si la guerra continúa es el título de una de las últimas obras (1946) de Hermann Hesse, escritor que me acompañó en los años de la adolescencia. Libro que hace una clara alusión a los terribles y difíciles días de la guerra, cargada de lucha, sufrimiento y soledad, agregados al acoso y rechazo del que fue víctima.
Hermann Hesse, el literato que truncaba prodigios en milagro y desgranaba en su cuerpo la angustia cual pluma al viento, hasta el grado de vivir la carne que ya no era carne decreto eterno. Una cárcel llevaba a rastras y la sensación de la muerte soplaba su melancolía. El poeta de mi juventud en sus inolvidables libros Demian y El lobo estepario describe, en ese libro sobre la guerra, el panorama bélico y trata de llevar a los lectores hasta lo hondo del ser, lo más profundo de la conciencia.
El premio Nobel de Literatura 1946, en el prólogo del libro mencionado, afirma que nunca le fue perdonado en Alemania
haber adoptado una actitud crítica hacia el patriotismo y el militarismo, lo que provocaba –según decía– que Hitler se vengara contra sus libros, su nombre y su infortunado editor en Berlín.
Hermann Hesse escribió en la cuerda tirante y peligrosa del misterio entre el tiempo y el espacio que se percibe aterradoramente silencioso en el aire y que cuando prende lo hace con gran firmeza. Son su poesía y prosa cazadoras de espíritus adolescentes solitarios, aguijoneados por sinuosas crisis subyacentes de identidad.
Un acentuado tinte melancólico atraviesa toda su obra, un algo
difuso, móvil, huidizo, flotante que está en el aire, en la atmósfera de su vida y producción literaria, cuya esencia va más allá de la simplista descripción de un cuadro clínico de melancolía.
Personaje juvenil y movedizo, Hesse fue marcado por una severa educación protestante sufrida en silencio; rechazado y expulsado de colegios en Basilea, debido a su precocidad y rebeldía. Desde niño experimentó severos dolores de cabeza unidos a un insomnio persistente que lo acompañaron a lo largo de toda su vida. Dolor e insatisfacción enlazados a un discurso corporal que, sin embargo, logró sortear para dar paso a la creatividad literaria.
Artista de talento poco común, con una intuición excepcional para el ritmo y la musicalidad, sus primeras Canciones románticas (1899) son la expresión de un solitario que contempla la naturaleza, medita y vuelve a contemplar para luego leer y releer con avidez inusitada aprovechando su primer trabajo en la famosa librería de Heckenhauer.
La poesía de Hesse emociona estéticamente y es la expresión de la importancia que le otorga a la conciencia ligada a lo inconsciente y sus pulsiones por sobre una encorsetada cultura. Esa cultura que lo define y rigidiza y a la cual consigue sobrepasar; esa severa cultura protestante por vía paterna, aunada a la hindú por rama materna, que marcan su carácter y lo conducen a ser rechazado por maestros, novias y amigos, tornándose en un ser solitario.
Desesperado, viajó a la India a buscar algo
regresando tres años después a Basilea más deprimido aún. El casamiento con una acaudalada mujer suiza y el dinero recibido por los derechos de Peter Camenzind lo ayudaron a equilibrar su vida y dedicarse a escribir de tiempo completo, ya afirmado en la obsesiva conducta paterna de la responsabilidad y el trabajo que ocultaban al depresivo obsesionado con su insomnio y sus constantes cefaleas.
Nuevamente rechazado, ahora por parte del ejército alemán en la Primera Guerra Mundial, es enviado a una misión cultural
a Berna. En la Segunda Guerra Mundial su obra es perseguida por Hitler, repitiéndose así el ciclo de rechazo que parece no tener salida. Todo esto contrasta con sus escritos, producto de un talento fuera de serie para la armonía, el ritmo y la musicalidad tanto en su prosa como en su poesía.
Hesse vivió los ingentes sucesos que marcaron a su generación y observa con una capacidad intuitiva excepcional, los profundos trastornos y cambios sociales de la época, para desdoblarse, ver hacia adentro y huir desde ahí a sus orígenes que se le aparecen con vergüenza. Animado por el soplo de su melancolía nos conecta, a nosotros lectores, con el pasado que desearíamos encubrir y olvidar. Prueba de lo anterior son sus famosas obras: Demian, El lobo estepario, Narciso y Goldmundo, Sidharta y La vuelta de Zaratustra. En esta última se percibe la influencia de Goethe y de Nietzsche en el eterno retorno de lo reprimido; en la irrefrenable promoción de la desventura, al transmutar lo público en privado, lo mayoritario en selecto, lo vociferante en silencioso.