o más impresionante del trabajo de Scott Noggle y sus colaboradores, publicado la semana pasada en la revista Nature, el cual ha dado lugar en estos días a numerosos comentarios, ha sido, para mí, una fotografía del arreglo del material genético del núcleo de una célula embrionaria
(cariotipo), compuesto ¡por 69 cromosomas humanos!, y no por 46, que es el número normal en nuestra especie. Confieso que nunca había visto algo así, y, francamente, esta imagen me ha dejado sorprendido, hipnotizado… El número excesivamente alto de cromosomas es el resultado de una novedosa estrategia experimental, cuya historia es la siguiente:
En condiciones normales, un embrión humano es el resultado de la fusión de dos células sexuales, el óvulo y el espermatozoide, cada una de las cuales posee la mitad de los cromosomas de nuestra especie, es decir 23 (por lo que se les llama haploides). La divisiones que siguen a esta unión dan lugar a la formación de células que tienen la suma de los cromosomas de las dos células progenitoras, o sea 46 (y se les llama diploides). Todas las células del nuevo organismo que se forma, con excepción de las células sexuales (que siempre son haploides), tienen 46 cromosomas y se les conoce como células somáticas.
Pero esta imagen se ha modificado a partir de la clonación. En esta técnica no participa para nada un espermatozoide. Consiste en la transferencia del núcleo de una célula somática adulta dentro de un óvulo, al que se ha desprovisto previamente de núcleo, lo que da lugar a una célula clonada
que posee sólo el material genético de la célula donante, es decir, 46 cromosomas. En especies no humanas, la división celular inducida por medios artificiales en estas células clonadas
, da lugar a la formación de un embrión que pasa por diferentes etapas de desarrollo, desde una mórula, compuesta por un número muy reducido de células, hasta la fase de blastocisto (que es la etapa previa a la implantación en el útero), compuesta por entre 50 y 100 células. Si este embrión se implanta en el útero de una hembra, nacerá un nuevo ser, como ocurrió en el caso de la célebre oveja Dolly.
Pero en los humanos no ocurre así. Además de que en la investigación en nuestra especie no se persiguen fines reproductivos, ni siquiera se ha podido llegar mediante la clonación a la formación de blastocistos, meta muy importante, pues las células que los integran, llamadas troncales o madres, son pluripotenciales, lo que significa que pueden diferenciarse y dar lugar a células especializadas, como neuronas o células hepáticas, entre muchas otras variedades, que podrían ser empleadas como tejido de remplazo en el tratamiento de enfermedades que hasta ahora son incurables. La obtención de blastocistos en los humanos por medio de la clonación ha sido un objetivo muy importante para la ciencia, pues al poseer estas células sólo los cromosomas del núcleo de la célula donante, por ejemplo los de un enfermo con Alzheimer o diabetes, se evitarían los problemas de rechazo al ser trasplantadas. Pero hasta ahora todos estos esfuerzos han fracasado.
La pertinencia de la clonación para formar células pluripotenciales humanas fue puesta en duda recientemente, no sólo por las objeciones de carácter ético a los que permanentemente esta técnica ha estado sujeta, sino a partir de trabajos que mostraron que las células somáticas adultas, particularmente algunas de la piel, podían ser reprogramadas mediante técnicas genéticas y convertirse así en una fuente de células troncales pluripotenciales, lo que haría innecesario el empleo de óvulos y, por tanto, de la clonación. Sin embargo, estos esfuerzos pronto mostraron sus limitaciones, pues las células creadas de esta manera resultaron al final muy diferentes de las células troncales de origen embrionario, ya que tienen una memoria (llamada memoria epigenética) que las lleva a conservar muchas características de las células de origen, por lo que, si bien se trata de un enfoque muy prometedor, se encuentra muy lejos de una posible utilidad médica como la que se persigue.
Así, llegamos por fin al trabajo de Noggle y sus colegas, en el que se combinan conceptos de la clonación con los de la reprogramación de células somáticas adultas. Los autores muestran que las dificultades para llegar a la etapa de formación de blastocistos mediante la clonación se debe a la eliminación del núcleo de los óvulos, por lo que si éstos se dejan intactos (con sus 23 cromosomas) al introducir el núcleo de una célula somática, en este caso una célula de la piel (con 46 cromosomas), y provocar la división celular, se logra la formación de blastocistos compuestos por células troncales pluripotenciales, ¡pero con 69 cromosomas! En sentido estricto no se trata de una clonación, pues aquí hay una mezcla del genoma del óvulo y el de la célula donante. En mi opinión, se trata de células completamente anormales, que carecen por tanto de cualquier utilidad médica, aunque sí la tienen para la investigación genética.
Sin embargo, lo interesante y prometedor de este trabajo es que los autores pueden diferenciar y seguir por separado la expresión genética del núcleo de la célula de la piel introducida. El genoma de esta célula debe reprogramarse correctamente (sin indicaciones de memoria epigenética) para dar lugar a células verdaderamente pluripotenciales, algo que se confirma en este estudio. De este modo, estamos ante la primera demostración sobre la factibilidad de reprogramar estas células somáticas empleando óvulos, lo que en el futuro podría dar lugar a la producción de células troncales pluripotenciales con el número correcto de cromosomas. Pero para ello será necesario eludir de algún modo la influencia del genoma del óvulo, por lo que, pese a su importancia, la utilidad de esta técnica se antoja todavía lejana.