Sociedad y Justicia
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Factores económicos y socioculturales explican el viraje que se ha dado en cuatro décadas

Creció el modelo de familia con un solo hijo: ya hay más de 5 millones

Al prejuicio que persiste sobre estos niños, de que son mimados y egoístas, se contrapone el estilo de vida actual, que ofrece múltiples opciones de socialización, señala Víctor Ruiz-Velasco

 
Periódico La Jornada
Martes 26 de julio de 2011, p. 40

En cuatro décadas el número de hogares integrados sólo por tres personas en México –comúnmente los padres y un solo hijo– pasó de un millón 415 mil a cinco millones 390 mil, según los Censos de Población y Vivienda del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), configurando un modelo familiar cada vez más frecuente, definido por factores económicos y socioculturales.

Las políticas de planificación familiar, las crisis económicas y el nuevo rol de la mujer en la vida laboral y pública han modificado las decisiones y modos en los que hombres y mujeres se plantean la integración de una vida familiar.

De acuerdo con las cifras, en 2010 unos 16 millones de personas (cerca de 15 por ciento de la población total) formarían parte de este paradigma.

Víctor Ruiz-Velasco, investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana Xochimilco, explica que “a veces ni los sueldos sumados de una pareja permiten tener varios hijos; antes se contaba con el apoyo de la familia extensa –abuelas, tíos–, pero hoy la movilidad hace que las familias ya no estén en su lugar de origen o que los abuelos trabajen; o el desarrollo profesional lleva a la mujer a tener un hijo en edades tardías”.

Al prejuicio que persiste sobre el hijo único, de que es mimado y egoísta, se contrapone el estilo de vida actual, que ofrece múltiples opciones de socialización, y con ésta, la posibilidad de formar una persona bien integrada a su entorno.

La clave –dicen especialistas– está en la crianza que debe prover los recursos de socialización que el hijo único requiere y evitar caer en la sobreprotección.

Francisco Huitrón, presidente de la Asociación Científica de Profesionales para el Estudio Integral del Niño AC, expone que los hijos únicos viven en un medio ambiente excepcional, donde al no haber hermanos no hay rivalidad ni competencia, lo que redunda en poca experiencia de compartir, perdonar y reparar.

Las relaciones sociales que se dan en una familia más amplia otorgan la posibilidad de conocer diferentes personalidades, lo cual es sano, porque de lo contrario tienden a relacionarse con personas adultas, no con sus pares, y a vivir muy aislados.

Es frecuente que los hijos únicos repriman sus emociones para obtener la aprobación de los padres y que desarrollen rasgos de hipocondria. Además, son chicos muy centrados en sí mismos que tienden a alcanzar expectativas elevadas: No van a aceptar cualquier seis en la escuela; tratarán de alcanzar el 10. Son jueces muy severos consigo mismos porque no han tenido con quien comparar, comenta.

Huitrón refiere que los errores clásicos en la crianza de hijos únicos son sobreprotección y fantasías catastrofistas sobre qué harían los padres sin el hijo y viceversa.

La sobreprotección favorece que el hijo no desarrolle suficientes habilidades para tolerar la frustración, la paciencia y la capacidad para competir, así como para estar a solas. Los pensamientos en torno a las separaciones generan en el niño un apego excesivo a gente o a cosas, así como temor a ser abandonado o dejar de ser querido.

Para Diego González, terapeuta de la Sociedad Sicoanalítica de México, ser hijo único por razones voluntarias o involuntarias hace una diferencia en la construcción de la identidad de una persona. “En el caso de un hijo único, que lo es por voluntad de los padres, se puede caer en fantasías de corte narcisista, donde el niño puede pensar que no se necesitó de nadie más para satisfacer las necesidades de los padres.

El hijo único que sabe de un historial de infertilidad puede sentir culpa y presión por llenar las necesidades emocionales de los padres y la incesante sensación de que no cumple con sus expectativas, refiere.

Es importante que los padres elaboren los duelos pertinentes para que el hijo no cargue un equipaje que no le corresponde.

La entrada a la vida social de estos niños es casi siempre difícil, sobre todo en quienes han convivido los primeros años con sus padres, pues deben enfrentar que en el ambiente escolar no son lo único ni lo más importante para el profesor, la institución y el grupo de amigos, como ocurre en casa.

Los especialistas coinciden en que lo fundamental para su buen desarrollo es propiciar un ambiente donde pueda socializar.

Es importante que el niño se integre en la comunidad escolar y que conviva con la familia extensa para que se relacione con sus pares y figuras de autoridad y vaya ubicando su lugar en el grupo, explica González.

Para Ofelia Desatnik, responsable de la maestría en Terapia Familiar de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala de la Universidad Nacional Autónoma de México, el actual estilo de vida propicia esta socialización a edades tempranas. A los tres meses van a la guardería o a estimulación temprana. Los escenarios de socialización son tan diversos que el niño aprende a pelear, discutir y negociar aun fuera de casa y no sólo con hermanos, dice, y aconseja ofrecer resistencia a comentarios negativos en torno a lo que supone ser hijo único, pues serlo no necesariamente te obliga a ser egoísta.

Ruiz-Velasco opina que la familia está haciendo un viraje muy grande sobre lo que antes era un hijo único: sobreconsentido y mimado. Ya no es forzosamente así.

Para el terapeuta familiar, la mejor forma de criar a un hijo es a partir de una pareja sana. Una pareja que se da espacios para sí misma no está encima del hijo; en consecuencia, no está intoxicado de afecto y bienes materiales, sino que es más independiente.