l descubrimiento de América, y la Conquista de estas tierras por España, constituyen un encuentro entre dos civilizaciones que habían permanecido, una para la otra, en la oscuridad. Si acaso, sólo estaban presentes en la prolífica imaginación de los hombres y las mujeres del siglo XVI. Este encuentro, al que también se le ha considerado como choque, puso en contacto dos formas distintas de observar al mundo. Dos sistemas o líneas de conocimiento humano que corrían sin mirase en paralelo desde tiempos remotos.
España, con una historia milenaria, había alcanzado un nivel de desarrollo en diferentes territorios del saber y en la tecnología, que le permitía llevar a cabo empresas de gran envergadura, como ésa, descubrir y conquistar nuevos mundos. Los pobladores del continente americano, por su parte, con una trayectoria menos antigua, pero también con conocimientos propios e importantes en varios campos, estaban dotados de una visión particular sobre el universo, que guiaba la construcción de sus saberes.
Con la conquista, llegó a América la ciencia europea. Pero no la ciencia moderna que surgiría un siglo más tarde, en el XVII, con Galileo. Ni la revolución de las ideas propia del Renacimiento, que entonces se encontraba en auge en algunos países de Europa, sino una ciencia de corte medieval. Así se cruzaron dos líneas de conocimiento: la europea, propia de la Edad Media española, con la que emerge de la cosmovisión de los antiguos mexicanos.
Surgen varias preguntas. Una es: ¿tuvo alguna influencia el conocimiento prehispánico sobre el desarrollo de la ciencia europea? La respuesta es no, o bien, que esta influencia, si es que la hubo, fue muy pobre. Los antiguos mexicanos poseían conocimientos asombrosos en áreas como la botánica, la zoología, la medicina o la astronomía, pero en general éstos no encontraron eco en el cuerpo de conocimientos europeos, más allá de la curiosidad que despertaban alguna crónicas de difusión generalmente tardía, o la llegada de especímenes exóticos provenientes de la Nueva España.
En el caso de la medicina, por ejemplo, el empleo de las plantas locales en el tratamiento de diferentes enfermedades mostraba una efectividad que fue reconocida por varios cronistas. Sin embargo, obras como el Herbario De la Cruz-Badiano, una de las mayores contribuciones de la botánica y la farmacología indígenas, fueron difundidas en España con retraso de varios siglos. Puede decirse que el conocimiento indígena no tuvo mayor presencia en el cuerpo de la ciencia europea ni en el Renacimiento o la Revolución Científica, por lo que su impacto, en el mejor e los casos, sólo puede limitarse a España, en una magnitud que no ha sido suficientemente precisada.
Otra pregunta que puede formularse es la siguiente: ¿tuvo o tiene el conocimiento prehispánico alguna influencia en el desarrollo de la ciencia en México? La respuesta tendría que ser sí y no. Temáticamente ha estado presente en diferentes momentos de la historia de la ciencia de nuestro país, pues diversas aportaciones prehispánicas han sido objeto de estudio en diferentes épocas. Volviendo al caso de la medicina, desde los primeros estudiosos españoles, los criollos y en general la ciencia mexicana de los siglos XVI al XIX se ocuparon de los estudios sobre los efectos medicinales de variedades mexicanas de plantas.
Incluso en la actualidad, algunas instituciones del sector salud, como el Instituto Mexicano del Seguro Social, y otras de enseñanza superior e investigación, como la Universidad Nacional Autónoma de México y el Instituto Politécnico Nacional, nos informan con regularidad de sus resultados sobre los efectos de algunas plantas sobre la salud humana, aprovechando que aún se emplean por algunas comunidades indígenas y forman parte del conocimiento popular. Se trata de estudios muy importantes, que son hasta cierto punto marginales y que se realizan desde la óptica de la ciencia moderna. Lo anterior muestra que en este largo proceso se ha perdido casi por completo la cosmovisión indígena que guiaba sus curiosidades y su búsqueda.
A diferencia de lo que ocurrió en áreas tan importantes como la alimentación, e incluso en la religión, en el caso de la ciencia no se produjo una fusión, o sincretismo, entre la ciencia europea y el conocimiento indígena. Cada quien siguió su propio camino. La primera evolucionó hacia la ciencia moderna y el segundo se dirige prácticamente hacia su extinción, a menos que se realicen acciones decididas para evitarlo. Diversos grupos académicos y civiles se dedican al rescate y preservación de la medicina indígena, pues entienden que ahí radica parte de nuestra identidad. Su labor merece el reconocimiento y el apoyo de la sociedad.