Alemania es la de una sociedad sumamente responsable e interesada en la solución de los grandes problemas que aquejan al mundo. Piensan en la pobreza, el hambre, la violencia de todo tipo, el medio ambiente y el desarme. Por supuesto que mis interlocutores alemanes en la conferencia fueron personas más interesadas en esas cuestiones que el resto de la población.
Lo cierto es que estuve muy a gusto en Berlín y como en otras visitas a Alemania no dejó de sorprenderme lo mucho que ha logrado ese país. Tras su reunificación en 1990, los alemanes se mostraron muy dispuestos a ayudar a los habitantes de la parte oriental a lograr los niveles de vida de la parte occidental. Esa solidaridad se convirtió en un impuesto temporal (Solidaritätszuschlag). Hasta la fecha el gobierno federal lo sigue cobrando y equivale a agregar más de 5 por ciento a los impuestos que los alemanes pagan sobre todo tipo de ingresos.
Hoy esa actitud solidaria de los alemanes se ha visto confirmada (no sin cierta resistencia) a escala europea, sobre todo en el caso de Grecia.
Durante la semana que duró la reunión tuve ocasión de platicar con muchos alemanes, casi todos ellos vinculados a Pugwash, empezando por los miembros de la federación de científicos alemanes (VDW, por sus siglas en alemán). La VDW tuvo su origen en un manifiesto suscrito en 1957 por un grupo de científicos, incluyendo los premios Nobel Werner Heisenberg, Otto Hahn y Max Born. Siguiendo el ejemplo de Einstein y Russell, el grupo se declaró en contra del desarrollo de las armas nucleares en general y en particular de la presencia en territorio alemán de armas nucleares estadunidenses. Curiosamente, algunos de ellos habían colaborado en el proyecto atómico de Hitler. Y hoy Alemania y algunos otros países miembros de la OTAN siguen debatiendo la permanencia de armas nucleares tácticas (de corto alcance) en su territorio.
Los científicos y delegados alemanes con los que platiqué están comprometidos con un mundo libre de armas nucleares y una Alemania pacífica y pacifista anclada en la Unión Europea. Pero sienten también algo que el ministro de Relaciones Exteriores, Guido Westerwelle, esbozó en su discurso de apertura de la conferencia: debe buscarse la manera de darle a Alemania su lugar en el mundo.
Ese reclamo se traduce desde hace décadas en su petición de un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Y basan su solicitud en su poderío económico. Argumentan que la composición del Consejo de Seguridad, con sus cinco miembros permanentes (China, Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Rusia), ya no refleja las realidades internacionales y que, por tanto, deberían agregarse más lugares permanentes.
Resulta obvio que el peso de Alemania en el escenario mundial y europeo no está reflejado en las estructuras de poder en los organismos internacionales. Piensen en el Fondo Monetario Internacional. Desde su fundación, en 1946, ha estado dirigido apenas cuatro años por un ciudadano alemán. En cambio, cuando Christine Lagarde termine su actual mandato, nacionales de Francia lo habrán encabezado durante 40 años.
Muchas personas mayores en Alemania no entienden por qué sus dos principales socios europeos (Francia y Reino Unido) siguen siendo miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Quítenles a esos dos países sus armas nucleares –argumentan– y ocuparían un lugar inferior al de Alemania en el concierto de naciones. De ahí que insistan en un reconocimiento internacional a ese pueblo que tanto ha logrado desde 1945.
Entre los jóvenes alemanes participantes en la conferencia Pugwash detecté una actitud muy saludable hacia la consecución del desarme nuclear y la solución justa de los problemas regionales más complicados (Medio Oriente y Asia meridional). No suelen compartir las quejas de sus mayores sobre un reconocimiento de su poderío económico. Muchos piensan que Alemania debe mantener su bajo perfil militar y contribuir a la construcción de una Europa económicamente sólida y socialmente solidaria.
Esos jóvenes apoyaron la posición que asumió el gobierno alemán en el caso de Libia. No sienten una gran simpatía por la OTAN y mucho menos por la actitud militarista de París y Londres. Son los hijos de la generación de alemanes de Hamburgo que conocí hace medio siglo. Me dio gusto escucharlos.