Fin de la sociedad centrada en el trabajo pagado y visiones de futuro / XIV
Alto costo humano del nuevo estrés del trabajo y nuevo ejército de reserva
e las bajas del progreso tecnológico, dice Jeremy Rifkin1, se habla muy poco. A ellas dedica el capítulo 12 (Réquiem por la clase obrera
) de su libro. Empieza abordando el nivel creciente de estrés que experimentan los trabajadores de alta tecnología (high-tech). Rifkin relata que, con las tecnologías de la información, el trabajador directo pierde lo poco que le quedaba de control sobre el proceso de producción pues se programan instrucciones detalladas a la máquina que las ejecuta literalmente. El trabajador pierde todo poder de ejercer su juicio independiente y tiene poco o nulo control sobre los resultados dictados previamente por programadores expertos
. Continúa diciendo que la relación entre los trabajadores y el trabajo ha sido modificada; que un creciente número de trabajadores actúan solamente como observadores, inhabilitados para intervenir en el proceso de producción, dejando muy atrás la larguísima época en la cual una pieza terminada no podía ser mejor que la interpretación del operario. Ahora el único juicio que cuenta es el del ingeniero de diseño, pues las especificaciones del producto han quedado plasmadas en códigos digitales de impulsos electrónicos. Como lo verbalizó un operario cuya habilidad experta había sido transferida a una cinta magnética: Me sentí suprimido. Mi cerebro no se necesitaba más. Uno sólo se sienta ahí como un maniquí mirando la maldita máquina. Siento que alguien más ha tomado las decisiones que yo solía tomar
(p. 183).
Rifkin pone en duda las virtudes de las nuevas técnicas administrativas (pos-fordistas) al señalar que en las fábricas japonesas la línea de ensamblaje corre a velocidades estresantes para los trabajadores, por lo cual la mayoría de los trabajadores experimentan fatiga. Un estudio hecho en 1986 en Toyota mostró que 124 mil de los 200 mil trabajadores sufrían fatiga crónica. Nuestro autor considera que las técnicas de participación de los trabajadores en la gestión de las fábricas japonesas son mecanismos para aumentar su grado de explotación. Por ejemplo, señala que la administración se apoya en los equipos de trabajo para disciplinar a los trabajadores. A los equipos no se les provee personal de remplazo de los miembros ausentes, obligando a los demás a trabajar más duro, con lo cual se genera una enorme presión del equipo para no ausentarse del trabajo. Provee otros ejemplos aún más duros y concluye que el efecto en los trabajadores de este sistema draconiano es devastador: se producen más accidentes que en plantas similares que no aplican estos métodos. El nivel de stress generado ha llevado al Gobierno japonés a acuñar el término karoshi para describir la patología producida por estas técnicas de producción que, al final, llevan a la muerte a muchos trabajadores. Rifkin termina este punto indicando que el karoshi se está convirtiendo en un fenómeno mundial.
Explica que nuestro biorritmo fue evolucionado en consonancia con los ritmos de la tierra, pero quedó desacoplado de los ritmos de la maquinaria generada por las dos primeras revoluciones industriales. Sin embargo, la cultura de la tercera opera todavía mucho más rápido, a nivel de nanosegundos (que son tan cortos que en un chasquido de los dedos transcurren más de 500 millones de nanosegundos), con lo cual la impaciencia de los trabajadores ha aumentado, llevando el estrés a niveles sin precedente. Da como ejemplo que la impaciencia del operario de una computadora se dispara siempre que ésta tarda más de 1.5 segundos en responder. Añade que el monitoreo computacional de los trabajadores los está llevando a altísimos niveles de stress. Por ejemplo, el conteo del número de precios de bienes que una cajera registra y que les hace evitar toda conversación con los clientes que pudiera disminuir su ritmo de registro. La proporción de empleados supervisados vía cómputo está aumentando rápidamente en EU según datos de la Oficina de Evaluación de Tecnología, la cual advierte sobre un futuro orwelliano de ‘sweatshops’ (talleres de ‘sudor’ o sobrexplotación) Electrónicos. “La fatiga física generada por el ritmo de la antigua economía industrial está siendo eclipsada por la fatiga mental generada por la cadencia de nanosegundos de la nueva economía de la información. El stress se ha vuelto uno de los problemas de salud más importantes y está generando ausentismo al trabajo. El stress genera accidentes, úlceras, alta presión arterial e infartos.
Al estrés hay que añadir la inseguridad laboral que el nuevo ejército de reserva incrementa. Más de 34 millones de trabajadores en EU en 1993 eran trabajadores contingentes
(temporales, de tiempo parcial, contratistas o freelancers). De los nuevos empleos generados entre 1982 y 1990, dos tercios eran trabajos temporales y representaban en 1990 25 por ciento de la fuerza de trabajo. Rifkin dice que el movimiento hacia trabajadores contingentes es parte de una estrategia a largo plazo de las empresas para reducir los salarios y evitar el pago de los costosos beneficios de cuidado de la salud, pensiones
y otros (véase gráfica). Rifkin cita a una autora que asemeja el trabajo contingente con la producción-justo-a-tiempo de los años 80, diciendo que la revolución actual es hacia el empleo-justo-a-tiempo, por el cual las empresas usarán a la gente sólo en el momento en que la necesitan, con consecuencias pasmosas en el bienestar económico y la seguridad emocional de las personas. Los trabajadores contingentes ganan menos que los permanentes y carecen casi totalmente de prestaciones. Las empresas también están reduciendo costos mediante el outsourcing (subcontratación) que casi siempre va a empresas más pequeñas que pagan salarios menores y casi no otorgan prestaciones a sus trabajadores. Los contingentes
no trabajan, temporan. La tendencia al trabajo temporal ha llegado incluso al gobierno de Estados Unidos. Tiene toda la razón Rifkin cuando dice que la mera existencia del trabajo temporal empuja a la baja los salarios de los trabajadores permanentes, amenazados de ser sustituidos por contingentes.
Estos cambios radicales tienen un profundo efecto en la salud de los trabajadores. Los ‘gringos’ se definen, quizás más que otros pueblos, por su relación con el trabajo. La noción de ser un ciudadano productivo está tan enraizada en el carácter nacional, dice Rifkin, que cuando se le niega de repente a alguien el acceso a un trabajo su autoestima cae abruptamente. Los desempleados crónicos tienen síntomas parecidos a los pacientes terminales. Esto fue expresado con fuerza por un desempleado que se suicidó poco después:
“Sólo hay dos mundos: o bien trabajas en un empleo normal de 9 a 5 o estás muerto. No hay situación intermedia…Trabajar es respirar. Es algo sobre lo cual no piensas: sólo lo haces y te mantiene vivo. Cuando dejas de hacerlo, te mueres”.
La muerte de la fuerza de trabajo global, comenta Rifkin, está siendo internalizada por millones de trabajadores que experimentan sus propias muertes todos los días en manos de empleadores movidos por el lucro y de un gobierno desinteresado.
1 The End of Work. The Decline of the Global Labor Force and the Dawn of the Post-Market Era (El fin del trabajo. El declive de la fuerza de trabajo global y el amanecer de la era pos-mercado), G. P. Putnam’s Books, Nueva York, 1996, p. xi. En español fue publicado por Paidós en 1996 con subtítulo diferente.
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