endas cartas enviadas por el presidente venezolano Hugo Chávez a la Asamblea General de la ONU evidencian los vigorosos vientos de rebeldía contra el orden mundial que soplan en América Latina y el Caribe. La primera argumenta lúcidamente las razones por las que Palestina debe ser reconocida como Estado con plenitud de derechos por el organismo internacional. La segunda denuncia el nuevo ciclo de guerras coloniales permanentes iniciado por Estados Unidos a partir del 11/S, la inutilidad de la ONU ante este y otros problemas como el hambre en el cuerno de África, la gravedad de la criminal intervención de la OTAN en Libia facilitada por el Consejo de Seguridad del organismo internacional, y hace un llamado a constituir una gran alianza por la paz mundial. Ambas misivas me recordaron la telúrica comparecencia de Fidel Castro en la ONU (1960). También fue muy valiente el discurso de Evo Morales en la Asamblea General, contundente riposta al cinismo de Obama. Pero más allá de las excepcionales cualidades de líderes como los mencionados, lo que interesa destacar ahora es su carácter de expresiones de grandes movimientos de trasformación social nacidos en América Latina y el Caribe.
Ellos y otros mandatarios latinoamericanos, algunos de los cuales pronunciaron en la Asamblea General discursos insólitos, por insumisos, hasta hace muy pocos años, llegaron a ser líderes –excepto Fidel, que surge de un vendaval social anterior– en la cresta de la ola popular que en fin de cuentas produjo el singular vuelco de nuestra región en los últimos 12 años hacia la ruptura con el Consenso de Washington, sobre todo en Sudamérica. Traducido en la recuperación del papel del Estado como rector de la economía, de la soberanía sobre los recursos naturales, la unidad e integración regional y el establecimiento de lazos solidarios entre pueblos. Obedecen a esas transformaciones el surgimiento de mecanismos regionales al margen de Estados Unidos como la Alba, Unasur, Petrocaribe y en diciembre próximo, en Caracas, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), concreción de los sueños de Bolívar y Martí.
Por eso me ha llamado enormemente la atención que un analista de la solvencia y brillantez de Pepe Escobar pase por alto este importantísimo fenómeno, no obstante su especialización en los temas de Asia y Medio Oriente. En un espléndido cuadro, por lo demás, sobre la crisis capitalista y su impacto en las distintas regiones del planeta, Escobar omite el fenómeno latinoamericano cuando afirma: excepto en Medio Oriente los progresistas en todo el mundo están paralizados como si esperaran que el viejo orden se disuelva por sí solo
(Occidente y los demás en un mundo de talla única
, Rebelión, 29/9/11). Nada más lejos de mi ánimo que regatear el promisorio horizonte de esperanza abierto por las rebeliones árabes y norafricanas, que he saludado en varias entregas desde febrero de este año, sin contar numerosas anteriormente publicadas sobre las luchas árabes, en particular la palestina y la saharahuí.
La cuestión es que excluir el dato de los movimientos populares y gobiernos independientes de América Latina como precursores –y protagonistas actuales– de la pelea contra las políticas neoliberales y las transformaciones logradas hacia su independencia y unidad no contribuye a ofrecer una visión acertada del panorama actual de la crisis y las fuerzas capaces de generar alternativas para enfrentarla. Toda la evidencia demuestra que desde finales de los años 80 y principios de los 90, América Latina se levantó contra las políticas neoliberales, justo por haber sido aplicadas aquí con la mayor ortodoxia y, también, debido al ejemplo de Cuba, que solita y bloqueada por el imperio no las aceptó. Lo demuestran el caracazo (1989), el levantamiento indígena de Chiapas (1994) y los potentes movimientos sociales que derrocaron a gobernantes neoliberales en Argentina, Bolivia y Ecuador, y colocaron líderes populares al frente de esos países. Más tarde la derrota del recolonizador Alca en Mar del Plata con una intervención fundamental de Néstor Kirchner, Hugo Chávez y Lula da Silva. Y hoy no hay más que mirar a Chile, alzado, con sus estudiantes al frente, contra el modelo opresor implantado en Chile por Pinochet.
No deseo polemizar con Pepe Escobar, a quien leo habitualmente y con quien coincido en muchas cuestiones fundamentales del mundo actual, incluyendo el peligro del fascismo, pero esta puntualización es indispensable.