o soy de quienes reciben sobreabundancia de información no solicitada, pero sí me llegó una invitación a contribuir a la fundación de un gremio de Correctores de texto en español, o a participar en el Primer Congreso Internacional de Correctores de Texto en Español, o a inscribirme a la Asociación Mexicana de Profesionales de la Edición, o a solicitar los servicios de unos u otros, o a hacer con ellos la Radiografía de la profesión del corrector de textos en español, finalmente no entendí muy bien de qué se trataba.
Pero mientras repasaba los términos de la invitación pensé en los traductores, cuando se asociaron para lograr que su nombre apareciera en la portada del libro, debajo del título y del nombre del autor. O en los libreros que luchan contra el precio único del libro. O, incluso, en temas de editores y de derechos de autor. O, en última instancia, en las sociedades de escritores. Todo esto me parece interesante y necesario, aunque para nada imprescindible para mí, por más que con frecuencia me entretenga analizando lo que se discute en estos círculos, y me guste urdir las preguntas que les formularía, o los casos específicos que les propondría para su estudio si, por alguna razón, me viera frente a ellos y tuviera ocasión de expresárselos.
Pero la verdad, por lo que hace a los libros y su edición, lo único que en realidad me ocupa a mí es escribirlos y corregirlos, es mi limitación, pero supongo que también mi privilegio, como lo es la ambición de querer dar el paso de publicarlos y esperar que sean leídos y hasta disfrutados. Por otra parte, me parece suficiente, y no quiero nada más.
Sin embargo, sí me gustaría aprovechar estas líneas, no solicitadas, para unirme a todos los reclamos que quieran hacer específicamente los correctores, así como para apoyarlos en todas y cada una de sus demandas. Quiero confiar en que, si persiguen y defienden sus derechos, es porque conocen los del escritor y atienden sus expectativas básicas.
Porque sabrán que no hay escritor que, en mayor o menor medida, no sea lo que se conoce como un neurótico y por lo tanto no vea en el corrector (el traductor, el editor, el librero) sino una amenaza. Igual que el corrector, yo querría que el escritor confiara en el corrector y supiera que éste no asume, voluntaria o involuntariamente, ninguna de las características del autoritarismo, la arbitrariedad o la censura; quisiera que el escritor confiara y supiera que el corrector conoce bien la lengua que corrige, que persiste en la consecución de una cultura general, que procura sensibilizarse para comprender al escritor, es decir, al neurótico.
Igual que el corrector, yo querría que el escritor fuera el primero en dar la bienvenida y celebrar la salud mental del corrector, a cuya merced se encuentra, pues no hay corrector que practique su oficio con malas intenciones hacia el escritor, y en esta actitud se equipara al editor, el traductor y el librero, pues todos estos profesionales de la edición procuran el bien del libro, y es no sólo natural, sino también deseable, que antepongan este interés a la hipersensibilidad del escritor que, se sabe, es la de un enfermo.
Con todo, es celebrable que los correctores se agremien, funden asociaciones y hagan congresos en favor del libro y la lectura, pues se sabe que sus normas, si no condescienden tampoco atropellan los derechos del escritor (a tener y cultivar su propia manera de expresión escrita; a tener y cultivar un conocimiento propio de la o las lenguas en las que se expresa; a conocer y cultivar los temas que toca, incluyendo los de la fantasía y la imaginación, así como los que se basan en información documentada). El escritor ha de confiar en que el corrector, si no condesciende no atropella, tampoco su derecho a correr sus propios riesgos y caer en sus propios errores. El escritor ha de convencerse de que el corrector actúa en bien del libro y la lectura, y que, si relega la sensibilidad del escritor a un segundo plano es por su bien, pues el escritor es un neurótico, o una persona de sensibilidad enfermiza.
La iniciativa, que se originó en Argentina, pretende que su fundación tenga lugar en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Para inscribir su proyecto en la programación de la FIL, invita a los posibles contribuyentes a una cena y espectáculo, y pone a su disposición una cuenta de banco.