ada año se repite el mismo juego absurdo y miope. Cuando la ocasión es propicia, el presidente Calderón, o su secretario de Educación, declaran en un tono que pareciera que de veras creen lo que están diciendo, que pocas cosas hay tan importantes para el desarrollo del país, como para el futuro de nuestros hijos, que la educación. Qué duda cabe que la educación de los hijos de estos declarantes no tienen ni tendrán ningún problema en el futuro. Pero cuando se examinan las políticas públicas respecto a la educación, tales declaraciones adquieren una y otra vez su rostro verdadero: demagogia pura.
Desde luego que hay otro secretario más importante que el de educación, que no hace declaración alguna, ni probablemente nada sabe respecto al conocimiento, pero es el dueño de las tijeras con las que anualmente mutila el futuro del país con la política educativa que este personaje formula y que se expresa en los presupuestos educativos.
Los hechos son los que hablan, no las voces engoladas. Un hecho es esa extraña proclividad de Calderón y sus secretarios, a apostar con la seguridad plena de perder en el espacio de la educación superior: Calderón hace su apuesta anual, e invariablemente (y afortunadamente), la Cámara de Diputados le enmienda la plana subiendo los presupuestos mutilados por la SHCP. Aunque, de otra parte, los presupuestos hacendarios son tan planos, que los aumentos decididos en los dictámenes de las comisiones de Educación y de Presupuesto de los diputados, son extraordinariamente insuficientes para las efectivas necesidades de un país con una población que no llega a los nueve años de escolaridad en promedio.
De modo que, en el fondo, Hacienda gana
, porque los aumentos que deciden los diputados ya están previstos por esta miope secretaría. Pero México pierde porque el dinero que exige una educación superior, cada vez más intensiva en capital –debido al desarrollo tecnológico–, no se le asigna. Las universidades públicas dicen requerimos como 10
; Hacienda dice a los diputados que el presupuesto es seis, y la Cámara corrige y asigna ocho. De otra parte, el Ejecutivo en realidad políticamente pierde, por cuanto el Legislativo le enmienda la plana, y este hecho es el que aparece en los medios para el consumo público. El juego absurdo y miope del subdesarrollo.
Por su parte, las universidades agrupadas en la Anuies, cada año, por conducto de las expresiones ya de López Castañares (el secretario ejecutivo de la asociación), ya de José Narro, como rector de nuestra máxima casa de estudios, más otro grupo de rectores miembros del consejo nacional de la Anuies, son bien recibidos por las comisiones de los diputados referidas, pero ellos se ven obligados a hablar en voz alta, es decir, amplificar su reclamo a través de los medios, para que sus argumentos lleguen al pleno de la Cámara, y lleguen a la sociedad que valora muy en alto el trabajo de los universitarios.
Es un juego altamente desgastante para los rectores, que tendrían que invertir todo su tiempo, con sus equipos, y con los académicos, a pensar, planear y reformar, sin descanso, la necesariamente cambiante organización y gestión del conocimiento, buscando los mayores impactos en la sociedad a la que se deben.
Algo ayudaría que la Cámara de Diputados de una vez por todas apruebe una reforma presupuestaria que permitiera la formulación de presupuestos plurianuales que, por supuesto, tendrían que ser ajustados anualmente; pero esta regla permitiría planear con mayor seguridad desarrollos académicos que, en todos los casos suelen absorber varios años. Un caprichoso recorte hacendario, puede, por ejemplo, dar muerte a un proyecto de investigación, que no sólo se queda trunco y no produce el resultado y los beneficios sociales que podría traer consigo, sino que el dinero ya gastado en ese proyecto, es dinero tirado a la basura. Absurdos del subdesarrollo.
Las universidades requieren llevar a cabo una reforma de largo aliento en sus modelos pedagógicos, lo que les llevará varios lustros, a efecto de alinearlos con la meteórica velocidad con la que avanza la investigación básica, la investigación aplicada, el desarrollo tecnológico, debido a los millares de innovaciones que se producen todos los días en esas tres áreas que hoy comandan el desarrollo socioeconómico en el mundo.
Pero, ¿cómo pueden las universidades ponerse a planear el largo plazo de tan ingentes transformaciones si viven en la inseguridad perpetua de políticos desinformados respecto a lo que ocurre en el mundo científico y humanístico?
Sí, los políticos están desinformados respecto de la velocidad y a la forma con que avanza el conocimiento, pero sí están informados perfectamente respecto al hecho de que el llamado bono demográfico se nos agota, cada vez tendremos más mexicanos dependientes, no porque se trate de infantes, que no producen, sino porque pronto se tratará de viejos y ancianos económico dependientes, y con el agravante que veremos crecer las enfermedades degenerativas y, por tanto, enfrentarán nuestros descendientes complejos problemas derivados en gran medida de lo que no hicimos hoy.
Efectivamente, hacer amplia y buena educación es muy caro, pero es mucho más caro no hacerla.