o que se piensa, lo que se planea, lo que se presupuesta y lo que se hace hoy en la economía, en cualquier lugar, tiene como fondo la situación de la crisis centrada en los países desarrollados.
Para México el entorno es, por supuesto, complicado. Sobre todo por las repercusiones de la fragilidad económica en Estados Unidos, pero también por los efectos globales de una posible nueva recesión que provenga también de Europa.
Hace unos días el presidente Barack Obama presentó al Congreso de Estados Unidos una propuesta de ley para generar empleos: The American Jobs Act. La tasa de desempleo ha sido muy elevada desde 2009 y sigue en 9.1 por ciento. Esto equivale a 14 millones de personas. Si se incluyera a quienes sólo encuentran un trabajo de tiempo parcial, la tasa sería de 16 por ciento, y si se añaden aquellos que han dejado de buscar trabajo, sería 25 por ciento.
Destaco aquí una de las premisas de aquella ley y tiene que ver con la noción del mercado interno y su papel en la recuperación. Dijo Obama: “Ahora es tiempo de abrir el paso a una serie de tratados comerciales que hagan más fácil para las compañías estadunidenses vender sus productos en Panamá, Colombia y Corea del Sur, al mismo tiempo que se ayude a los trabajadores cuyos empleos se hayan afectado por la competencia global. Si los estadunidenses compran Kias y Hyundais, quiero que en Corea manejen Fords, Chevys y Chryslers. Quiero ver más productos alrededor del mundo estampados con las tres orgullosas palabras: Made in America”.
La apertura sin límites y la globalidad eufórica se redefine en función de una idea de economía nacional y del papel del mercado interno para sostener el crecimiento. (Puede verse el texto de la Ley de Empleos en la página de la Casa Blanca).
Casi al mismo tiempo, el gobierno del presidente Calderón entregaba al Congreso el paquete económico 2012 (contiene el programa económico y el presupuesto de egresos).
Los cuatro objetivos fundamentales
del programa son: i) mantener la estabilidad económica y la responsabilidad fiscal; ii) acelerar el desarrollo del mercado interno; iii) impulsar decididamente la competitividad de la economía, y iv) promover, eficaz y responsablemente, el bienestar y las oportunidades de las familias mexicanas.
La política hacendaria sigue sin desviación alguna las pautas que la han definido en este gobierno, pero sobre todo luego de la abrupta caída del producto en 2009. Hacienda parece muy complacida por los resultados obtenidos.
Así lo expresa la concepción sobre cómo alentar el crecimiento del producto. Dice el programa que uno de los objetivos principales es hacer de México un país más competitivo y generador de más y mejores empleos. Para lograr lo anterior se han emprendido diferentes acciones, entre las que destacan la inversión en infraestructura, el estímulo a la vivienda, la implementación de una agenda de desregulación, la promoción de la actividad empresarial, el fomento al turismo y el fortalecimiento de la banca de desarrollo
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Esta visión es muy discutible en cuanto a la capacidad para hacer esta economía más competitiva. No se advierte cómo se asimila la inestabilidad económica internacional para prevenir un resultado más adverso que el que ahí se propone y que se hace más probable.
Enunciar el objetivo de acelerar el desarrollo del mercado interno
sin proponer medidas concretas, con una asignación de recursos, con instrumentos de ejecución claramente dirigidos se vuelve sólo una declaración vacía.
No me parece que del análisis general que se ofrece en el programa o aquel que se propone en la minuta de la reunión de la junta de gobierno de Banco de México (26 agosto 2011), se desprenda que con las medidas ofrecidas se pueda generar más crecimiento y competitividad. Tampoco un reforzamiento del mercado interno.
Se parte de la premisa de que las políticas aplicadas desde 2009 han sido efectivas y siguen siendo las idóneas para enfrentar una nueva fase de la crisis.
Algunas cuestiones son relevantes al respecto. Si se compara la evolución de la economía desde el segundo semestre de 2008 con la registrada en las crisis anteriores (1981, 1985, 1994 y 2000), se aprecia que el producto se comporta de una manera mucho más volátil y que en promedio no se alcanza el nivel del trimestre anterior al comienzo de la recesión en aquel año. Lo mismo ocurre con el gasto de consumo (igual que el crédito bancario en este rubro) y con las exportaciones.
En cuanto al empleo, se han creado 3.1 millones de puestos de trabajo en el IMSS entre 2000 y la primera mitad de 2011. Si se mantiene la cifra de un millón de entrantes nuevos al mercados de trabajo cada año, habría un déficit de 7.4 millones. Esas personas están en el mercado informal, emigraron o se dedican a otras cosas.
La imagen que se proyecta desde el programa económico y el presupuesto de egresos es el de una país trunco, que se compone de partes hasta cierto punto incoherentes. La probabilidad de que se mantenga el escenario propuesto en este ejercicio de política hacendaria es baja. Pero para entonces estaremos en plena campaña electoral y la atención, de nueva cuenta, será desviada a otro lado. La economía y la sociedad, en cambio, no seguirán siendo la mismas, sino más frágiles.