En los filmes de la cuestión vasca
privan la ambigüedad en la postura y la valentía
Algunas han logrado reconocimientos internacionales, como Días contados, en San Sebastián
Sábado 22 de octubre de 2011, p. 9
Madrid, 21 de octubre. Desde sus orígenes, el cine ha plasmado su mirada sobre los conflictos sociales del momento; el caso vasco no es una excepción. Con mayor o menor rigor, unas veces desde la militancia política y otras desde la valentía y la honestidad, cerca de medio centenar de películas recogen distintos puntos de vista sobre ETA, que el miércoles puso fin a 43 años de actividad armada
.
ETA nació en plena dictadura, en 1959, pero hubo que esperar a la muerte de Francisco Franco (1975) y los comienzos de la transición a la democracia para que el cine se aproximara al conflicto y pudiera abordarlo libremente. Sin embargo, el primer largometraje centrado en la organización, Comando Txikia (La muerte de un presidente) no fue precisamente aplaudido.
Dirigida por José Luis Madrid en 1977, recrea la acción más espectacular de ETA: el atentado contra el entonces presidente del gobierno español, el almitrante Luis Carrero Blanco. Pero su retrato de lo sucedido fue tildado de sensacionalista, oportunista y fraquista. Como filme político carece de todo rigor y del más mínimo análisis del hecho que presenta; como filme de acción resulta zafio y aburrido
, criticó tras su estreno el también cineasta Fernando Trueba.
Algo de mejor fortuna tuvo la nueva versión sobre el atentado que firmó dos años más tarde el italiano Gillo Pontecorvo, Operación Ogro. Sin embargo, aunque recibió el aval del Festival de Venecia con el premio a su director, fue acusada esta vez de mitificar a ETA. Ese mismo año, en 1979, llegaría también el primer documental del cineasta que más veces a abordado el sangriento conflicto: El proceso de Burgos, de Imanol Uribe.
Uribe debutó en el largo con este filme que recoge los testimonios de los 16 militantes de ETA protagonistas del famoso juicio en 1970. Y aunque es considerada por muchos como una película esencial y honesta, tampoco estuvo exenta de polémica, sobre todo debido a una introducción contada por uno de los miembros más significativos de la coalición HR, luego refundada en Ratasuna y brazo político de ETA.
El cineasta volvió a centrarse en la llamada cuestión vasca
con La fuga de Segovia, sobre la huída real de unos 40 presos de ETA en 1976, y La muerte de Mikel, que cierra la trilogía sobre el conflicto con una historia más humana centrada en la intolerancia. Pero su éxito más rotundo llegó una década después con Días contados (1994), retrato de un etarra atrapado en una organización en la que ya no cree y la mujer de la que se enamora. La película se alzó con la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián –que también premió a Javier Bardem– y se llevó ocho Goyas.
Otra historia de amor con trasfondo político fue La rusa (1987), de Mario Camus, protagonizada esta vez por un asesor del gobierno que debe encargarse de negociar con ETA en París. Camus continuó analizando los fantasmas del pasado etarra en su aclamada Sombras en una batalla (1993), donde introduce el papel de los GAL (Grupos Antiterroristas de Liberación) y en La playa de los galgos (2002), sobre cómo la violencia puede cambiar la vida de la gente común.
Invitación al diálogo político
Con el paso de los años, el cine ha ido abordando diferentes artistas del conflicto; desde la supuesta relación entre ETA y el narcotráfico en Ander y Yul (Ana Diez, 1988), la actuación de los servicios secretos (El Lobo, de Miguel Courtois) o la difícil reinserción, como en Goma 2 (José Antonio de la Loma), Golfo de Vizcaya (Havier Rebollo) y Yoyes (Helena Taberna), basada en la vida y el asesinato de la primera mujer con un puesto de responsabilidad en la organización.
Ya entrado en siglo XXI llegaría otro documental clave: La pelota vasca, la piel contra la piedra (2003), de Julio Medem. La película, que desató ríos de tinta y fue una de las más polémicas y vistas sobre el tema, aborda la situación en el País Vasco desde numerosas perspectivas y con el fin, en palabras del cineasta, de condenar la violencia e invitar al diálogo político.
Y controvertida fue también, tanto por su contenido como por su arriesgada propuesta estilística, Uno tiro en la cabeza, de Jaime Rosales (2008). Sin apenas diálogos y con base en largas secuencias, la película narra la cotidianidad de un hombre que un día mata a dos policías. Ese mismo año, Manuel Gutiérrez Aragón estrenó Todos estamos invitados, en la que ahonda en el miedo y los silencios que genera el conflicto en la sociedad.
La complejidad y lo espinoso del tema, la ambigüedad en el punto de vista o las simpatías ideológicas han marcado a lo largo de estos años la mirada del cine sobre ETA, pero también lo han hecho la valentía y voluntad de arrimar el hombro de algunas propuestas. La última fue presentada en septiembre en una sección paralela en el Festival de San Sebastián: el documental Al final del túnel, producido por Elías Querejeta. Un túnel por el que ahora se vislumbra ya algo más que luz.