Opinión
Ver día anteriorMartes 13 de septiembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Enrique Guzmán: dibujos
E

l conjunto de dibujos exhibidos en el Espacio Gráfico del museo Carrillo Gil lleva por título Autorretratos. En sentido estricto son dibujos que representan la mano izquierda del autor, captada bajo diferentes aspectos, a veces al sostener un objeto, otras flexionando los dedos, extendiendo la palma u observándola a manera de representarla en escorzo.

Los dos autorretratos que conozco del pintor, nacido en 1952 y fallecido por propia voluntad en 1986, hacen visible la nariz, la boca y parte de la cabeza; los ojos están ocultos por las dos manos extendidas sobre el rostro, con los pulgares ocultos.

Muy similares entre sí, hasta donde recuerdo, uno pertenece a la colección de Guillermo Sepúlveda y el otro a la de Jorge Bibriesca. En una gran variedad de composiciones el pintor se metamorfoseó en distintos personajes, preferentemente infantes o niños; en otra pintura, la cara de un joven con ojos cegados, titulada Estigma, parece ser también autorretrato; fue realizada, como los dos mencionados, en 1974.

Enrique Guzmán vivía en ese tiempo en el mismo edificio de la Galería Arte Joven, propiedad de Francisco de Hoyos, en la calle Marne, y su cuarto estaba pintado de azul, igual que el color de fondo que aplicó al autorretrato propiedad de Bibriesca. Ese azul frío fondea o aparece ampliamente dosificado en muchas de sus pinturas.

Las tres personas mencionadas, al igual que posteriormente Armando Colina y Víctor Acuña, dueños de la Galería Arvil, no se vieron en la posibilidad de evitar aquel Destino secreto, título de otra pintura suya que sirvió de rubro a su exposición póstuma en el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey, seleccionada y prologada acuciosamente por Luis Carlos Emerich. Hay un video en el que pueden escucharse alocuciones de éste, de Carlos Blas Galindo, autor del libro publicado por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, así como de Armando Colina y del propio De Hoyos.

Todos los dibujos son de 1976, se antoja que tienen carácter de ejercicios y corresponden a un momento en el que Enrique se vio en situación crítica, dados sus trastornos síquicos, mismos que no hay que intentar disfrazar ni ocultar. No hay límites para nada precisos entre normalidad y anormalidad, pero el pintor a quien me refiero vaya si padeció trastornos y coadyuvaron no poco al tipo de iconografía que propició, misma que lo llevó a tasajear con cuter una de sus más conocidas y alabadas obras, Distinguida señorita del club, que pertenecía al acervo de la entonces Casa de la Cultura de Aguascalientes.

Acometió su cuadro durante un acceso provocado por abominación de sus propias creaciones. Desde su emotividad, el acceso fue un acto de exorcismo curativo que pretendía ponerlo en paz consigo mismo. Fue la premonición de su suicidio.

Las pinturas con círculos concéntricos, así como los dibujos de la mano ahora expuestos, fueron medios eminentemente plásticos de los que el artista se valió para seguir trabajando sin recurrir por un lapso breve a aquella iconografía que lo perturbaba y que lo hace inimitable y difícilmente adscribible a alguna corriente en lo particular, que no sea la de la nostalgia subversiva y rebelde, con hondas raíces infantiles.

Todos los dibujos son a línea. El primero, no numerado (los demás lo están), sostiene entre el pulgar y el anular una navaja Gillete. Ese mismo objeto aparece en óleos suyos, a veces sellando con sangre un pacto de amistad, otras rodeando a un bebé que muy sonriente toca a su vez una pequeña navaja.

En una escena de 1975 incluyó tres navajas en primer plano, que se sostienen erectas ante un niño trajeado con los brazos abiertos y ojos bajos.

Los adminículos que sostiene en los dibujos comentados le eran próximos, podía disponer de ellos a su antojo, pero tenían también fuerte carga simbólica.

Uno es una botellita de perfume, otro una moneda de cobre de 20 centavos (de esas que ostentaban una pirámide); en uno más la esfera, del tamaño de una canica ágata, es de certera composición, al igual que los que sostienen un limón partido por la mitad.

No son dibujos en los que él se haya propuesto ilustrar quiromancia, aunque las consabidas líneas: de la vida, del corazón, del sol, etcétera, están definidas cuando la palma se encuentra abierta. Los nudillos están tratados, se diría que anatómicamente. Siempre es visible parte del antebrazo, algunas veces con los trayectos venosos marcados.

Sólo en dos dibujos, el inicial y el último, hay ausencia de estudio de mano, pero en el último aparece la navaja Gillete penetrada por una pequeña ramita y, tras de ella, una mano minúscula sostiene una bandera. Sirva esta exposición para recordar siempre a Enrique Guzmán.