Opinión
Ver día anteriorJueves 18 de agosto de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Otro fin de semana
C

omo no pocos recordamos, el fin de semana mexicano de agosto de 1982 marcó el inicio de la crisis de la deuda de entonces y la apertura de la década perdida para las economías de América Latina y tantas otras calamidades, en ese momento y años después, alrededor del mundo en desarrollo. Transcurridos casi tres decenios, el 6 y 7 de agosto de 2011 se vivió otro weekend: el fin de semana euroestadunidense, que bien puede marcar el inicio de una recaída global en la Gran Recesión, antes de que se haya salido del todo de la misma.

Diversos hechos coincidentes provocaron, en sus vísperas, una inestabilidad mayúscula en las bolsas de valores del mundo, cuyas cotizaciones registraron caídas de magnitud no vista desde los peores momentos de la crisis. Entre ellos destacaron la corrección a la baja de las cifras de crecimiento de la economía estadunidense; el peligro inminente de que la llamada crisis de deuda de la periferia europea se desplazara a algunos de los países que constituyen su núcleo, como Italia y Francia; la lectura predominantemente desfavorable del acuerdo en el Congreso de EU, que evitó in extremis una desastrosa suspensión de pagos del gobierno estadunidense, al costo de impulsar a la principal economía del mundo a una aún más desastrosa situación de estancamiento prolongado y continuado alto desempleo; la pérdida del estatus crediticio triple A de la deuda soberana a largo plazo de ése, el mayor país deudor del planeta, decidida por una de las más influyentes agencias calificadoras de crédito, cuyas motivaciones y procedimientos son, para decirlo con benevolencia, discutibles y sospechosas. Se esperaba, ante esta acumulación de malas noticias, que, antes de la apertura de los mercados el lunes 8, hubiese anuncios que ayudasen a disipar los nubarrones. Anuncios, los hubo; los nubarrones no se disiparon y el pronóstico de tormenta se fortaleció, tras este otro fin de semana.

El primero de estos anuncios, propalado desde el domingo 7, estuvo a cargo del club de los ricos, el Grupo de los 7 (G7). Se trató de un texto indigesto de retórica y ayuno de elementos de credibilidad. Quien lea sus 350 palabras distribuidas en seis párrafos advertirá que se acudió, una vez más, a reiterar los objetivos más generales, con los que nadie puede estar en desacuerdo, ante la imposibilidad de anunciar acciones específicas, en las que nadie logra ponerse de acuerdo. El G7 empieza por celebrar las acciones decisivas adoptadas en Estados Unidos y en Europa. De las primeras espera en el mediano plazo, una reducción sustancial del déficit y de las segundas la estabilización de los mercados financieros. De los recortes de gasto adicionales anunciados por España e Italia, espera que refuercen la recuperación de la actividad económica y la creación de empleos. Olvida, deliberadamente, que el ajuste recesivo en ambos países ha provocado, más bien, debilidad de la reactivación y expansión del desempleo. En ambos se frenó la recuperación y se disparó la desocupación en el primer semestre de 2011, como parte del panorama de estancamiento con desempleo que vivió Europa en ese periodo, según cifras de Eurostat divulgadas el 15 de agosto.

Más adelante, el G7 reitera su compromiso de adoptar acciones coordinadas, cuando sea necesario, para asegurar la liquidez y apoyar la operación de los mercados financieros, la estabilidad financiera y el crecimiento económico. No alude a las políticas, acciones o medidas específicas que permitirían cumplirlo, pues no hay acuerdo suficiente al respecto, ni en Europa ni en el G7. Cuando se refiere a acciones ya adoptadas, lo hace para subrayar sus limitaciones y condicionantes: la participación del sector privado en Grecia es una medida extraordinaria, debida a circunstancias únicas, que no será aplicada en ningún otro Estado miembro de la zona del euro. Pueden respirar tranquilos los tenedores privados de bonos italianos, españoles y franceses, cualquier arreglo no supondrá un corte de pelo, como se alude a que resientan parte de las pérdidas que se produzcan en los mercados. Seguirán siendo jugadores en el mercado para disfrutar de las ganancias y verse protegidos de las pérdidas.

Un día después del G7, los ministros de Finanzas y los gobernadores de bancos centrales del Grupo de los 20 (G20) divulgaron su propia declaración. No deben haber requerido debate alguno para adoptarla, pues se limitaron a copiar el primero y el último párrafos de la declaración del G7, agregando una referencia al fantasmal marco para el crecimiento aprobado en alguna de sus pasadas reuniones.

Debe deplorarse esta triste muestra de subordinación del G20, autoproclamado como foro por excelencia para la cooperación económica y financiera internacional, respecto del G7. En la circunstancia más delicada y riesgosa por la que atraviesa la economía global desde los momentos más tensos de la Gran Recesión, no es capaz de añadir una sola idea o planteamiento original respecto de lo señalado por los voceros de las siete economías dominantes, que ya ni siquiera lo son tanto.

El peligro de recaída en una recesión generalizada, cuya probabilidad ha aumentado, no llevó a un mínimo replanteamiento de las estrategias frente a la crisis, ni las nacionales ni la hasta ahora inexistente estrategia conjunta del G20. En esta situación, se torna imperioso definir los términos de ese replanteamiento. Hay que abandonar las políticas de ajuste recesivo que se están imponiendo a los deudores de ahora como condición de las acciones de rescate financiero. Debe reconocerse que no se restablecerá la estabilidad y viabilidad de los sistemas financieros en condiciones de estancamiento prolongado y desempleo agudo. La respuesta real a las crisis de deuda es la restauración del crecimiento económico y el abatimiento del desempleo. Es posible que el costo de las acciones para conseguirlos agrave temporalmente los desequilibrios financieros y lleve a resentir alguna presión inflacionaria, pero proporcionará también las condiciones para restablecer, en el mediano plazo, condiciones sostenibles de estabilidad, financiera y de precios, en un clima de crecimiento sostenido y empleo suficiente.

Este otro fin de semana también estuvo recorrido por temores de contagio: de Europa a Estados Unidos, de éste a aquélla, de ambos a las econo-mías emergentes: contagios económicos y contagios financieros. Sin embargo, el contagio que es indispensable evitar, como dijo recientemente Joseph Stiglitz (en un artículo reproducido por El País el 14 de agosto) es de otro tipo: El problema real surge de otro tipo de contagio: las malas ideas cruzan fácilmente las fronteras, y las nociones económicas equivocadas a ambos lados del Atlántico se han estado reforzando entre sí. Esto será también válido para el estancamiento que esas políticas conllevarán.