onfieso que no había leído a Coco Manto (né Jorge Mansilla Torres, con cuyo vero nombre funge como embajador del Estado Plurinacional de Bolivia). En la mesa de la sala de un amigo topo con su libro Breverías, que sin duda trae a la memoria las famosas greguerías de Ramón Gómez de la Serna, pero que a mí personalmente más me remite a los en Guadalajara también famosos periquetes, invención a pesar de su brevedad de todos modos varia, de Arturo (o Arduro) Suárez (Suaves): Una limusina por amor de Dios; a otros remitirá a Juan Verdaguer, y a algún otro cercano amigo seguro a Enrique Jardiel Poncela: La tarde caía sin hacerse daño, En su rostro se dibujó una sonrisa y en la rodilla un patito, Los muertos son gente fría, tiesa y estirada… Topo, decía, con ese libro verde y no resisto consignar aquí algunos de sus trazos:

No hablemos del cementerio. Es un lugar común.

Democracia es el arte de equivocarnos en bola.

Domingo: mitad sábado, mitad lunes.

Hay familias que sólo se juntan alrededor de un ataúd.

La línea más directa entre el delito y la impunidad es una corta.

Ser inocente es peligroso porque no se tienen coartadas.

Quejumbre: queja oxidada.

Matar a un hombre es un homicidio; matar a miles, una estadística.

Las ideas son cárceles de largo encierro.

No debe haber relaciones antes del matrimonio: se corre el riesgo de llegar tarde a la boda.

La verdad es una moneda de colección sin valor.

Todo cabe en el desconocimiento.

No se debe dejar la suerte al azar.

Los jabones saben demasiado.

Los cocainómanos tienen muchas aspiraciones.

Escuchar es oír con la mirada.

Me encanta la eternidad de los amores fugaces.

Del músico, poeta y loco, todos tememos un poco.

Toda exageración empequeñece.