contrapelo de los aires de justicia distributiva que corren en masa por varias partes del mundo, aquí un aspirante priísta a la Presidencia, Enrique Peña Nieto, muestra, sin tapujos, las feroces intenciones regresivas de la derecha. Y no es la suya cualquier facción de la derecha, sino esa que es monopólica, corrupta y depredadora. Esa derecha que ha sido, por su desbocada ambición de poder y riqueza, detonante de la inconformidad mundial y de los enormes bolsones de miseria y marginación en naciones como la nuestra. Esa derecha irresponsable e improductiva que se atrinchera tras un tramposo pensamiento de modernidad y eficiencia. Derecha que, como pregona ahora este joven producto neto de la mercadología televisiva, se afilia con cinismo a los fundamentalismos del financierismo especulador y privatizante. Una modalidad harto conocida que, por lo demás, atora y ha vuelto obsoleto al modelo de gobierno vigente. Pero, no obstante sus limitantes y evidente quiebra, todavía busca, por varios medios, su continuidad.
No bien empieza la contienda oficial cuando el ex gobernador se lanza, de manera subordinada, a la conquista de sendos grupos de presión. Sus guiños, bien se sabe, no han estado dirigidos al pueblo, menos aún a ese segmento que padece las terribles consecuencias del ya largo periodo neoliberal. Él atiende, presuroso, a los intereses de aquellos que, en este caso especial, se mueven en las alturas decisorias: el gran capital trasnacional de la energía y al atrincherado aparato directivo de la radio-televisión. Dos sectores que, sin duda, juzga indispensables para terminar la tarea que él y Televisa (su atento patrocinador) iniciaron hace ya seis largos, onerosos e intensos años: hacerse con la Presidencia de la República. Años en que su presencia, bajo el oneroso subterfugio de cotidiana información noticiosa, se hizo familiar en todos los hogares dominados por el duopolio televisivo.
Al capital privado, en particular el trasnacional de la energía, puesto que es el dominante en el sector, le promete alianzas por venir. No se aclara el tipo ni las tareas a ser emprendidas en común. Pero se advierte que es una vuelta a las que siempre han estado, como obsesiones redundantes, en el horizonte de los traficantes de influencia locales y en el entorno estratégico de Estados Unidos. Unos y otros no han quitado el dedo del renglón a pesar de las movilizaciones habidas y del repudio popular hacia tales intentos de enajenación y entreguismo al extranjero que dominan a las élites conservadoras mexicanas. El conocimiento que el señor Peña puede tener tanto del manejo de la petrolera como de las repercusiones para el desarrollo futuro de Pemex y del país, con seguridad, ha de ser reducido y de puro oído. De ahí que esa valentía, esa audacia mencionada en su discurso, sea fruto de la ignorancia o, con mayor seguridad, de los afanes de hacer negocios que ha caracterizado al grupo de los llamados tolucos. Lejos han quedado las informadas discusiones tenidas en el Senado, hace poco tiempo, donde se evidenciaron los efectivos rumbos alternos: liberar a la petrolera de la carga impositiva y llevar a cabo una reforma fiscal completa, justa, e invertir con recursos sanos.
El señor Peña debía aclarar, primero, la pertinencia y oportunidad de esas sus propuestas alianzas
. Si son parecidas, aunque sea de manera remota, a las que se han hecho con el capital especulativo internacional entregándoles la banca nacional, o la que se llevaron a cabo con los ferrocarrileros estadunidenses, no se irá por la ruta adecuada. Habría que buscar los ejemplos de privatizaciones en ramas como el acero, las pensiones, los seguros, los puertos o los aeropuertos para obtener lecciones preventivas. Qué decir de esas alianzas establecidas por la CFE con los llamados productores independientes, eufemismo del contratismo con trasnacionales (especialmente españolas) que han encarecido sobremanera el precio de la electricidad. Acaso el señor Peña está pensando en esas otras alianzas recientes de Pemex con trasnacionales para explorar y extraer crudo de ese manantial de frustraciones que es Chicontepec. A lo mejor se alude a esas alianzas, del tipo acostumbrado con las mineras (canadienses) que, en tropel indetenible, depredan inmensas zonas y transan a los propietarios originales para llevarse miles de millones de dólares en oro y plata a cambio de migajas impositivas. Es difícil pensar otro tipo de alianzas distinto a las mencionadas. Quedan áreas de Pemex prometedoras de inmensos negocios, además de la exploración y extracción de crudo en aguas profundas y el gas shale del norte. Ahí están las refinerías por construir que tienen un jugoso mercado asegurado de petrolíferos y petroquímicos. A lo mejor ahí se divisan las alianzas mencionadas. Lo cierto es que la veta de negocios y trafiques es inmensa.
En lo que toca a la industria de la comunicación, el señor Peña fue más explícito. Se hizo eco, por entero, de la narrativa que los barones propietarios difunden a través de sus numerosos voceros e intelectuales orgánicos. Sienten tan angustiados concesionarios sumamente pesada la carga impositiva (doble tributación la llaman) y limitada su libertad de expresión. Un gremio que se dice realmente expoliado por el sistema en su versión populista. En particular por vengativos legisladores que buscaron limar sus frustraciones en la carne de inocentes que nada tuvieron que ver en el asunto de los abusos y las trampas contra la democracia electoral en 2006: ellos sólo vendieron sus tiempos disponibles. Un gremio que nunca ha intentado, y menos conseguido, prebendas, mimos, regalos y privilegios fiscales o de otro tipo pensable. Un gremio que, en efecto, es vital para las pretensiones de triunfo para aquellos carentes de base social de apoyo. De esos aprendices de político que hacen su trabajo mirando hacia arriba, lisonjeando a poderosos y disponiendo de los recursos públicos con gracioso patrimonialismo. Sin duda, atractivos prospectos de corte moderno que plantean, sin otras pretensiones, alianzas con el SNTE de Gordillo para mayor transparencia de la venidera elección y, ahora sí, llevar a cabo la reforma pendiente de la educación.