n las recientes elecciones generales del 23 de octubre en Argentina hay varios datos que conviene destacar, además del triunfo arrollador de la presidente Cristina Fernández de Kirchner (CFK).
Uno de esos datos es que la derecha neoliberal tradicional y la derecha extrema (la Unión Cívica Radical –UCR–, los peronistas de derecha opositores, como el ex presidente Duhalde; Elisa Carrió y su Coalición Cívica; el jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri; los más radicales entre los líderes del bloque agrario-soyero) sufrieron una derrota aplastante que amenaza la supervivencia política de algunos de ellos. Y que la oposición de la derecha social y política deberá ahora tratar de reconstruir sus filas detrás de Hermes Binner, soyero más que moderado y con fuertes lazos entre los agrarios más conservadores, pero dirigente del Frente Amplio Progresista que no es de derecha aunque haya adoptado algunas posiciones de la misma y aunque despierte el interés actual de los más conservadores y reaccionarios.
Otro dato es que la presidente logró un triunfo personal que le permitirá adquirir mucho más independencia de los alcaldes y gobernadores y sus operadores directos que forman su aparato. Ahora bien, este no es un dato menor ya que la mayoría de los gobernadores y buena parte de los alcaldes bonaerenses están muy a la derecha de CFK y no tienen problemas para cambiar de bando pues ya han apoyado a todos los gobiernos anteriores. Además, CFK mechó las listas de diputados con jóvenes políticos y tecnócratas que le son fieles y que no tenían lazos previos con ese aparato corrupto. Y tiende a apoyarse, frente al mismo en agrupaciones juveniles nuevas como la Cámpora (dirigida por su hijo Máximo).
Si en estos comicios CFK recuperó el control de ambas Cámaras (con los votos de los partidos aliados y subsidiados), ese control se reforzará en las próxima elecciones de renovación parlamentarias, que reducirán aún más las bancas de la oposición neoliberal tradicional y aumentarán el bloque cristinista, el cual se diferenciará cada vez más del clásico bloque justicialista, muy marcado por la derecha. El control de CFK sobre su partido, la renovación de éste y el control de ese partido renovado sobre las instituciones permitirá a la presidenta lograr la aprobación de sus proyectos de ley (y, al mismo tiempo, evidenciará que si no se hace lo que debería hacer frente a la crisis y a la agudización de los conflictos sociales, es porque éste, casi omnipotente y muy cristinodependiente, simplemente no quiere).
Otro dato importante es la creciente politización de un electorado renovado por un millón 800 mil jóvenes que votaron por primera vez y que están haciendo sus primeras armas en política gracias a la reducción del desempleo y al aumento de la matrícula secundaria y universitaria y traen un ímpetu que ya no tenían las generaciones envejecidas y golpeadas por las derrotas, la desocupación y las decepciones. Es cierto que en muchas fábricas hay sindicato sólo formalmente (pues no hay delegados en la empresa). Es cierto igualmente que los muy altos salarios de los trabajadores de algunos sectores estratégicos (como los camioneros) dan a éstos un papel conservador, en contraste con el papel reivindicativo que tienen los trabajadores de los mal pagados gremios estatales (como los maestros, los trabajadores del Estado, los de Sanidad) o con las luchas de otros sectores privados con escasa estabilidad laboral (alimentación, servicios de transporte, por ejemplo). Pero los impulsos democratizadores de la vida sindical, expresados en la creación de listas y de sindicatos democráticos, vienen de los sectores en lucha y se comunican a los más pasivos. Porque se vive nuevamente, como en los años 1940-1950 o 1970, una situación económica favorable que incorpora al trabajo y a la vida política a sectores de la juventud y que une a la juventud trabajadora con una juventud estudiantil que tiene un sector importante militante y muy sensible a las luchas sociales. Eso crea una masa juvenil combativa e independiente y explica que, con una votación masiva superior al 77 por ciento, en algunas provincias los votos en blanco para diputados, senadores o concejales y alcaldes superasen al 11 por ciento (o sea, fuesen más que el opositor neoliberal más votado) y que los votos a CFK fuesen siempre por lo menos un 10 por ciento más que los de su lista para otros cargos. O explica la gran votación de izquierda socialista del FIT.
Queda, además, el hecho fundamental de que la votación record a CFK fue motivada por una necesidad de conservación, no por un deseo de desarrollo de un proyecto claro que no existe. Los obreros votaron así para conservar lo recientemente adquirido gracias a un largo periodo de crecimiento al 8 por ciento anual. Los industriales para conservar sus enormes ganancias y los grandes apoyos que les da el gobierno. Las clases medias, para mantener su nuevo nivel de vida y de consumo. El peronismo del primer Perón, para llevar a cabo su proyecto capitalista de Argentina potencia se apoyaba –contra el imperialismo, las clases medias y la oligarquía- en la lucha y las reivindicaciones de los trabajadores, que trataba de controlar mediante la burocracia sindical. Cristina ataca a ésta y busca apoyo en los industriales y paz con los soyeros, los mineros y el capital financiero internacional y a los trabajadores les da una política asistencial y distribucionista con bases poco sólidas y que depende de la crisis mundial. No estamos pues ante una victoria peronista sino ante un triunfo irrepetible del cristinismo. Las elecciones revelaron los límites del mismo y también que hay una izquierda social y que se refuerza un núcleo de una izquierda política.