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En entrevista con La Jornada, el escritor británico habla de su más reciente novela

Amis disecciona la imperdonable estupidez de la violencia

Es lo más odioso de nosotros como especie, sostiene el autor de El libro de Raquel

Candidato sólido a un Nobel, es la figura estelar del Hay Festival que se realiza en Jalapa

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Martin Amis, ayer, en la capital veracruzana durante la entrevista con La JornadaFoto Sergio Hernández Vega
Enviada
Periódico La Jornada
Sábado 8 de octubre de 2011, p. 2

Jalapa, Ver., 7 de octubre. La educación es la respuesta a la violencia. Lo dice el escritor británico Martin Amis en entrevista con La Jornada.

La literatura es parte de la educación y la respuesta a todos los problemas es la educación y esa es una gran materia pendiente. Si eres una persona civilizada que lee, ficción u otros géneros, encontrarás la violencia como algo humillante, desagradable, algo que no se puede justificar de ninguna manera, dice Amis, cuya nueva novela La viuda embarazada, publicada en castellano por Anagrama.

Sentado en una de las mesas del jardín del hotel donde se hospeda, Amis pide una cerveza antes de iniciar esta charla, una continuación de la que tuvo con este diario hace cinco años cuando vino a la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara. Ahora es en el contexto del Hay Festival, donde este viernes ofreció dos conferencias como parte del programa.

Escritura a mano

–En el mundo que vivimos, ¿qué es mejor, la ficción o la realidad?

–Es un cliché decir que la realidad es más increíble que la ficción. Pero la diferencia entre ficción y realidad es que la ficción, las novelas, tienen más significado. Los 35 cuerpos arrojados en Veracruz hace unos días es algo profundamente sin significado, odioso. En cambio las novelas son hermosas y significan algo, forman un camino simétrico que se puede controlar. Algo así como si fueras un dios. Ese es el arreglo, el autor es dios y la realidad es... (hace una mueca de disgusto).

Acabo de terminar una novela que tiene mucha violencia en ella. Y la forma en la que manejas la violencia en una novela es no castigar a los personajes violentos, no convertirlos. Lo que haces es reírte de ellos, de la imperdonable estupidez de la violencia. La violencia es algo que desapruebo, lo que más odio de nosotros como especie.

Martin Amis es como una estrella de rock de la literatura. Donde va, decenas de personas se reúnen para escucharlo, para tratar de conseguir alguna firma en uno de sus libros. Pasó en Guadalajara, pasa ahora en Jalapa. Cinco años de diferencia.

Ahora soy más viejo aunque quizá no más sabio, o tal vez sí. Nunca he pensado en eso. Lo cierto es que vivir en Nueva York me ha cambiado, es una experiencia de calma y civilización y eso te hace ser más suave contigo mismo, dice mientras enciende un cigarrillo de marca comercial, porque se le terminó el tabaco con el que lía sus propios cigarros.

–¿Vivir ahí también ha suavizado su literatura?

–Tal vez un poco. Estas cosas afectan lo que escribes, pero te das cuenta unos años después. Tienen un efecto que se ve con el tiempo. Esto tendrá efecto en lo que escribo hasta dentro de unos tres años.

Amis escribe sus libros a mano. La tinta es como la sangre, dice. Ya después los pasa a la computadora. Pero una vez publicados no los lee, con una excepción: intentó leer El libro de Raquel, su primera novela, ahora que iba a escribir La viuda embarazada para recordar lo que era tener 20 años. No pude hacerlo, fue demasiado doloroso.

–¿Ha tratado de leer sus obras, además de El libro de Raquel?

–No, porque ya los conoces demasiado bien, casi de memoria, así que lees la novela cuando se publica, pero no la lees completa: abres el libro, lees algún párrafo por aquí, otro por allá y lo haces por un par de meses y ya. Pero ese es el pasado, y cuando envejeces el futuro es más corto que el pasado, así que odias regresar. Incluso leer las pruebas de una nueva novela, aun cuando esa novela te gusta, es estar jugando con el pasado y lo que quieres es ir hacia adelante.

Si perdura, un libro es bueno

Martin Amis tampoco lee a los nuevos autores. Prefiere esperar a que pasen la prueba del tiempo. No hay forma de saber si un libro es bueno o malo más que viendo si perdura. Leo a gente que murió hace una generación o releo a mis favoritos. Mi librero se ha hecho pequeño, dice entre risas.

Lo cierto es que aún no se ha cansado de escribir, añade ya con el cigarro casi consumido y retoma un tema del cual ya ha escrito: “el problema en la era moderna es que ahora los escritores llegan a viejos. Esto es un fenómeno completamente nuevo, debido a la ciencia moderna: Shakespeare murió a los 56, Dickinson a los 59, Jane Austen a los 43, así que esto no había pasado. Tu cuerpo moría mucho antes de que tu talento muriera, ahora mueres dos veces: mueres como todos los demás, pero antes de eso tu talento muere, sin excepciones. Norman Mailer y otros no eran malos novelistas cuando tenían 85 años, pero no los puedes comparar con lo que escribieron cuando eran jóvenes. Te obsesionas con esto.

Así que escribir se convierte en algo doloroso cuando los sentidos no trabajan de la manera en que solían trabajar. Se necesita más trabajo, manual, en alcanzar cierto estándar. Pero la alegría de escribir sigue así, yo ciertamente no haría nada más. ¿Hacer qué?

–Viajar, dejar de dar entrevistas y conferencias...

–(Ríe) Tal vez. Bueno me gusta enseñar, lo hice por algún tiempo. Escribir es lo que realmente quiero hacer, he tomado algunas vacaciones, pero nada más.

–¿Está satisfecho, entonces?

–Hice una lectura con Norman Mailer en Nueva York hace unos 15 años, y dije antes de comenzar que si alguien me hubiera dicho, cuando tenía 23 años, que estaría dando una lectura con Mailer habría dicho ‘no muchas gracias, muchísimas gracias’. He escrito más de lo que esperaba. Algo muy cercano a lo que soñaba en mis sueños más salvajes.

–¿Qué le falta?

–¡El Premio Nobel!

–No, hace cinco años dijo que los premios no le interesaban.

De nuevo se escucha su risa: “No soy un novelista ganador de premios, he ganado dos o tres en mi vida, porque estoy seguro de que el gran problema es que los escritores ganan porque todos están de acuerdo con ellos. Yo no quiero que el mundo esté de acuerdo con mis novelas. Quiero que haya opiniones diferentes. Pero cuando envejeces dices ‘¡ay, ya por favor, que me lo den!

Así que nunca estás satisfecho, pero tienes ya varios libros. En las conferencias la gente llega con un montón de mis libros y no puedo creer que haya escrito todo eso, son demasiadas páginas. Miles y miles de páginas, concluye Martin Amis.