unos días de que se celebre en Michoacán la elección de gobernador, diputados locales y presidentes municipales, no se sabe a ciencia cierta quién gana y quién pierde. Mientras, la entidad ha sido literalmente pintada de azul, rojo y amarillo. Morelia, su capital, se ha vuelto una insoportable y fatigante sucesión de carteles, anuncios, mamparas, gritos estridentes en las esquinas estratégicas, pegatinas en los autos y anuncios móviles llevados en automotores, bicicletas y avionetas que surcan el único espacio donde podría tener su descanso la mirada. Hasta en las azoteas y en los muros de casas y edificios aparecen los retratos y siluetas gigantes de los candidatos. La contaminación no sólo es visual, sino sonora. Los espacios de radio y televisión han sido cooptados por los anuncios, musicalizados o no, de los partidos políticos, y las llamadas telefónicas irrumpen el espacio doméstico día y noche.
Como sucede en otras partes del país y del mundo, la política ha sido convertida en una práctica despreciable y banal, en mero juego de imágenes, frases vacías, mensajes subliminales y otros mecanismos diseñados desde la mercadotecnia y la chabacanería y apuntalados por torrentes de dinero, oficial y privado, legal e ilegal. La forma sobre el contenido, lo superfluo sobre lo reflexivo, lo instantáneo sobre la memoria, terminan por hacer del proceso electoral una parodia mercantil, una práctica vacía. Hablar entonces de democracia es tan falso como inútil. En un mundo donde dominan y arrasan poderosos intereses económicos, el primer acto congruente debe ser la recuperación moral de la política. Y esta dignificación debe ser el primer objetivo de la izquierda, pues a la derecha, cualesquiera sean sus matices, le conviene ese estado de cosas: convertir al ciudadano en consumidor, quitarle toda capacidad crítica, borrar su memoria, confundirlo mediante el bombardeo de mensajes confusos, sobornarlo, hacerlo cómplice, acarrearlo, comprarle el voto mientras compra la propaganda disfrazada de discurso. En fin, hacer del ciudadano un consumidor pasivo, no un votante informado, crítico y pensante.
En Michoacán, PAN y PRI utilizaron un método fraudulento de compra de votos: las tarjetas La ganadora y La efectiva. Toleradas por el árbitro electoral, los grandes escaparates anuncian que las tarjetas son reales y canjeables. En un país verdaderamente democrático el uso de esas tarjetas sería suficiente para anular las candidaturas. La pillería alcanza la cima con el PAN, que en esta ocasión ofrece a los paladares michoacanos una fórmula nueva: pan con fresas y cocoa. Su poderío abreva de dos fuentes: los millonarios recursos de Elba Esther Gordillo, la lideresa más corrupta del país, y los de su hermano presidente. Cocoa y sus seguidores, además de la tarjeta, ofrecen regalos por pegar calcomanías, pagan sueldos a los cientos de jóvenes pobres que gritan en las esquinas, entregan a las familias juegos de trastos o bultos de cemento, compran credenciales de elector y, last but not least, han ofrecido dinero hasta a los sacerdotes (caso de Chucándiro). ¿Alcanzará Cocoa a comprar el cielo o terminará en el infierno? La frase con que el poeta Javier Sicilia califica a estos políticos en su último libro es certera: católicos hipócritas
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El PRI no se queda atrás; simplemente usa los medios y prácticas de siempre, desvanecidos por la imagen de un Fausto Vallejo sobrio, pausado, cauto y con apariencia de hombre de bien. Presidente municipal de Morelia en tres ocasiones (1994-1995, 2002-2004 y 2007-2011), durante sus ocho años como gobernante se caracterizó por favorecer los negocios de empresas constructoras e inmobiliarias, quienes se beneficiaron con permisos a fraccionamientos en zonas de preservación ecológica o en la construcción de obras sospechosamente caras. Igualmente apoyó, junto con el PAN, el desarrollo de emporios urbanos como Tres Marías y Altozano, diseñados alrededor de campos de golf y de gigantescos centros comerciales. Por ello la especulación y los cambios de uso del suelo estuvieron a la orden del día. Resultado: Morelia es cada vez más una ciudad desordenada y sobre todo injusta. Hoy, 40 por ciento de las colonias populares carecen de agua suficiente, el transporte público es una colección de chatarras, las tenencias están olvidadas y la capital presenta altos niveles de injusticia social y de inseguridad. El agua de Morelia es también la más cara del país (21 pesos el metro cúbico).
Pese al esfuerzo, la izquierda cayó, salvo honrosas excepciones, en muchas prácticas similares. Cientos de espectaculares sin ningún mensaje y con la imagen gigante del candidato inundaron el estado. Como si para los electores fuera suficiente mirar un retrato y votar. También fueron notables los musicales para retrasados mentales, los acarreos simulados, los discursos demagógicos y los ofrecimientos a diestra y siniestra. El candidato lo mismo ofreció 2 mil tractores a los productores del Bajío que un centro de convenciones a los empresarios morelianos. El resultado más preocupante es que a los ojos de la ciudadanía no hubo diferencias de forma con lo ofrecido por el PRI y el PAN. La campaña de la izquierda fue incapaz de ofrecer un programa claro, específico y bien articulado, construido a partir de las necesidades de la gente. Tampoco difundió sus principales fortalezas, como la selección de su candidato mediante el voto de 300 mil michoacanos, la participación de más de una centena de investigadores, intelectuales y artistas en el programa de gobierno, y especialmente los talleres participativos, un aporte original al proceso electoral.
No se sabe quién ganará. Lo que es una certeza es que la izquierda michoacana sigue reproduciendo las prácticas electorales que no informan, ilustran o forman conciencia. Con ello abona sin duda a su propia derrota. Una opción verdaderamente de izquierda está obligada a realizar campañas que construyan ciudadanía, no habitantes desinformados y manipulados. La corrupción del discurso es el primer síntoma de la depreciación moral de la política. Si la izquierda no se prepara para una campaña en 2012 de diálogo inteligente y respetuoso con la ciudadanía, centrando su acción no en los actos masivos y en la propaganda a distancia, sino en la visita a los hogares y en los talleres participativos barriales y municipales, las posibilidades de triunfo serán limitadas. Construir el poder ciudadano antes, durante y después de las elecciones es una tarea obligada.