e la inquietud surge la pregunta: “¿por qué luego de 100 años de existencia y de resultados clínicos indiscutibles, el sicoanálisis es tan violentamente atacado en la actualidad? Prueba de ello es el libro de Michael Onfray recién editado en español por Taurus, titulado El ocaso de un ídolo. La historiadora y sicoanalista Elizabeth Roudinesco contesta dicho libro con un folleto-libro llamado ¿Por qué tanto odio?, y se contesta: porque el sicoanálisis irrumpió en la vida íntima de los seres humanos, la sexualidad, los problemas familiares, la crítica de los sistemas dictatoriales y la religión y, de contra, por su imposibilidad para ser verificado.
Así, Roudinesco hace la crítica de no ser ciencia: el principio de la historia de las ciencias según el cual ninguna norma debe esencializarse en relación con una patología, ya que los fenómenos patológicos son siempre variaciones cuantitativas de fenómenos normales. Para Onfray, la relación entre lo normal y lo patológico la piensa en dirección del bien y del mal. De un lado el paraíso de la norma (el dios solar, los pacifistas, los hedonistas), por el otro, el infierno de la patología (locos, perversos, monstruos); para él, el sicoanálisis no distingue al verdugo de la víctima, porque en el sicoanálisis todo se vale: el enfermo, el hombre normal, el loco, el siquiatra, el pedófilo, el buen padre. No es ciencia, es otra religión dictatorial, dice.
Y Roudinesco señala: Freud, médico, abandona el modelo neurológico, rompe con los mitos cerebrales. Fundó el sicoanálisis a partir de otro razonamiento diferente al de las ciencias naturales. El hombre no es sólo neurona: está hecho por mitos, fantasmas, cultura. Puso la tragedia griega, Sófocles: Edipo. Pero también la conciencia culpable de Hamlet en el corazón de la subjetividad. El sicoanálisis es una ciencia humana, como la antropología, no una rama de la neurología, y si se biologizan las ciencias humanas caemos en el oscurantismo, el ocultismo, descubriendo causalidades donde no las hay.
Elizabeth Roudinesco (sicoanalista e historiadora del sicoanálisis) junto con Jacques Derrida (filósofo de la deconstrucción) dialogan, entre muchos otros temas cruciales en la actualidad, sobre el asunto de la libertad, la ciencia y el cientificismo.
Para Roudinesco, la cuestión del cientificismo contemporáneo hay que entenderla como una ideología surgida del discurso científico y ligada al progreso real de la ciencia y las ciencias, que pretende reducir todos los comportamientos humanos a procesos fisiológicos verificables experimentalmente
. Ante tal perspectiva existe una equiparación de lo humano con la máquina, y con ello una desvalorización de las determinaciones inconscientes de la conducta humana. Por su parte, Jacques Derrida puntualiza que el cientificismo no es la ciencia. Encuentra que los hombres y mujeres de ciencia se reconocen en el hecho de que nunca, o casi nunca, son cientificistas.
Para el filósofo hay una claridad meridiana al respecto: Si el cientificismo consiste en extender ilegítimamente el campo de un saber científico o en dar a los teoremas científicos un estatus filosófico o metafísico que no es el suyo, comienza allí donde se detiene la ciencia y donde se exporta un teorema más allá de su campo de pertinencia
. Es decir, el cientificismo desfigura lo que tiene de más respetable la ciencia
.
Derrida denuncia, y con justa razón, que debemos ser muy cautelosos y no caer en la simplificación y el reduccionismo de interpretar como actos mecánicos el acto de pensar, el comportamiento humano y el funcionamiento del siquismo. Cosa en la que lamentablemente han caído algunas corrientes sicoanalíticas. No se trata, según Derrida, de descalificar los avances tecnológicos, sino de entender la complejidad de la interacción del hombre con la máquina. Y he aquí donde el asunto se enlaza con el tema de la libertad.
En este punto, Derrida apunta a lo incalculable, a lo no predecidle, a lo que rebasa o excede, y es así como quizás podría hablarse de libertad. Lo incalculable, el acontecimiento imprevisible tiene que ver con el otro, “el otro responde siempre, por definición, en el nombre y la figura de lo incalculable. Ninguna investigación científica, por exhaustiva que sea, puede dar cuenta del encuentro del otro.