ste asunto de invadir calles y plazas con pretextos tan exóticos como exigir empleos, mejor educación, servicios de salud o un poco de escrúpulos en el manejo de las finanzas es algo que a la gente de bien
nunca le ha parecido bien. Para ésta el derecho de protestar es algo que debe ejercerse con la mayor discreción, sin perturbar la cotidiana tranquilidad. Al menos eso se deduce de las palabras de uno de los miembros del cuerpo que gobierna la ciudad de Oakland, cuando advierte que quienes permanecen en una de sus plazas ya ejercieron sus derechos democráticos ocupando ese sitio durante cinco semanas. Ya tomamos nota de sus reclamos
, dijo, y sabemos, o intuimos, por lo que protestan, pero es tiempo de que desalojen la plaza y permitan que la ciudad vuelva a la normalidad
. En otras palabras, ya tuvieron su probada de democracia, así que dejen que la vida siga como hasta ahora. ¿Y las demandas?
, preguntó alguien. Bueno, esas se atenderán a su tiempo, si se puede.
Es un pensamiento unidimensional que parece reproducirse a lo largo del país donde las autoridades ceden paulatinamente a la presión ejercida principalmente por asociaciones de comerciantes, empresarios y políticos conservadores, para quienes la fuerza pública debe poner un hasta aquí a las molestias
ocasionados por los plantones. Ninguno se ha preocupado por entender el fondo de lo que exigen los que han ocupado las plazas. Son dos mundos irreconciliables que se distancian el uno del otro conforme pasan los días. Al movimiento que iniciaron unos cuantos en Wall Street se han sumado miles que han conmovido a buena parte de la sociedad pero, por lo visto, no a los responsables de la precaria situación de millones de personas en EU.
A las arremetidas de las autoridades han respondido con serenidad, anteponiendo únicamente sus pancartas en las que inscriben sus demandas. Uno de ellos lo dijo: Aquí nadie ha interrumpido las actividades cotidianas de quienes acuden a realizar operaciones en los bancos o quienes llegan a los centros comerciales o quienes se sientan en el restaurante de enfrente a comer; todos lo han hecho en forma normal sin ser molestados. ¿Por qué entonces se dice que interrumpimos la cotidianidad?
No obstante, y por las declaraciones de los gobernantes en varias ciudades, es inminente que la policía desaloje a quienes pacíficamente han ocupado las plazas públicas.
Mal asunto será coartar una protesta que hasta ahora ha sido pacífica. Sólo unos cuantos han expresado su ira con violencia rompiendo algunos cristales y pintando algunas paredes. Sin embargo, esas expresiones pudieran multiplicarse, como respuesta a la intervención de la fuerza pública. Es fácil advertir que los problemas que afectan por igual a quienes viven en todo el país son múltiples. Por esa razón las rebeliones que en el pasado afectaron a una u otra ciudad aisladamente, en esta ocasión pudieran conjugarse con un resultado difícil de prever.