os mexicanos se adentran, por simple imperativo temporal, en una recta que de-sembocará, en 2012 de tacaños vaticinios, en clara encrucijada. Las opciones para los votantes han sido marcadas por actores e, inevitablemente, tendrán que contrastarse en las urnas federales venideras. El destino de la nación se verá severamente afectado por el encontronazo que ya se resiente hasta la médula por efecto de presiones que tiran hacia puntos excluyentes. Por un lado estará la pretendida continuidad, forzada desde arriba, del modelo imperante. Por el otro se levanta la opción, empujada desde abajo, por un cambio de ruta real que sea de fondo y abarcante. Ambas ofertas están sostenidas en sendas agrupaciones políticas que persiguen, una, prolongarse en el mando decisorio y, la otra, agrupada en su polo divergente y que pretende llevar a cabo reformas que sustituyan, casi de raíz, el orden establecido.
En el flanco de la derecha sólo hay imperceptibles diferencias de matiz. Sus propuestas recaen, a pesar de sus envoltorios difusivos, en más de lo mismo: completar las reformas estructurales que aseguren el retiro del Estado de la economía, la educación y de la seguridad social; continuar el combate al crimen organizado, acentuando algunos puntos débiles de la estrategia seguida; reducir el desequilibrio presupuestal al mínimo y anclar la inflación; profundizar la inserción (subordinada) en la globalidad financiera; reforzar lazos con los socios del norte con especial énfasis en volver a abrir las válvulas migratorias; proseguir la apertura de las empresas públicas de energía; y mitigar el desempleo y los filos más rasposos de la pobreza.
Las formas con que envolverán a sus actores estelares pasarán por filtros y ayudas similares. Los abanderados para conquistar la Presidencia de la República, tanto del PAN como del PRI –formaciones de la derecha nacional–, serán indistinguibles. A lo mejor Acción Nacional irá con una acicalada mujer que chapotea en estado de gracia, y el tricolor con un rostro de atractiva y retocada juventud. Las ofertas conceptuales no podrán diferir, pues una lluvia de propaganda espotizada caerá sin misericordia sobre el auditorio cautivo del duopolio televisivo.
Las élites de la derecha, cuyos intereses en juego las hacen respingar, están bastante complacidas con lo que les pronostican sus asesores de cabecera. Las encuestas de opinión les confirman la efectividad de los pasos que han dado para el mantenimiento de su poder: alrededor de 70 por ciento del electorado potencial encuestado inclina sus actuales preferencias por sus dos partidos (PRI y PAN). La izquierda apenas roza 25 por ciento juntando sus agrupaciones y combinando, con orden, a sus precandidatos. Sin embargo, el inmenso deterioro de la vida organizada por las que atraviesa el país introduce inconvenientes para afianzar tales pretensiones continuistas.
El modelo de gobierno y convivencia hace agua por todos lados y, en repetidas ocasiones, el orden imperante parece derrumbarse por la fuerza y la contundencia de los golpes que recibe. Los hechos se suceden con velocidad indetenible y su gravedad no puede soslayarse.
Los barruntos de la segunda parte de la crisis económica mundial se concretizan con el paso de los días. Los avatares y las penurias de las econo-mías avanzadas es asunto cotidiano. La debilidad de la actividad productiva interna se enlaza con el aumento del desempleo y la caída de las exportaciones, motor del crecimiento.
Nada detiene la rampante sensación de inseguridad, el temor generalizado y la cruda indefensión de los ciudadanos de a pie. Aun aquellos situados en escalones de mediana y alta preferencia rehacen sus expectativas y no pocos optan por el exilio, aunque sea uno de medio tiempo. En la mera médula del deterioro nacional aparece, una y otra vez y a cada suceso traumático, la generalizada corrupción que invade todo resquicio del quehacer privado y público.
El caso de los salones de juego no es más que una muestra palpable de los enredos burocráticos propicios para evadir culpas y responsabilidades. Pero, también, de las ambiciones desmedidas de los traficantes de influencia y los clanes del crimen. La mediatización comunicativa de las televisoras, metidas hasta el cuello en estas andanzas, tratan de esquivar su parte en el entramado.
Con todo esto apilándose del lado oscuro del sistema, su continuidad entra en una zona de indeterminación que pone nerviosos a los capitanes de los grupos de presión. A cada rato barren la mirada y la fijan en la casa de enfrente. Consultan a sus adivinos y, aunque éstos les repiten que el control ejercido es completo, que la izquierda está destrozada, dividida, enroscada en sus fantasmas seculares, no duermen con tranquilidad. Algo falta, sobra o no es asible para sus incipientes modelos de acción y pensamiento: los asusta la factible insurrección de buena parte del electorado que ya asoma su enérgico rostro por toda la república.
Este fenómeno de masas, ahora concientizadas por sus penurias, enojos, angustias y nublados horizontes es ya un actor de primer orden. Para muchos es totalmente desconocido y, para muchos más, ninguneado. No se atreven a estudiarlo, y menos aún valoran sus dimensiones y capacidad de acción transformadora. Los críticos, difusores e intelectuales de los de arriba están, según sus cuentas, vacunados contra los demagogos o populistas que lo pregonen como suceso trascendente. Afirman que lo que de tanto en tanto les aparecen por las calles son los mismos gritones de siempre, el disco duro de la marginalidad. Y, si llegan a verlos de otra forma más ajustada con la realidad, les predican desorganización congénita. Mandones del modelo y los subalternos intelectuales que los ilustran han caído en sus alegadas prisiones conceptuales. Se han ofuscado ante la creciente de un movimiento ciudadano que los arrincona y al que responden con fórmulas vacías, calificativos y difusión controlada.