Nueve ceros
laudia retira las sábanas y se levanta sobresaltada. Le zumban los oídos y su corazón late con fuerza. Toma el suéter que dejó encima de la cama, se lo echa sobre los hombros y corre al baño. Al sentir la frialdad de los mosaicos en las plantas de los pies se estremece y despierta por completo. Pero si estoy de vacaciones. ¡Qué tonta!
De puntitas vuelve a la cama. Antes de hundirse entre las cobijas mira el reloj. Las seis
. Sin necesidad de oír la alarma se despertó como siempre. A esas mismas horas, en días de trabajo, lo único que desea es quedarse acostada unos minutos más. Ahora que puede hacerlo, el cuerpo le hormiguea y le exige que lo devuelva a su rutina, pero ella no cede.
Contenta, se desliza por las sábanas aún tibias y cierra los ojos segura de que pronto volverá a dormirse. Mientras lo consigue procura recordar qué soñó anoche. Sus esfuerzos resultan inútiles. Hasta en eso es distinta a su hermana Oralia. Ella sí es capaz de contarle aun los mínimos detalles de sus sueños como si fueran películas.
Por contraste, Oralia no se imagina una realidad distinta a la que vive. La acepta y punto. Claudia, en cambio, siempre está peleándose con las cosas que le pasan y le disgustan, y hasta con las que le han sucedido. Su hermana se lo reprocha y procura apartarla de ese hábito: ¿Qué te ganas con enojarte porque mi papá no pudo darnos una carrera? Eso ya pasó y nadie, ni Dios que está en los cielos, puede cambiarlo
.
II
Aunque le disguste aceptarlo, Claudia reconoce que Oralia tiene razón, pero no es momento de seguir pensando en eso. Estira el brazo, toma el radio de transistores y lo enciende. Enseguida escucha el final de una rúbrica musical y luego la voz tersa con que el locutor da otra noticia: “Debido a la crisis financiera, el hombre más rico del mundo perdió en sólo cuatro días, o sea en 96 horas, 8 mil millones de pesos. Sí, lo oyó usted bien…”
Con el índice, Claudia dibuja la cifra en el aire. Le parece que escribió demasiados ceros y lo intenta otra vez mientras se pregunta qué sentirá una persona cuando pierde semejante capital. Ha de llorar o a lo mejor no, y sólo piensa en cómo recuperarlo
. Su conclusión la tranquiliza y le provoca otra curiosidad: ¿qué haría ella con 8 mil millones de pesos? No puede responderse. Lo atribuye a que la cifra es grandísima y va reduciéndola hasta dejarla a un nivel asequible: medio milloncito. Aunque con menos ceros que la perdida por el magnate, sigue pareciéndole inmensa, sobre todo en comparación a los 200 pesos diarios que gana.
III
Ya no piensa en dormir. Los números la tienen prisionera. Calcula con cuántas jornadas de trabajo en la fábrica podría reunir 500 mil pesos. La operación es muy sencilla, pero desconfía de poder hacerla mentalmente. Brinca de la cama, abre el cajón del buró y revuelve su contenido hasta que da con un papel y un bolígrafo. “Tengo que dividir 500 mil entre 200. El resultado le da 2 mil 500 días. Para comprobar que hizo bien la operación multiplica las cantidades. La sarta de ceros aumenta de nuevo y le despierta otra curiosidad: ¿Cuántos años representan 2 mil 500 días?
Si quiere saberlo tiene que hacer lo que menos deseaba: dividir esa cantidad entre los días del año. La operación se le dificulta y prefiere ir multiplicando: 365 por nueve, ocho, siete
. Allí se detiene. El resultado, aunque inexacto, la satisface porque cabe en el futuro.
Dentro de siete años ella estará cumpliendo 42 de edad. Sin gastar a partir de ahora un solo centavo de su sueldo actual, para 2018 podría tener 500 mil pesos ahorrados, siempre y cuando para entonces aún conservara su trabajo, porque si no…
IV
Piensa con horror en el desempleo. Por lo que ha visto y oído, sabe que es un infierno. La prueba está en lo que padece su tía Carmen: lleva cuatro años sin trabajo. Para sostenerse tuvo que vender todas sus cosas. Cuando ya no le quedó nada también perdió su independencia: vive en la casa de su hijo Ernesto, sometida a la voluntad de su nuera y sin esperanzas de que el futuro mejore.
Otra historia lamentable es la de su primo Manuel. Desempleado desde 2004, a sus 39 años tiene que pedirle a su mujer dinero hasta para comprarse un refresco. Esta dependencia lo hace sufrir, lo ha vuelto borracho y lo ha envejecido de una manera brutal.
Mejor eso a lo que sucedió con Ramón Salgado. Entró a la fábrica antes de los l8 años. Al cumplir 42 –la edad que ella tendrá en el 2018– lo despidieron. Desde el día en que recibió la notificación estuvo luchando para hablar con don Amadeo, el dueño de la fábrica. Lo consiguió el último día, después de la comida que sus compañeros le ofrecieron en el estacionamiento grande.
Claudia recuerda que al terminar de comer Ramón sacó un sobre de su bolsillo. Estaba dirigido a don Amadeo. Dentro había una carta para agradecerle los más de 20 años que le había permitido colaborar con él. Con autorización del jefe de personal subió a entregársela. Por Katia, la secretaria, se supo que Ramón, sin decir palabra, puso el sobre en el escritorio, abrió la puerta que daba a la terraza y se arrojó al vacío. Nadie sabe si la carta era en verdad de agradecimiento o de súplica por una tregua.
Claudia siente húmedas las mejillas y maldice su radio de transistores. De no haber sido porque escuchó la noticia de que el hombre más rico del mundo había perdido 8 mil millones de pesos en 92 horas no se habría puesto a pensar en tragedias como la de Salgado o en boberas como llegar a reunir medio millón de pesos. Con el índice dibuja la cifra, pero esta vez sobre la almohada, y vuelve a pensar qué haría con tanto dinero.
V
Imagina la cantidad de personas que habrán oído en la radio la noticia de los 8 mil millones de pesos perdidos por el magnate, y supone que muchas de ellas estarán codiciando esa fortuna, o al menos una pequeña parte. Tal vez entre los soñadores se encuentre la mujer a la que vio fotografiada en el periódico.
En pijama, de espaldas a la cámara, la mujer fue captada en el momento en que se aferra a un anuncio espectacular para impedir que las autoridades lo retiren. Según lo escrito por el reportero, la mujer se defendió gritando: Si lo quitan perderé los l4 mil pesos que me pagan al mes por alquilar mi azotea y no tendré con qué sostener a mi familia
. Pese a su declaración, fue advertida de que seguirán los trámites para el retiro del espectacular.
Claudia no recuerda que el caso haya vuelto a mencionarse en los periódicos ni a comentarse en la tele o en la radio. Tal vez se deba a que la cantidad en cuestión –l4 mil pesos– es insignificante frente a 8 mil millones. Cuando hable con su hermana le contará las dos historias y le pedirá su opinión. Comprende que será inútil. Oralia no tomará partido y acabará diciéndole lo mismo de siempre: No sufras. No quieras cambiar la realidad. Las cosas son como son y punto
.