oronto, 17 de septiembre. En los últimos días del festival las cosas se han enfriado, literalmente. Hasta el miércoles dominó un clima veraniego, sin lluvia, ideal para las actividades sociales ad látere. Pero desde entonces se soltaron los efectos de un frente frío polar que ha vaciado los cafés al aire libre en la céntrica calle King, donde se localiza el TIFF Bell Lightbox, y ha acentuado aún más el aire desolado de fin de fiesta.
A estas alturas ya se marcharon los compradores, distribuidores, productores y la mayor parte del Star System. Las publicaciones especializadas cerraron su edición el miércoles. Sólo quedan los elementos rezagados junto con los habitantes cinéfilos de Toronto, que son capaces de hacer largas y tardadas colas a la intemperie, con tal de ver la película deseada. Porque ese aspecto sigue inalterado, con docenas de proyecciones diarias hasta el domingo, cuando se dan a conocer los escasos premios.
Mientras tanto se han podido ver títulos interesantes como Duo ming jin (La vida sin principios), del prolífico hongkonés Johnnie To, que no otro de sus thrillers policiacos, sino una ingeniosa crónica social de cómo las fluctuaciones de la bolsa internacional –a partir del colapso griego de 2009– afectan a una serie de individuos, entre banqueros, gánsteres (presentados como dos lados de la misma moneda), especuladores, prestamistas transas y simples ciudadanos que quieren obtener más intereses por su dinero.
Aunque To se tarda demasiado en explicar cómo funcionan las diversas operaciones financieras –una labor didáctica que, por otro lado, se agradece–, las observaciones sobre la avaricia generalizada son muy acertadas, dado el actual clima mundial.
También de lectura social es la belga The Invader (El invasor), de Nicolas Provost. El protagonista es un inmigrante ilegal (Issaka Sawadogo) que en Bruselas es contratado como mano de obra barata. Por azar, conoce a una guapa dama de sociedad (Stefania Rocca) y la seduce con su simpatía. El drama del personaje –a quien sólo conoceremos con el seudónimo de Obama– es suponer que la relación irá más allá del acostón.
Con un elegante estilo visual que marca aún más el contraste entre los ambientes de lujo de Bruselas y la miseria de los ilegales africanos, Provost reflexiona de manera esquemática sobre ciertas fantasías sexuales de los ricos y pobres, arraigadas en el racismo a la inversa. Si bien la película sostiene el interés no consigue concluir de manera convincente.
Como es costumbre, la sección Midnight Madness (Locura de medianoche) ofreció por lo menos una efectiva película de horror. Debida a Eduardo Sánchez, uno de los dos realizadores responsables de El proyecto de la bruja de Blair (1999), Lovely Molly trata sobre cómo una recién casada es asediada por un espíritu maligno, al mudarse a la casa de sus padres fallecidos. La premisa está llena de huecos de lógica –abunda el pietaje de una cámara casera de video, sin que venga al caso–, pero funciona a la hora de generar escalofríos, gracias a la verosímil actuación de la desconocida Gretchen Lodge, un apto manejo del encuadre y sugestivos efectos sonoros.
Los premios de Toronto conciernen básicamente al cine canadiense, pero el otorgado entre los medios para designar a la celebridad menos popular fue para Madonna, por decisión unánime, debido a sus extravagantes exigencias y desplantes.
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