a semana pasada la crisis económica atravesó un nuevo umbral. Los líderes
del G-20 tuvieron que concluir su cónclave en medio de un estrepitoso fracaso. Mostraron que no sólo no pueden comprender la gravedad de la crisis, con niveles de desempleo no vistos en ocho décadas. También revelaron su incapacidad para reconocer que las respuestas basadas en políticas neoliberales han agravado el colapso económico y prolongado la duración de la crisis.
En medio de los aplausos que se endilgaron mutuamente, los líderes contribuyeron a acelerar el ritmo de la historia. Hoy se yerguen como catalizadores de la historia de la segunda gran depresión.
La cumbre en Cannes era vista por Sarkozy como el foro en que debía lucir su figura como uno de los principales artífices de la solución definitiva de la crisis del euro. La reunión debía mostrar que si el Grupo de los Veinte desempeña un papel importante en la gestión de la economía mundial (y de la globalización neoliberal), eso se debía en buena medida al liderazgo del francés. Eso le hubiera permitido arrancar su campaña electoral (hay elecciones presidenciales en Francia muy pronto) sobre la idea de que él es la mejor opción para resolver la crisis. El fracaso del G-20 muestra que la realidad suele ser cruel con los ambiciosos.
Existen varias razones detrás del fiasco en Cannes. Para empezar, el desplante de Papandreou tuvo un efecto inesperado. Hizo que la crisis griega se tragara por completo al G-20, cual cíclope gigantesco que devorara a sus prisioneros. La reacción después del anuncio del referéndum también mostró el desprecio feroz que se tiene hacia la democracia. Esa consulta probablemente se habría saldado por un sí
a favor de mantener el país en la zona euro y, desde esa perspectiva, hubiera sido una forma de amarrar los programas de austeridad que afectarán a esa nación durante los próximos 20 años. Entonces, ¿por qué tanto susto con la idea del referéndum y por qué presionar con todo para matarlo en estado embrionario? Porque el efecto de demostración habría sentado un precedente que el capital financiero y sus adláteres políticos juzgan peligroso. No pueden darse el lujo de aceptar que existen instancias superiores a la lógica de la rentabilidad automática. El capital financiero considera que tiene que reinar supremo. Por eso se presionó a Papandreou y a toda la clase política griega para que diera marcha atrás, lo que acarreaba un costo político elevado, como muestra la caída del gobierno de Papandreou.
De todos modos, aún con el retiro del proyecto de referéndum, el daño ya estaba hecho. El simple anuncio del plebiscito hizo añicos los dizque planes tan promocionados por Sarkozy y la Merkel para rescatar al euro. Eso hizo que la reunión del G-20 en Cannes se estancara sin poder avanzar sobre los puntos de su agenda. El tema de la posible tasa fiscal sobre las transacciones financieras para frenar la especulación y generar ingresos fiscales no pudo ser tratado en las discusiones. Obama no tuvo que decir que su secretario del Tesoro y Wall Street se oponen a esa medida. Por su parte, la cuestión de las reformas al sistema monetario internacional apenas fue mencionado tímidamente.
El plato fuerte era, por supuesto, el proyecto de ampliación del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF) a través de un esquema de apalancamiento. Todo se desdibujó por el anuncio del referéndum. La presidente de Brasil, Dilma Rousseff, fue la más elocuente al preguntar: ¿por qué habríamos de invertir en este fondo si los europeos mismos no quieren hacerlo?
Italia está ahora en el corazón de la crisis del euro, pero Berlusconi está más ocupado en los juicios que se le han venido encima por los escándalos en los que está envuelto, que en enfrentar el problema de la deuda italiana. Esta semana los bonos italianos a 10 años tuvieron que colocarse en los mercados internacionales al nivel más alto desde 1997. Esta elevación del costo financiero de la deuda italiana constituye un muy mal presagio.
El G-20 le impuso a Berlusconi la supervisión del equipo del Fondo Monetario Internacional para aplicar más planes de austeridad. La necedad del G-20 no tiene límites: el crecimiento se verá frenado y la recaudación también. Se viene encima un problema porque la austeridad acabará por frenar el crecimiento, ahogar la recaudación y, en consecuencia, por disparar el déficit fiscal y la relación deuda/PIB.
La globalización neoliberal está fundada sobre la idea de que los mercados se autorregulan y de que el mercado capitalista no necesita ningún tipo de intervención política para mantenerlo funcionando. Por definición, esto implica borrar la dimensión política y llevarla a la desaparición. Los líderes del G-20 permanecen prisioneros de esta visión de las cosas. Desde esta perspectiva es normal que sean incapaces de trazar un análisis que implique algún tipo de regulación política para salir de la crisis.
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